Capítulo 6 - El silencio del bosque

Los días transcurrieron más rápido de lo que habría imaginado. Dejamos atrás los valles soleados y nos adentramos en un bosque cada vez más espeso. Solo faltaban tres jornadas para llegar al corazón de Valtoria

Durante el trayecto en la caravana, descansábamos brevemente y evitábamos mantenernos cerca de lugares concurridos. Nuestra posición era vulnerable, así que decidimos movernos de forma estratégica y sigilosa para evitar bandidos.

Nos acompañaba Sir Acacio Daytong, un excomandante de la guardia imperial. Con sus casi sesenta años y ya retirado, parecía que sus días de gloria habían quedado atrás. Pero logré persuadirlo hace un tiempo para trabajar conmigo, entrenando a futuros guardias prometedores. A cambio, le ofrecí una buena pensión y un lugar en las montañas. Algo que ayudaba mucho a su tratamiento contra el asma leve y la presión arterial alta. Los médicos imperiales le habían recomendado un entorno más limpio, seco y tranquilo.

Fue entonces cuando aceptó mi invitación, la de la joven duquesa Selene para instalarse en las montañas del ducado Valtoria, una región conocida por su aire puro, su altitud y su aislamiento del ajetreo de la capital. Allí, rodeado de naturaleza y silencio, su salud mejoró notablemente. El aire seco redujo sus crisis respiratorias y su presión se estabilizó con el ritmo calmo del lugar. Aunque se retiró del frente, no abandonó su vocación: comenzó a entrenar a jóvenes del ducado. Y cuando lo llamé para instruir a mis nuevos aliados, no dudó.

Los jóvenes estaban impresionados con sus historias de guerras y batallas. Aunque el primer encuentro me causó gracia:

—¿Son estos los reclutas, mi lady? —preguntó Sir Acacio, levantando una ceja.

Yo me limité a asentir. Ellos estaban con la mirada baja frente a él.

—Qué decepción —comentó—. Escuálidos, desordenados, sin temple —se rascaba la barba mientras los observaba—. No hay una pizca de honor en sus figuras.

—¡Honor tenemos de sobra! —le gritó Riven.

—Así es —comentaron los demás, heridos en su orgullo.

—Mmm... y por supuesto, carecen de modales —volvió a decir, sin prestarles importancia—. Habrá mucho trabajo por hacer, mi lady. Eso me gusta —rió finalmente.

Los chicos parecían realmente ofendidos.

—Los dejo para su entrenamiento. Confío en sus habilidades, Sir Acacio —me despedí, pero me quedé cerca, observando cómo comenzaba a entrenarlos en resistencia. A punta de gritos, los tenía instruidos como si fueran un pelotón militar. Sonreí ligeramente al verlos sudar por el esfuerzo físico.

Llevaban días entrenando en cada momento de descanso para los caballos. Sir Acacio no les daba tregua. Pero, contrario a lo que otros podrían pensar, el espíritu de estos jóvenes estaba lejos de quebrarse. Cada día parecían más entusiasmados con las lecciones del excomandante, y casi podía ver el brillo en sus ojos cuando recibían su aprobación.

Caspian se había mantenido bastante callado e introspectivo, algo poco común en él, pero cumplía a la perfección con todos los mandatos y exigencias de Acacio.

Faltaba poco para el anochecer. Las tiendas estaban montadas para mí y para mis sirvientas. Me encontraba sentada frente a una fogata cuando noté que Sir Acacio terminó la lección y los mandó a asearse al lago cercano. Caminó con su bastón hasta mí y se sentó cerca, pero manteniendo distancia.

—Con permiso, mi lady —dijo al acomodarse.

—¿Cómo va el entrenamiento, Sir Acacio? —quise indagar.

—Estos niños prueban mi paciencia. Son un grupo rebelde y poco preparado —respondió, como esperaba—. Sin embargo, tienen un fuego en su interior que los motiva a mejorar. Sin duda, son buena madera para algo grande —bebió de su cantimplora—. ¿Está segura de este grupo, mi lady?

—Sí —contesté mirando el fuego—. Les di mi nombre, mi apoyo. Nadie más lo hubiera hecho —sonreí amargamente, pensando en todo lo que debieron atravesar hasta ahora.

—Nadie más se habría atrevido —murmuró.

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La noche cayó sobre nosotros. Yo estaba en mi tienda, solitaria, pero no podía dormir. Escuchaba todos los ruidos de la naturaleza afuera. Me levanté para salir y justo fuera de mi tienda estaba Caspian. Al verme, bajó la mirada en un saludo solemne.

