Desde la perspectiva de Caspian
—¿Se encuentra bien, mi lady? —pregunté, aún sin aliento. No podía creer lo que acababa de ver.
—Estoy bien —susurró con suavidad.
Se giró hacia mí… y el mundo pareció detenerse.
Una rama se había incrustado en su hombro, justo debajo de la clavícula. La sangre comenzaba a brotar con rapidez, tiñendo el delicado vestido blanco, escurriéndose por los bordados que cubrían su cuello. La vi temblar, sus piernas cediendo, y sin pensarlo la sujeté entre mis brazos antes de que cayera.
—¡Rápido, traigan a un sirviente! —grité, la voz desgarrada por la urgencia.
La alcé, dispuesto a correr con ella hasta su carruaje, pero entonces sentí su mano aferrarse a mi hombro. Era un toque débil, frágil, pero cargado de una voluntad inquebrantable.
—Detente… —dijo apenas audible.
—Pero…
—Es una orden —murmuró, casi escupiendo las palabras entre el dolor.
Obedecí. La bajé con cuidado al suelo, sosteniéndola con una mano mientras la otra intentaba detener la sangre.
Su mano, trémula, se aferró a la rama clavada en su cuerpo. Su rostro se contorsionó en una mueca de dolor. Entonces, lo vi otra vez: ese resplandor púrpura.
Como un suspiro de otro mundo, la luz emergió de su piel y envolvió la rama. Frente a mis ojos, la madera sólida se disolvió en agua. Un líquido cristalino cayó por su hombro, empapando su ropa y la tierra bajo ella.
Pero la herida… la herida seguía sangrando.
—Caspian… presiona la herida —murmuró con dificultad.
Rápidamente rasgué su vestido en la zona afectada y presioné con ambas manos. La sangre caliente me empapaba los dedos, pero entonces lo sentí. Un cambio.
Una corriente helada subió desde mis palmas por mis brazos. Un escalofrío. El mundo pareció contener el aliento.
Bajo mis manos, la luz volvió a surgir. Esta vez no era un destello, sino una bruma violeta que danzaba sobre su piel. Al retirarlas, ya no quedaba herida. Solo una cicatriz. Pequeña. Perfecta. Con forma estrellada.
Su respiración se volvió tranquila. Su rostro relajado. Y se desmayó.
Por un momento, todo quedó en silencio.
—Eso fue… magia demoníaca —escuché a Elías murmurar tras de mí, con una mezcla de temor y asombro.
Nadie más dijo nada. Ni un suspiro. Solo el sonido del viento entre los árboles y mi respiración, que aún no lograba calmarse.
La tomé en brazos con sumo cuidado.
—Nos vamos —ordené con voz firme.
Y todos se movieron sin rechistar.
Durante todo el trayecto de regreso a Valtoria, no aparté la vista de ella. Su cuerpo descansaba entre mis brazos como si hubiese perdido todo peso. Su cabello húmedo por el agua mágica se enredaba en mi uniforme. Tenía las mejillas pálidas, y sus pestañas negras apenas temblaban cada cierto tiempo. La sentía frágil. Humana. Demasiado real.
Y, sin embargo, acababa de hacer algo imposible.
¿Qué eres, Selene? ¿Qué fue eso?
Cada tanto sentía el cosquilleo del frío que me había recorrido las manos. No se iba. Como si su poder me hubiese dejado una marca invisible.
Al llegar, el castillo se alzó ante nosotros como una sombra antigua. Las columnas eran altas y pesadas, los tapices ondeaban en el viento, mostrando el emblema de los Valtoria: un águila negra sobre fondo violeta.
Un médico esperaba en la entrada. Su expresión cambió al vernos.
—Rápido, por aquí —ordenó, guiándonos a través de los pasillos fríos y silenciosos del castillo. Las antorchas aún encendidas proyectaban sombras largas que bailaban sobre las piedras.
La habitación a la que la llevaron era amplia y elegante, con cortinas de terciopelo, un ventanal que dejaba entrar la luz del amanecer y una gran cama de madera tallada. La deposité con cuidado sobre las sábanas.
