La fiebre de Caitlin había bajado por completo cuando regresé a casa, pero todavía estaba un poco irritable. Dejé todo lo demás a un lado y me concentré en mi esposa y mi hija.
—¿Cómo está? —levanté a mi niña de su corralito para darle un abrazo.
—Hola bebé, ¿cómo está la niña grande de papá? —apoyó su cabecita en mi hombro y me abrazó. La mejor maldita sensación del mundo, no me importa si eso me hace un sentimental.
—Mejor, su fiebre bajó y no está tan irritable; ¿cómo fue en el hospital, hay algún cambio? ¿Recuerda algo?
—No, pero tus chicas están en ello —le di una mirada por ser astuta pero ni siquiera tuvo la decencia de parecer avergonzada.
Sin embargo, parecía bastante contenta con el hecho de que su grupo se ocuparía de la víctima, así que era una preocupación menos para mí; hasta que encontrara algo más con qué molestarme.
—Estoy haciendo fettuccini con pollo Alfredo para la cena, ¿suena bien?