—Mi lady, ¿no debería estar durmiendo?

—No puedo dormir, Sir Caspian. Me siento inquieta.

Él se acercó y me ofreció su gran capa negra para cubrirme. 

—Está haciendo frío, mi señora —dijo. Extendiéndome la tela para que la usara.

El calor de la tela aún guardaba su olor: bosque, cuero y algo indescriptiblemente suyo.

Me obligué a no pensar en eso.

—Deseo caminar al lago. ¿Me acompañas? —pregunté suavemente. Él asintió.

Caminamos en silencio. La luna ya no estaba en su máximo esplendor, pero aún iluminaba el camino con su brillo plateado. A corta distancia llegamos al lago. Observé el cielo estrellado reflejado en el agua. El silencio solo era interrumpido por los grillos y las aves nocturnas.

—¿Aún dudas de mí, Caspian? —dije casi sin pensar. Fue como si la pregunta se escapara de mis labios en un susurro.

No quería mirarlo. Ya sabía su respuesta.

—Sí —respondió suavemente.

Lo sabía, pero igual dolía.

—Aún así voy a protegerla, mi lady, aunque no confíe del todo —añadió.

—Eso me basta, Sir Caspian —suspiré. Lo miré. Sus ojos dorados brillaban con intensidad al reflejarse en el lago.

Me di la vuelta para regresar al campamento, pero de repente Caspian me empujó contra el tronco de un árbol, acorralándome con sus brazos.

Lo miré, en estado de shock.

—Caspi... —no alcancé a terminar. Cubrió mi boca con su mano.

—Shhh —me susurró con urgencia. Su mirada no estaba sobre mí, sino escaneando el bosque.

—El bosque está en silencio —me dijo muy cerca del oído. Y entonces entendí. El sonido de los animales había desaparecido.

En ese instante, una flecha se incrustó en el árbol junto a nosotros. Caspian me sostuvo con fuerza del brazo.

—Agáchese —ordenó, y obedecí. Silbó como el canto de un ave, y de entre las sombras apareció Elías, sosteniendo su espada. Se abalanzó contra un hombre corpulento entre los matorrales. Escuchamos el forcejeo.

—¡Nos atacan! —gritó Caspian, desenvainando su espada. Se quedó cerca de mí, atento a todo. Otra flecha salió de la nada, pero la bloqueó con su espada.

Yo seguía en el suelo, temblando, apoyándome en el árbol. El miedo y la adrenalina corrían por mis venas.

Escuchaba a los demás luchando. Pronto, Elías regresó a nuestro lado.

—Llévatela de aquí —ordenó Caspian—. Eres el más rápido. Ponla en un lugar seguro.

Elías asintió, me cargó en su espalda y comenzó a correr.

—Disculpe, mi lady —susurró. Corría tan rápido que no alcancé a ver la batalla.

Me dejó dentro del carruaje, el lugar más seguro. Era grande, resistente, difícil de penetrar. Bloqueó la puerta desde afuera.

—Quédese aquí, mi lady. Me quedaré afuera para protegerla —me dijo.

No podía hablar. Estaba aterrada. Había leído sobre batallas, pero nunca había estado en una. Maldición, en mi mundo lo más peligroso era que te asaltaran por el celular.

Escuché golpes afuera. Grité su nombre:

—¡Sir Elías!

La carroza era tan cerrada que apenas podía oír. Las ventanas estaban bloqueadas, como si los Valtoria supieran prepararse para esto.

Un chirrido de dolor se oyó afuera. La puerta fue forzada. No, no podía morir aquí.

Un hombre de negro entró. Su mirada era maliciosa. Tenía un cuchillo ensangrentado.

—Alguien muy poderoso la quiere muerta —dijo entre risas—. Pero qué desperdicio...

—Si va a matarme —tragué saliva—, hágalo rápido.

—Como ordene, duquesa —dijo, relamiéndose los labios. Levantó el cuchillo.

Cerré los ojos con fuerza. Entonces escuché un grito de dolor.

Al abrirlos, vi al atacante atravesado por una espada. La sangre salía por su boca. Cayó al suelo.

Caspian apareció, su espada aún goteando. El alivio me invadió y rompí en llanto. Me rodeó con sus brazos.

—¿Está bien? ¿Está herida? ¿Le hizo algo? —me preguntaba, pero no podía responder. Solo solté toda la emoción contenida, escondiendo mi rostro en su pecho.

—Todo está bien. Ya terminó —susurró, acariciando mi cabello.