Capítulo 15: Ecos de lo No Dicho

—¡Ayla, espera!

La voz la alcanzó justo antes de que cruzara el puente de madera que dividía el mercado del sendero del río. Se giró con la cesta entre los brazos, y ahí estaba Tiel, medio agitado, medio empolvado, con el cabello revuelto y una sonrisa torcida que siempre parecía recién inventada.

—¡Lo logré! —anunció, triunfante, mientras sacaba de su morral un pequeño ramo de flores silvestres—. No están torcidas esta vez.

Ayla lo observó con sorpresa contenida. Las flores —de pétalos irregulares pero vivos— no estaban mal. Quizás demasiado compactas, pero hermosas a su manera.

—¿Las elegiste tú?

—Caminé hasta la colina y volví con más picaduras que orgullo. Pero sí. Me dijiste que las flores también se escuchan… quería intentarlo.

Ella aceptó el ramo y olió con suavidad.

—No están torcidas. Solo están… juntas. Como tú.

—Gracias, creo.

Rieron juntos. La mañana aún era joven, pero algo en ese encuentro improvisado rompía la secuencia de días anteriores. Ayla no recordaba la última vez que alguien le había traído flores sin estar enfermo.

—¿Tienes tiempo para ayudarme hoy? —preguntó Tiel, aún con la respiración desordenada—. Quiero probar algo con las velas. Pero no sé combinar olores.

Ella dudó. Tenía encargos por hacer, frascos que reetiquetar, visitas pendientes. Pero su cuerpo —y quizás su corazón— dijeron que sí.

—Solo un rato. Pero no me hagas probar nada que huela a cebolla, por favor.

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Pasaron la mañana en la vieja cabaña donde Tiel vivía con su hermana menor, Lúa. La casa olía a pan horneado y a pintura vieja, con ventanales amplios que dejaban entrar el sol y los ruidos del pueblo.

Tiel tenía moldes improvisados de cera derretida en vasos de vidrio, y una pequeña caja con frascos de esencias que había comprado en el mercado: canela, pino, menta, azahar.

—¿Cuál debería ir con cuál?

—Depende para qué las quieres. —Ayla tomó los frascos y los fue abriendo uno por uno—. Canela para calidez. Pino para claridad. Menta para energía. Azahar para calma.

—¿Y si quiero hacer una vela que huela a… “hogar”?

Ayla se quedó en silencio. “Hogar” no era un olor único. Era una mezcla de memorias.

—Entonces... usaremos un poco de todas —dijo al fin, y fue mezclando en un cuenco cantidades pequeñas con total precisión—. Un toque de panal de abejas también. Para dulzura.

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Mientras las velas se endurecían, Lúa se unió a ellos. Era apenas una adolescente, con ojos despiertos y voz baja. Le preguntó a Ayla si podía enseñarle a secar pétalos.

—¿Para qué los necesitas?

—Quiero hacer cartas con flores. Como las postales de la capital.

Ayla sonrió y prometió llevarle algunas plantas de su jardín la próxima semana. Lúa sonrió con más fuerza que de costumbre, y eso bastó para que Ayla se quedara una hora más.

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Más tarde, en el camino de regreso, Ayla se encontró con otras caras conocidas. La joven Elin, que tejía bufandas a la sombra del roble viejo, la detuvo para mostrarle un diseño nuevo. Era demasiado grande y de colores imposibles, pero Ayla la felicitó con sinceridad. Más allá, la señora Tana estaba regando sus flores y le regaló unas ramitas de lavanda, solo porque sí.

—Los jardines son más felices desde que tú caminas por aquí —dijo la anciana con convicción.

Ayla no respondió. Solo acarició las flores y siguió andando.

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Esa noche, mientras anotaba en su cuaderno, pensó en lo distinta que había sido la jornada. No había tocado el claro, ni una sola flor mágica. No había leído deseos. Y sin embargo, había cumplido algo. Algo invisible.

> “Tiel me trajo flores y dijo que me escuchó. Lúa quiere aprender. La señora Tana sonríe como si me hablara en otro idioma. No toqué el claro, pero fue un buen día. Quizás los deseos también caminan sin raíces.”

Dibujó una pequeña vela encendida en el borde de la página, junto a una flor de pétalos redondeados, de esas que solo crecen en los bordes de los caminos.

Apagó el farol y se fue a dormir, con el aroma del día aún rondando entre sus cabellos.