“No toda pelea deja marcas en la piel, algunas luchas se libran en la oscuridad, muy adentro de uno mismo.”
El bosque enmudeció. La tormenta se detuvo y solo quedó un silencio denso, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración. A kilómetros de allí, los ecos todavía resonaban. El viento traía consigo un sutil aroma a ceniza, a hierro, a algo destruido. En una vieja cantina en el sur de Tecoyapan, los cuerpos aún permanecían en reposo. Algunos por necesidad, otros por miedo. Sin embargo, en el núcleo de uno de ellos, la guerra no había llegado a su fin. Muy en lo profundo, en un rincón oculto de su memoria, Yaiba se encontraba atrapado. Perdido en un lugar sin tiempo ni forma, donde los recuerdos eran ecos distorsionados y los pensamientos se mezclaban con pesadillas. Un árbol. Una risa. Niños que saltan sin ojos... y una promesa pronunciada con labios sin rostro. Las repercusiones de su despertar aún permanecen por revelarse. Pero una cosa está clara: el chico que despertará… ya no será el mismo.
Todo está negro.
Un viento helado sopla entre la nada.
De pronto… una luz distante. Pequeña. Cálida. Viva.
Un árbol. Gigante, inmenso, tan alto que su copa se pierde en un cielo inexistente. Brilla con una luz tenue, como si respirara. La brisa que lo rodea es suave, pero su presencia impone.
Yaiba camina, o cree caminar. No hay suelo. No hay cielo. Sólo esa luz que lo atrae.
Y entonces, voces, son Infantiles. Dulces y quebradas.
—¡Yaiba!
—¡Ven a jugar!
—¡Estamos esperándote!
Sombras pequeñas comienzan a rodear el árbol. Niños. O algo parecido a niños. Sus siluetas brincan alrededor del tronco, danzan en círculos. Él no puede ver sus rostros claramente, pero los escucha reír. Gritar.
Algo empuja su espalda. Algo invisible. Lo empuja hacia ellos.
—¡Vamos! —dicen—. ¡Falta uno más!
Yaiba intenta detenerse, pero sus piernas no responden. Cada paso lo acerca más al árbol, a las risas.
Pero ahora, esas risas… cambian. Se distorsionan. Se funden con un eco que ha escuchado antes. Un susurro.
Una voz sin nombre que ha oído en sus sueños más oscuros.
Cuando llega a la base del árbol, los niños se detienen. Lo miran.
Sus ojos… no existen.
Sólo hay una gran sonrisa blanca que se dibuja en cada rostro.
Las voces se unen en un solo coro:
—No dejes que ella despierte…
Yaiba retrocede. El miedo lo paraliza. Su respiración se acelera.
—¿Q-qué…?
Las siluetas de los niños se multiplican. Uno salta sobre él. Luego otro. Y otro. Manos invisibles surgen del suelo, se enredan en sus piernas, en su cuello.
No puede moverse y no puede gritar.
El suelo tiembla bajo sus pies. Una figura emerge de la oscuridad, sin ojos ni boca, pero con una voz... que resuena en su oído. Cercana, íntima y difícil de ignorar.
—Encuentra a la hija del demonio… Ella te guiará al lugar que quieres llegar.
Un destello. Una espada.
Una espada lo atraviesa. Un niño lo ha apuñalado en el pecho.
—¡No! —grita Yaiba.
Pero nadie responde. Sólo las sonrisas. Sólo los ojos vacíos. Sólo las sombras danzando.
Entonces…
Despierta.
Su cuerpo salta en la cama. Está empapado en sudor. Sus ojos abiertos de par en par, buscando un enemigo invisible. Su voz se desgarra entre gritos:
—¡Ayuda! ¡No! ¡Aléjense!
Una figura lo toma de los hombros. Es pequeña, suave.
Eshu.
—¡Hey! —le dice con firmeza, pero sin dureza—. Ya estás despierto. Ya estás a salvo.