El médico la examinó sin hacer preguntas.
—Está estable. Su energía vital es baja, pero el descanso es lo mejor que puede hacer por ahora —dijo antes de retirarse.
Asentí en silencio. No me moví.
Salí solo por unos minutos. Fui directo a las caballerizas, donde encontré a mis compañeros reunidos con Sir Acacio. Conversaban en voz baja, tensos.
—No quiero que ninguno mencione lo ocurrido hoy. ¿Está claro? —escupí, con el tono más severo que recordaba haber usado.
Elías bajó la mirada. Riven apretó la mandíbula. Kael y Thorne asintió sin decir palabra.
—Esto se queda entre nosotros —continué—. Nadie más puede saberlo. No podemos confiar en nadie más.
Miré a Acacio. Él me sostuvo la mirada, sin parpadear.
—Sabes que esto no desaparecerá solo, muchacho —dijo finalmente—. Pero por ahora… tienes mi silencio.
Volví de inmediato a los aposentos de la duquesa.
Gerald estaba en la habitación. Se incorporó de inmediato al verme entrar.
—Joven Caspian, ¿qué hace aquí? —su tono era cortés, pero en su mirada había juicio.
—Me quedaré con ella. Toda la noche, si es necesario.
Me acerqué a la cama y arrastré una silla junto a su cabecera.
—No es necesaria su presen...
—No fue una petición, Gerald —lo interrumpí—. Como su caballero, la protegeré en todo momento.
Cruzó los brazos, pero no respondió. Me sostuvo la mirada un instante, luego se giró y salió en silencio.
Me quedé a su lado en la penumbra.
La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas, tiñendo la habitación de un color lavanda pálido. Afuera comenzaba a despertar el mundo, pero para mí todo seguía suspendido en ese instante bajo el árbol.
¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué te arriesgaste por mí?
Recordaba la forma en que los pétalos cayeron, suaves y lentos, como si el tiempo se hubiese detenido para verlos flotar. Luego, el dolor. La sangre. Y ese frío bajo mis manos, sanándola como si la muerte no pudiera alcanzarla.
¿Quién eres, Selene Valtoria? ¿Qué más estás ocultando?
Las horas pasaron sin que lo notara. La noche se desvaneció lentamente hasta convertirse en mañana y luego en una tarde soleada. No cerré los ojos ni un segundo. Cada vez que respiraba, lo hacía al compás de la suya.
¿Por qué no podía irme? ¿Qué me retiene aquí...?
Me incliné un poco, observando su rostro. Incluso dormida, tenía el ceño levemente fruncido.Una gota de agua caía aún por su cuello, resbalando entre los mechones húmedos. Me obligué a no tocarla. No tenía derecho. Pero algo en su expresión me hacía sentir... responsable.
Ella me salvó.
Con un poder que no entendía. Con una fuerza que jamás le habría atribuido antes de conocerla. Le acomodé el borde de la sábana con cuidado, intentando no despertarla. Mis dedos rozaron sin querer los suyos. Eran tan fríos.
—Caspian…
Su voz era apenas un susurro. Pero fue suficiente para arrancarme de mis pensamientos.
Me incorporé de inmediato. Sus pestañas revoloteaban con suavidad, como si lucharan por abrirse. Quiso moverse, pero acerqué la mano para impedirlo con delicadeza.
—No intente levantarse, my lady —dije con suavidad—. Está a salvo.
Ella volvió a cerrar los ojos lentamente, aún débil. Me recosté de nuevo en la silla, exhalando por primera vez en horas.
Fue entonces cuando la vi con más detenimiento.
Su rostro, apacible, parecía dormido en paz, pero algo había cambiado. Su cabello, antes oscuro con un pequeño mechón blanco en el lado derecho, ahora mostraba varias hebras más, como si la nieve hubiese comenzado a invadir su melena en silencio. Ya no era solo un detalle.
Y su ojo derecho —aunque cerrado ahora— lo había visto antes de que cerrara sus párpados. Había una mancha violeta en el iris, como si la luz que la envolvía se hubiese quedado a vivir allí.
Esto es más de lo que podía comprender.