Era ahora o nunca. Kat estaba asustada, podía ver que estaba a punto de entrar en pánico y la bebé empezaba a inquietarse. No podía dispararle a la perra en la cabeza porque mi hija estaba justo allí, pero un tiro en la rodilla era suficiente para lo que tenía en mente.
Kat me vio justo cuando estaba apuntando, pero mi valiente chica no hizo ningún sonido. La conocía lo suficiente como para reconocer la mirada de alivio que apareció en sus ojos.
Disparé justo cuando mi pequeña me notó y empezó a llamarme. La bala dio en el blanco, detrás de la rodilla, y ella cayó con un grito. Me puse en movimiento antes de que tocara el suelo.
—Sube las escaleras Kat y llama a tu padre —puse mi rodilla en la espalda de la idiota y le quité el arma de la mano mientras se retorcía de dolor. Ella gritaba de rabia e intentaba empujarme, y me costó toda mi fuerza no estrangularla.