Pero Yaiba no responde. Tiembla. Mira más allá de Eshu. Mira algo que no está allí.
Trusk irrumpe en la habitación.
Su expresión cambia al ver el estado de Yaiba. El chico tiene la piel pálida, los labios secos, y un pequeño hilo de sangre corre de su nariz. Su respiración es errática y su mirada se encuentra perdida.
-Yo lo sujeto —dice Trusk a Eshu—. Ve a la habitación de al lado. Hay una caja con antibióticos. Y algo más… por si esto no es sólo físico.
Eshu asiente y sale corriendo.
Yaiba balbucea, apenas audible:
—La… hija del… demonio…
Trusk frunce el ceño. Se arrodilla a su lado y le sostiene la cabeza.
—Estás a salvo, chico. Descansa. No pienses en nada ahora.
Pero Yaiba no lo escucha. Dentro de su mente, la frase sigue golpeando como un tambor de guerra:
“Encuentra a la hija del demonio…”
Sus ojos se nublan.
Una sombra parece proyectarse sobre él.
Pero entonces, dos manos suaves tocan sus mejillas. Lo regresan al presente.
Es Maze.
Se arrodilla frente a él. Su rostro, agotado. Sus heridas, aún visibles. Pero sus ojos… son claros, con una gran determinacion.
—Yaiba… —le susurra, casi como un secreto—. ¿Me escuchas?
Él no responde. No puede.
Maze lo abraza.
Y en ese momento, todo se detiene.
Maze cierra los ojos.
Su frente reposa contra el hombro de Yaiba, y en ese instante… el tiempo parece detenerse.
(FLASHBACK)
Un atardecer.
La luz del sol acaricia un campo abierto, lleno de flores silvestres. El cielo se tiñe naranja y dorado. Allí, sobre una colina solitaria, una chica de vestido blanco se detiene.
Maze. Sin su uniforme de combate, sin dagas, solo ella, dejando que el viento juegue con su cabello con tranquilidad.
Una mariposa revolotea hasta posarse en su nariz.
Ella sonríe, sorprendida. Contiene una risita baja.
—Haces que parezca que el mundo todavía tiene cosas bonitas…
—Lo tiene —responde una voz detrás de ella—. Cuando te veo así… lo recuerdo.
Ella se da la vuelta, sonrojada.
Él está ahí, apoyado contra un árbol, con una sonrisa cansada pero genuina. Sus ojos, serenos.
Elliot.
—Deja de decir cosas tontas —le dice Maze, bajando la mirada con una sonrisa tímida—. No me acostumbro a verte así. No estás entrenando, ni dando órdenes. Solo… estás aquí.
—Y tú sin tu ropa de pelea. Parece que te escapaste de ti misma —bromea él.
Ella ríe. Pero cuando voltea, él ya está frente a ella. Sin aviso, la envuelve en un abrazo.
El corazón de Maze da un vuelco.
—Elliot… ¿qué haces?
—Cuando te pierdes en tus pensamientos —susurra él, apoyando su mentón sobre su hombro— siempre vienes aquí… a perderte más.
Ella cierra los ojos. Él continúa:
—Quisiera prometerte que nunca vas a caer… pero eso sería mentirte.
—Ya lo sé —responde Maze con voz quebrada.
Él aprieta un poco más el abrazo.
—Entonces déjame hacerte otra promesa. Cuando sientas que la vida te está doliendo demasiado… Iré a ti y te daré un abrazo. No lo arreglará… pero al menos, hará que duela un poco menos.
Maze no puede decir nada. Solo siente cómo el pecho le duele, pero no de tristeza… sino de algo que ya no está.
Elliot se separa un poco. Le acomoda un mechón de cabello tras la oreja.
El sol detrás de él hace que su silueta brille.
Como si fuera el sol mismo.
(Fin del flashback)
El recuerdo de Elliot se desvanece como la brisa entre los árboles.
