Desde la perspectiva de Caspian
Después de llorar un largo rato, la duquesa se quedó dormida en mis brazos. La conmoción debió dejarla agotada. La cargué con cuidado y la llevé a su tienda. Allí, sus damas de compañía se encargaron de acomodarla.
Salí de la tienda para encontrarme con los demás.
—Eran cinco en total. Ya revisamos los alrededores; no parece haber nadie más —me informó Kael.
—¿Cómo está Elías? —pregunté.
—Está bien. Por suerte no fue nada grave. Recibió un golpe en la cabeza, pero ya está lúcido —respondió Thorne.
—Solo este quedó con vida —comentó Riven, arrojando a un sujeto al suelo. Parecía pequeño en comparación con los demás. Estaba atado de manos y pies, y se retorcía como una sanguijuela.
Me acerqué y le quité la mordaza para interrogarlo.
—¿Quién te mandó? ¿Qué buscaban? —le pregunté.
—No sé nada, se lo juro. A mí solo me pagaron para espiar el campamento. Ellos harían el trabajo, lo juro. Soy nuevo, no tengo nada que ver —dijo el sujeto, visiblemente asustado y tembloroso.
Suspiré profundamente, decepcionado. No obtendríamos nada útil.
—Llévenselo al pueblo más cercano. Entréguenlo a las autoridades —ordené, y se lo llevaron.
Llevaban, al menos, un par de horas vigilándonos, y esperaron el momento en que estuviéramos más vulnerables. Matamos a los otros cuatro durante la batalla, pero la voz de uno de ellos aún resonaba en mi mente. Mientras luchaba con él, me dijo: "No confíes en esa arpía, su sangre es impura". ¿Qué habrá querido decir? Se me erizaba la piel solo de recordar su mirada vacía.
—Actuaste como un verdadero líder, muchacho —comentó Sir Acacio, apareciendo a mi lado.
—No lo soy, Sir Acacio —respondí, algo cabizbajo—. Elías resultó herido. Estas personas debieron estar al menos tres horas merodeando. Debí darme cuenta antes —me reproché.
—Cierto, aún eres inexperto. Pero estos días te he observado, y muestras un gran avance. Tienes un talento innato, muchacho —sus palabras me ofrecieron algo de consuelo, aunque aún me sentía culpable por lo sucedido.
Después de toda la emoción, nos fuimos a descansar. Otros hicieron guardia. Mañana continuaríamos a paso más rápido. No permitiría que nos tomaran desprevenidos nuevamente.
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Habían pasado apenas unos días desde el ataque. Selene caminaba entre los suyos como si nada hubiera pasado. Alta, serena, el mentón en alto. Impecable en su porte, como si la palabra “miedo” no existiera en su diccionario. Pero yo la había visto. Temblando. Hundida en mis brazos. Sollozando con un dolor tan profundo que ni ella parecía comprenderlo.
Aún podía sentir sus dedos aferrados a mi capa, el temblor de su cuerpo contra el mío, su llanto silencioso como una plegaria ahogada.
Y ahora... la veía ahí. Compuesta, distante. Como si todo hubiera sido una ilusión.
Eso me descolocaba más que cualquier palabra que hubiera dicho.
Ahora la veía a la distancia, sentada junto a una de las carretas, con un libro en las manos que no parecía estar leyendo. Su mirada vagaba hacia nosotros, distraída.
—¡Vamos, más rápido, Thorne! ¿O acaso las botas nuevas te pesan demasiado? —gritó Riven, riéndose.
La risa de los muchachos resonaba entre los árboles. Aunque aún teníamos el susto en el cuerpo, esa pequeña rutina de entrenamiento había traído algo de normalidad. Acacio nos hacía correr, practicar con espadas de madera, derribarnos entre nosotros en juegos que mezclaban técnica con travesura.
—Cuidado con ese giro, Kael —gritó el viejo soldado—. Si haces eso en batalla real, no vivirás para contarlo.
Vi a Elías sonreír, aunque tenía una venda en la frente. Se le notaba algo mareado todavía, pero no quería quedarse fuera. Lo dejé participar solo en los ejercicios más suaves.
Me crucé de brazos, observando a mis compañeros como si estuviera afuera de todo eso. Siempre había sido así. Cumplir órdenes. No encariñarse. No confiar.
