Capítulo 8 – Un Paso Fuera del Reloj

El reloj de la oficina marcaba las 10:47 AM.

Era raro verlo allí sin su traje de trabajo, sin su identificación colgando al cuello ni el habitual termo de café en mano. Esta vez, Izeo estaba vestido con ropa casual, sin prisas. Solo con una determinación callada.

Tocó la puerta de madera barnizada.

—Adelante —respondió la voz grave desde el interior.

El despacho del jefe estaba igual que siempre: libros amontonados, papeles por revisar y la eterna planta de bambú que milagrosamente seguía viva. Detrás del escritorio, el viejo director administrativo alzó la mirada. Su cabello completamente blanco contrastaba con su piel curtida por los años, y sus ojos sabían más de lo que cualquiera creía.

—Así que te vas… Izeo.

El joven bajó la mirada un momento.

—Sí. Siento que… necesito conocerme. Ver más allá de los pasillos que he recorrido todos los días.

El viejo asintió lentamente, sin mostrar sorpresa.

—Eres muy joven… apenas 18. Y aún así, has trabajado más duro que cualquiera en este lugar.

Sabes… los demás a veces se preguntaban por qué eras tan serio, tan constante. Pero yo sabía que no era por obligación, sino porque querías demostrar que valías.

Y lo hiciste.

Con creces.

Izeo tragó saliva. Sentía cómo la garganta se le cerraba un poco.

—Gracias… por aceptar a alguien como yo. Por dejarme formar parte de algo.

El anciano sonrió con una ternura que desarmaba.

—Izeo… no fuiste parte de algo.

Tú fuiste una pieza clave.

Perderemos una persona fundamental, pero… sé que esto será lo mejor para ti.

Izeo bajó la cabeza en una reverencia profunda.

El silencio que siguió no fue incómodo, sino respetuoso. Como si el propio tiempo lo acompañara a cerrar ese capítulo.

Cuando salió del despacho, varios empleados lo miraron. Algunos lo saludaron con discreción. Otros intentaban disimular la sorpresa. Pero nadie dijo nada. Tal vez, porque sabían que, aunque se iba, algo en Izeo ya había cambiado.

Esa misma tarde, de regreso en su departamento, Izeo abrió su armario.

Su mochila no tenía mucho. Unas mudas de ropa, un par de libros, una libreta vieja que aún conservaba con anotaciones de su época de estudiante, y la tarjeta con el logo de F.O.R.I.S.

La observó por un largo rato.

—No sé qué me espera…

Pero al menos ya no me quedaré quieto.

Guardó todo. Cerró la mochila. La dejó junto a la puerta.

El atardecer teñía la ciudad con tonos dorados. Las luces empezaban a prenderse, y el murmullo de las calles seguía como si nada pasara.

Pero para Izeo, el mundo acababa de cambiar.

Y lo mejor… aún no había comenzado.