Maze, aún con los ojos cerrados, estrecha el abrazo sobre Yaiba con una delicadeza nueva. Como si lo envolviera no solo con sus brazos, sino con toda la ternura que ha aprendido a reconocer como suya. Al abrir los ojos, encuentra el rostro de Yaiba pálido, débil… pero tranquilo por un instante.
Justo entonces, Eshu regresa.
—Aquí está la medicina —anuncia mientras entra, agitada.
Trusk asiente con rapidez. —Gracias. Dámela.
Eshu entrega la inyección, y Trusk actúa con eficiencia. La aguja entra en el brazo de Yaiba, y el joven apenas reacciona. El líquido comienza a hacer efecto. Trusk se asegura de que respire con normalidad, y tras confirmar que el pulso no se acelera, suelta un suspiro cansado.
—Es un sedante fuerte —explica—. No curará lo que tiene, pero al menos lo hará dormir… y eso es algo que necesita con urgencia. Su cuerpo sigue demasiado tenso. No está listo para moverse.
Maze abre la boca para responder… pero Eshu la interrumpe.
—¿Él es tu compañero?
Su tono no es de genuina curiosidad. Hay algo más: sospecha. Cautela.
Maze gira el rostro hacia ella.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Una necesaria —replica Eshu con firmeza—. Porque lo que vi en el bosque… eso no era humano.
Maze frunce el ceño.
—Tiene un nombre. Se llama Yaiba.
—Lo que yo vi —continúa Eshu sin pestañear— fue una criatura oscura con una sonrisa desfigurada. Sangre en las manos. Furia en los ojos. Lo que tú ves como compañero… yo lo vi como un demonio.
La tensión se dispara en el ambiente.
—¡Basta! —responde Maze, alzando la voz por primera vez.
Sus puños se tensan. Se separa de Yaiba y da un paso al frente. Su mirada es fuego.
—¿Y qué querías que hiciera? ¿Dejar que ese maldito cazador nos matara? ¿Quedarnos a ver cómo tú eras despedazada por esos umps? ¿Eso querías?
Eshu aprieta los labios. Se mantiene firme.
—Yo no pedí que me rescataran.
—¿¡Perdón!? —Maze da otro paso. Su voz tiembla de rabia—. ¿¡Y eso qué importa!? ¡Te salvó, idiota! ¡Se lanzo herido, con el cuerpo roto, solo para que tú siguieras respirando! ¡Y ahora le devuelves eso con sospechas y miedo?
Eshu no se mueve. La frialdad en su rostro contrasta con la tormenta que estalla en el de Maze.
—Lo que tú llamas valentía… yo lo vi como locura. Cualquiera que pierda el control así, que se transforme en algo como eso… no debería andar suelto. Podría volverse contra cualquiera.
—¡Él no lo haría! —grita Maze.
Y de pronto, la rabia la supera.
Levanta la mano. El brazo tiembla. El impulso nace, casi instintivo. Un movimiento reflejo, casi sin pensar. Pero justo cuando su palma va a trazar el arco hacia el rostro de Eshu...
Trusk la detiene.
Su mano curtida se cierra con fuerza alrededor de la muñeca de Maze. No violento, pero sí firme. Demasiado firme como para que Maze pueda continuar.
Silencio.
El rostro de Maze está descompuesto, su respiración entrecortada. Eshu la mira, sin moverse un centímetro. Trusk, en medio, mantiene la tensión atrapada entre sus dedos.
—No —dice el viejo, con voz baja, cansada, pero poderosa—. Así no, Maze.
Maze intenta soltarse. El cuerpo le tiembla. Pero algo en los ojos de Trusk la hace detenerse. Tal vez su mirada… o tal vez el reflejo de Yaiba, dormido, ajeno a todo… detrás de ellos.
Trusk la suelta con lentitud.
Maze da un paso atrás, respirando agitada.
