Oh. Está todo palote.
Al darse cuenta de que le estamos mirando se le baja un poco, pero entonces el profesor se agacha y besa su cuello, lo que hace que de un respingo. Joder, eso ha sido raro. Y excitante.
—El cuello no es solo el lugar indicado para hacer un masaje, sino también para besar, soplar, morder, lamer… va directo a los centros de placer del cerebro, y juega un papel importante al estar cerca del oído, los labios y el olfato. Podéis masajear también la nuca, la frente…
Va mostrando todo lo que cuenta, mientras yo sigo con los pies. Los tiene grandes, y me gusta que estén bien cuidados. Temía que olerían, pero no es así. Él sigue erecto a su pesar, le veo que se encuentra incómodo. Cada vez que profundizo en el masaje, su polla salta feliz, y eso, por algún motivo, me encanta. Es como tener el poder de un mando a distancia.
El profesor le mordisquea una oreja y se la lame con suavidad. Paul gime bajito, creo que solo nosotros tres lo hemos oído. Siento humedad entre mis piernas en reacción a lo que le están haciendo y por un segundo fantaseo con que me lo están haciendo a mí.
—Ahora, una vez que nuestro amante se encuentre cómodo y en clara excitación —está sonriendo, mirando los genitales de mi compañero—, podemos pasar a lo que nos interesa en el día de hoy: los pezones.
Sus manos vuelven a ponerse en acción, bajan por su pecho pero no arremete contra los pezones como han hecho todas las parejas que he conocido, sino que se centra primero en la mama y va realizando círculos concéntricos que cada vez se hacen más pequeños. Al primer roce, Paul se estremece y sus pies dan una pequeña sacudida. Joder, me parece ver hasta un poco de líquido preseminal salir de su pene. ¿Soy yo o comienza a oler más fuerte, a algo… salvaje?
—No comencéis a masajear y chupar como bebés. Esto es un arte, no un bollo de carne que debamos amasar. No vais a conseguir que salga leche —a no ser que hablemos de una mujer lactante, y aprenderemos el motivo por el cual no es una buena idea más adelante—, así que tratarlo igual que el resto del cuerpo o con más cariño incluso.
Sigue rozando levemente, manteniendo solo los pulgares sobre los pezones y dándoles pequeños golpecitos.
—Esto sirve tanto para hombres como para mujeres. Estar atentos a sus gestos: si algo le gusta a tu amante, lo verás. Incide en las zonas que más le pongan, pero no abuses, la sobrestimulación no es agradable para nadie.
Está tan cerca… veo su polla palpitar. Está jadeando levemente, aunque siento que la vergüenza no acaba de permitirle dejarse ir. Deseo ver tanto su clímax que aprieto su pie contra mi pecho y le veo abrir los ojos ante la sensación de mis tetas alrededor de sus dedos. Sin importarme quién hay a mi alrededor, y ante su atenta mirada, bajo mi boca hasta su pulgar y succiono con fuerza. Suelta un jadeo ahogado.
— Veamos cuáles han sido los puntos clave hasta ahora: muslos interiores, pies, cuello, pechos, orejas y boca y, por supuesto, genitales. En algunos casos, es posible hacer que una persona llegue a correrse por mera estimulación de estas zonas erógenas —sigue diciendo el profesor, aunque está mirando de reojo como yo paso mi lengua por entre los dedos y voy mordisqueando todos y cada uno de ellos—. Si lo deseamos, podemos intercarlar los masajes con pequeños pellizcos para lograr nuestro objetivo.
—Joder —le oigo exclamar a Paul con la voz grave.
Y es el único aviso que da antes de correrse. Le veo arquear la espalda, cerrar los ojos y soltar un gemido largo mientras su semen sale a borbotones y le cae por el lateral. Las salpicaduras no llegar muy lejos, pero los temblores que le recorren no se detienen.
—Y nos detenemos… ahora —dice el profesor, sin inquietarse ni un segundo. Entonces suelta sus pezones de golpe y me hace un gesto para que deje sus pies en paz.
