—¿Catalina, qué estás haciendo?
—Oh, nada —la encontré trajinando en el rincón de mi taller en el sótano. El mismo espacio que me había sacado con artimañas hace unas semanas cuando estaba revelando secretos de estado. Me había distraído con una llamada telefónica cuando iba a buscarla hace media hora y casi lo había olvidado—. ¿Por qué tu 'oh nada' huele a azufre?
—No es nada, papi, solo un pequeño experimento.
—Ajá. —Voy a buscarle un convento a esta niña lo antes posible.
—¿Adivina qué, papi? —Oh mierda.
—¿Qué, mi niña? —No me iba a acercar ni un poco a lo que fuera que estuviera haciendo. Ya estaba calculando el momento para escapar. Tal vez su madre sabía qué demonios estaba haciendo en mi sótano.
—Aiden me jaló el pelo y me llamó malcriada.
—¿Qué hizo qué? —Ya iba subiendo las escaleras por ese pequeño demonio. Él conoce las reglas; nunca poner las manos sobre sus hermanas.
—Oh papi, no te enojes, mejor véngate. Eso es lo que dijo la nana.