Eshu alza la voz con la frialdad de una cuchilla:
—Si él fuera tan humano como tú dices… ¿cómo dejó al cazador en ese estado?
Maze se queda helada.
La mirada se desvía… y entonces lo ve.
Sung Aegis.
Acostado al fondo del cuarto, cubierto de vendas. Todo su cuerpo. Incluso su rostro, oculto bajo gasas, como si cada centímetro de piel hubiera sido arrancado.
A su lado, Brutus yace inmóvil, aunque aún respira.
Un estremecimiento recorre la espalda de Maze.
Trusk ve la duda nacer en su mirada. Y entonces, suspira.
—Es hora de que sepas lo que ocurrió… —dice con voz grave—. Y entiendas lo que ese chico… lo que Yaiba fue, lo que paso cuando te desmayaste.
En otra parte de Tecoyapan, lejos de los gritos contenidos y los recuerdos enterrados, una discusión estalla por algo aparentemente trivial: una manzana.
—¡Te vi! —grita una chica de cabello plateado, apuntando con el dedo al vendedor del puesto de frutas—. ¡A la del vestido escotado le cobraste cinco remas! ¡Y a mí me quieres sacar quince!
El vendedor, un tipo grande, con manos callosas y voz rasposa, se encoge de hombros.
—El precio es el mismo para todos, chiquilla. A menos… —sonríe de lado— que quieras arreglarlo de otra manera.
Sus ojos se deslizan por ella con descaro. La chica retrocede un paso, tensa como una cuerda de arco.
—Podrías venir a mi carpa un rato —añade el hombre, mientras sus ayudantes se ríen—. Yo mismo te doy toda la fruta que quieras… gratis.
La chica aprieta los dientes. Su rostro enrojece, pero no por vergüenza. Por rabia.
—¡Eres un idiota! —escupe—. Si piensas que por un momento accedería a eso, en tu mente no hay ni una mosca, ¡Esta vacía tu cabeza!
De un empujón, derriba el puesto entero. Las manzanas ruedan por el suelo como gotas de sangre en la piedra. El vendedor grita una maldición y sus ayudantes se lanzan tras ella.
Pero la chica ya corre. A toda velocidad.
—¡No es tan fácil escapar, mocosa!
Mientras sus pasos retumban por las calles de piedra, ella piensa con fuerza:
“¿Vendrías tú… si supieras que estoy aquí? ¿Te diste el tiempo de pasar por este pueblo, aunque sea una vez?”
El viento le revuelve el cabello. Se lleva una mano al pecho, conteniendo el temblor.
—Estoy tan cerca del bar —susurra para sí.
Pero los pasos detrás se hacen más fuertes. Ya casi la alcanzan.
Un grito ahogado se le escapa cuando uno de los ayudantes estira el brazo. El corazón se le acelera. Tiene que acelerar, tiene que hacer algo, cualquier cosa, pero antes de que pueda pensar, atraviesa la puerta del bar que estaba abierta de golpe.
Entra como un rayo. Cae al suelo. Los ojos nublados por las lágrimas. Detrás de ella, los hombres se detienen un segundo en la entrada.
La escena que encuentran dentro los detiene en seco.
Tres figuras frente a ellos. La chica, de rodillas. Su respiración agitada.
A su lado, Maze, aún herida pero de pie. A su otra mano, Eshu, con la mirada encendida.
Y frente a todas ellas…
Trusk.
Con los puños cerrados. Sus pies firmes como columnas de piedra. Su expresión… letal.
—Tienen tres segundos para salir —gruñe el viejo sin levantar la voz.
Los ayudantes se miran entre sí, dudando.
Trusk da un paso adelante. El suelo cruje bajo su peso.
—Tres…
Las palabras que siguen no son un grito. Son una sentencia.
—Dos…
La tensión revienta como un hilo tenso.
—Uno.
Trusk grita
- ¡Hoy no muere nadie más... pero si dan un paso más, serán los primeros del mañana!