Dicen que el destino es un hilo invisible que nos une a lo inevitable, que nos arrastra como un río impetuoso, sin importar cuánto luchemos contra su corriente.
Yo nunca creí en eso.
Hasta que lo vi.
Hasta que su sombra se enredó en la mía y su voz se grabó en mis huesos como una verdad olvidada.
No sé cuándo empezó. Quizás en otra vida, en otro tiempo. Quizás desde el primer aliento que tomé en este mundo.
Pero hay algo que sé con certeza: él siempre ha estado ahí.
Observándome. Esperándome.
Sus ojos negros como la tormenta me han seguido en cada paso, en cada parpadeo. Su presencia se ha infiltrado en mis sueños, en mis pensamientos más ocultos, en los rincones de mi alma que nunca quise explorar.
No sé quién es realmente. No sé qué es.
Solo sé que me reclama.
Y lo peor de todo...
Es que una parte de mí quiere rendirse a él.