Pero entonces la vi a ella.
Selene. No como la duquesa altiva que imaginaba, sino como alguien que no sabía qué hacer con su soledad. Había una suavidad en su rostro cuando nos miraba jugar, una ternura fugaz que se evaporaba apenas la atrapábamos con la vista.
¿Por qué sonríes así…? ¿Por qué me miras de esa forma?
Intenté alejar mis pensamientos. No debo confiar ciegamente.
Desde la perspectiva de Selene
Nos movimos rápidamente después del incidente. Intenté mantenerme firme y no mostrar debilidad. Debía jugar bien mi papel de duquesa fuerte. No podía desmoronarme.
Cada vez la distancia a Valtoria era más corta. Sin duda, llegaríamos en menos de una noche. Nos detuvimos cerca de un arroyo para que los caballos descansaran y bebieran agua. Mientras tanto, el maestro Acacio aprovechó el momento para entrenar a los muchachos. Estaban con espadas de madera, practicando duelos bajo un gran y viejo árbol.
Los observaba practicar y no podía contener mis sonrisas al verlos comportarse como niños.
Riven intentó saltar por encima de Kael para darle un golpe en la espalda y terminó cayendo de bruces en el barro. Todos rieron, menos Caspian.
Él solo lo ayudó a levantarse, con esa expresión serena que no se rompía nunca. Aunque yo sí la había visto romperse. La otra noche. Cuando me abrazó y no dijo nada. Cuando creí que estaba sola y, de pronto, no lo estuve.
Lo que más me sorprendía no era su fuerza, ni su destreza, sino que parecía... cuidar. Incluso cuando no quería.
Mis dedos acariciaban las tapas del libro con nerviosismo. Quería levantarme. Decir algo. Tal vez acercarme y participar. Pero me limité a mirar, como si este momento me fuera ajeno.
Como si no me perteneciera.
—Anda, Caspian, atrévete a vencerme —escuché provocar a Riven—. ¿O es que me tienes miedo? —se burlaba.
Caspian ni se inmutó ante sus provocaciones. Se adelantó sin una palabra y en apenas tres movimientos lo desarmó, haciendo que la espada de madera de Riven saliera volando.
—Eso no cuenta —refunfuñó Riven desde el suelo—. Estaba distraído.
—Sigue diciéndotelo, tal vez algún día te lo creas —replicó Caspian con calma, volviendo a su posición.
Pero Riven no se dio por vencido. Se levantó y se lanzó de nuevo, esta vez para un combate cuerpo a cuerpo. Era más grande y más robusto, así que tenía cierta ventaja, pero Caspian se movía con una precisión casi elegante. No se trataba de fuerza bruta, sino de técnica. Esperaba el momento justo, y cuando Riven cometió un pequeño error, lo usó en su contra.
Con un giro inesperado, lo tomó del brazo y del hombro, y lo lanzó con fuerza contra la base del gran árbol.
El impacto fue tal que hizo temblar las ramas más altas.
Entonces, algo cambió.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Algo andaba mal.
Miré al árbol y vi que una de sus ramas estaba a punto de caer sobre Caspian. No.
Sin pensarlo, corrí en su dirección.
—¡CUIDADO! —grité con fuerza.
En un instante, lo empujé fuera del camino de la gran rama que caía. Todo parecía moverse en cámara lenta. Levanté los brazos por reflejo, y desde mis palmas brotó un haz de luz de color violeta que envolvió todo a mi alrededor.
La gran rama que estaba por aplastarnos se transformó, ante mis ojos, en miles de pétalos de cerezo. Pequeños, delicados y rosados.
Lo sentí.
Yo lo había hecho.
—¿Se encuentra bien, mi lady? —escuché la voz de Caspian tras de mí. Notaba sorpresa en su tono, pero también preocupación.
Sentí una punzada en el hombro, cerca de la clavícula derecha.
—Estoy bien —contesté suavemente.
Me di vuelta despacio para encontrar los ojos de Caspian, que se abrieron aún más al verme. El calor en la zona del hombro se extendió; pude ver sangre, y ahí mi mente se puso borrosa. Todo a mi alrededor parecía perder importancia y mis piernas temblaron.
Ahí sentí que me desvanecía.