Entre luz y oscuridad

A lo lejos, desde un reino donde gigantescos troncos de árboles se alzaban hacia el cielo y un lago cristalino reposaba en calma, se vislumbró un cegador resplandor amarillo. Su luz inundó las sombras del bosque, agitando las hojas caídas en el suelo.

En el centro de ese resplandor se hallaba una figura: parecía un ser divino, desterrado de los cielos.

—¿Qué es esto? —murmuró Bill, mirando a su alrededor.

Sus manos, sus pies, todo su cuerpo entero, estaba siendo consumido por aquella luminiscencia.

De pronto, la luz desapareció, como si él mismo la hubiese absorbido por completo.

Su mente se sentía más clara, su cuerpo revitalizado. No estaba agotado; incluso la herida en su hombro parecía haberse cerrado.

—...Fuerte —susurró para sí mismo.

Su cuerpo se sentía distinto, un poco más resistente... pero no lo suficiente como para enfrentar a cien hombres.

Giró la cabeza, buscando al hombre que lo acompañaba. Ahora este parecía aún más confundido, con una pizca de miedo en sus ojos. Su cabello rubio se agitaba al viento.

Una escena cómica.

"¿Desde cuándo empiezo a burlarme de los demás?", pensó.

Echó un vistazo rápido a la ventana amarilla flotante frente a él, que esta vez mostraba nueva información:

[Corporeal Shel: un arte marcial perdido de los orcos, destinado a brindar protección física y mental. (Uso pasivo)]

"Hay todo tipo de criaturas extrañas, ¿eh?"

—Oye, Svend.

—¿Sí? Dígame, señor.

—Recuérdame, ¿cómo se llama este lugar? —preguntó Bill, colocando una mano sobre sus ojos y mirando a lo lejos, donde no se veía más que árboles titánicos.

Svend puso una expresión perpleja en su rostro.

...

—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó mientras avanzaban entre la maleza.

—Sí, señor... —respondió Svend, ahora más pálido que antes, casi a punto de colapsar, apoyándose débilmente en su hombro.

No le agradaba la idea de cargar con un enemigo potencial, pero después de todo, había sido él quien le había mutilado el brazo. No tenía otra opción.

Además...

Una mirada seria y oscura se dibujó en su rostro.

Tenía otros planes para él.

Así, se acercaron al gran lago donde, según Svend, se ocultaba un monstruo en su interior.

Bill había pensado en razonar con el ejército, pero con uno de los suyos muerto y el otro herido —y una carta con sello real acusándolo de ser un peligro—, dudaba que quisieran escucharlo.

Y considerando cómo su cuerpo había reaccionado involuntariamente al ver el emblema que portaban... no estaba seguro de poder contenerse si algo salía mal.

Finalmente, llegaron al lago: un espejo de agua cristalina que parecía tentar a cualquiera a sumergirse en él.

"Sea lo que sea que esté ahí adentro... espero que me ayude".

Se volvió hacia Svend, mirándolo con seriedad.

—¿Confías en mí? —le preguntó.

Herido y temblando, Svend tragó saliva y asintió lentamente. Realmente no tenía otra opción.

—Bien. Yo también. Espera aquí a tus compañeros —

Dejo a Svend apoyado en una roca junto al lago.

Luego se adentró nuevamente en los árboles.

Según Svend, los soldados llegarían desde el norte, viniendo del reino de Camelot, y tendrían que cruzar el lago.

Las hojas secas crujían bajo sus pies mientras regresaba al campamento, donde algo lo esperaba… algo que podría decidir el destino de aquella batalla.

Svend se quedó allí, apoyado en la roca, mutilado y casi sin fuerzas. Su armadura de metal lucía abollada, y sus ojos verdes, apagados, se retorcían del dolor.

"Mierda... no me dejará aquí para morir, ¿verdad?¿O espera que ese monstruo me coma...?No... no puede ser... ¿verdad?"

Entonces, una idea cruzó su mente.

"Monstruo...Soy... ¡soy un cebo!"

Por eso le había pedido su confianza. Por eso le dijo que esperara a sus compañeros.

Al otro lado del lago comenzaron a escucharse pasos de metal y murmullos bajos.

"¡Ya están aquí! ¿Qué hago? ¿Les doy un aviso?No... no tengo que hacer nada.¿No fue por esto que me uní al ejército?¡Puedo quedarme aquí... y ver cómo esos gusanos del reino son destruidos!"

Por primera vez en mucho tiempo, Svend sintió esperanza.

Uno a uno, los soldados emergieron del bosque, sus ojos fijos en él.

Con cautela, comenzaron a acercarse, sin atreverse a perturbar el lago.

Fue entonces, cuando casi un centenar de hombres se apiñaban cerca de la orilla, que algo se alzó en el aire: un cuerpo decapitado.

El cadáver chocó con un estruendo que salpicó a unos pocos soldados que estaban en la orilla. Algunos se vieron confundidos por la escena, otros se pusieron en guardia. Pero la mayoría, si no es que todos, sintieron una pizca de terror hacia el agua perturbada por el cuerpo.

Un silencio helado se extendió.

No había sido el cadáver lo que los paralizó. Era lo que surgió de las profundidades, bajo el cuerpo:

Una criatura gigantesca, de mandíbula grotesca, que devoró el cadáver de un solo bocado.

Su piel áspera, resquebrajada como piedra, ocultaba una fuerza brutal. Su mandíbula, larga y voraz, parecía hecha para devorar mundos enteros. Y sus ojos, dos esferas apagadas, contemplaban sin compasión a los mortales que habían osado perturbar su reino.

Un titán de eras olvidadas había despertado.