Paul está aún jadeando, se pasa una mano por los ojos, y pestañea rápidamente. Esa visión de él, lánguida y desprotegida, me dan ganas de seguir lamiéndole más arriba, de montarme a horcajadas sobre él y seguir exprimiéndole hasta que me suplique basta. Estoy fuera de mí, mis jugos están goteando en el piso. El profesor tiene otros planes. No le da tiempo a recuperarse antes de obligarle a levantarse de su silla. Le ofrece la caja de pañuelos que hay sobre la mesa, y Paul coge uno titubeante. Con toda la eficacia, saca un desinfectante del primer cajón y con un trapo procede a limpiar la silla. Paul se pone rojo, y se limpia también la polla, ahora flácida de nuevo. Le veo tambalearse, aún sigue un poco débil.
—¿Estás bien? —le susurro, poniéndome a su lado mientras aprieto mis muslos en un intento de detener el goteo de mi interior.
No me mira a los ojos. Pero me responde.
—Sí. Eso ha sido… —no lo termina, el profesor ya está de nuevo hablando.
—Como han podido ver, este es un ejemplo de lo que pueden lograr con práctica. Por supuesto, hay muchas más zonas erógenas, como las manos, las nalgas y el ano. Para la siguiente clase pasaremos a estas otras zonas. Un aplauso para nuestros voluntarios aquí presentes.
La gente de la clase aplaude, aunque claramente lo hacen a desgana. Sí, esto es raro de cojones. Paul y yo recogemos nuestra ropa con intención de ponérnosla.
—No, no se vistan. Ahora que han visto una demostración, vamos a pasar a la práctica, como ya les dije. Tenemos quince minutos de clase, veamos si alguno consigue que su pareja se corra. Todos, por favor desvístanse.
Ah, ahora ya no hay risitas, ¿eh? Todos se miran unos a otros, evidentemente sin saber qué hacer. Ahora soy yo la que les espero con los brazos cruzados por delante de mis pechos, en parte para esconder lo duro que tengo los pezones. Poco a poco, algunos comienzan a desvestirse. Somos muchos, y muy diferentes. En esta clase están reflejadas casi todas las razas del mundo, con todo tipo de cuerpos. Sin poder evitarlo, observo de reojo y comparo tanto a hombres como a mujeres. Distingo algunos penes erectos, y un par de coños mojados, y siento cosquillas al pensar que nosotros hemos logrado que se excitaran de esa manera.
—Ustedes dos sigan juntos, ya que están —nos dice el profesor, señalándonos a nosotros—. El resto, las parejas se formarán empezando desde la izquierda. En esta clase solo realizaremos intercambios heterosexuales, como indicaron en sus preferencias. Posteriormente en otras clases se establecerán intercambios del mismo sexo, a no ser que el psicólogo indique lo contrario. Toda la ropa, por favor, señora Francisca.
La señora que ha hablado antes se ha dejado puesta la faja. No sé por qué la usa, si tiene un cuerpo en buena forma, dada su edad. Me da un poco de pena, me recuerda a mi tía. Al final, se quita la ropa y se acerca al hombre de su derecha, un tipo alto, de mi edad, que lo mira confuso, como si no supiera muy bien qué hacer con ella.
—¿Para qué no hacen llevar esto si vamos a estar desnudos la mayor parte del tiempo? —gruñe el tipo más joven, el que no dejaba de mirarme. No me gusta, aunque tenga un cuerpo muy decente, se nota a la legua que sería un pésimo amante.
—Las ropas son necesarias para nuestra evolución, nos protegen del frío, de la humedad, de la foresta… Aprenderéis del uso y disfrute de un buen disfraz, y del poder que otorga la manera en la que nos vestimos. Pero ahora, cállese, es la última advertencia. Bien, para comenzar, será la mujer la que reciba nuestras atenciones. Está permitido tocar, masajear, acariciar, chupar, morder y succionar con delicadeza. No estamos en clase de BDSM, no sean borricos. Está prohibido tocar en ningún caso los genitales, no es el objetivo de la práctica. Señores, señoras, por favor, comiencen.
Los estudiantes están cohibidos, aunque veo algunos que no lo dudan y se acercan a su pareja con agresividad. El profesor dice sus nombres para recriminarles su comportamiento, a veces incluso teniendo que mirar la lista que lleva en la mano. Hay algo sensual y extraño en ver a tanta gente desnuda a nuestro alrededor, oler a todos, saber que están a un brazo de distancia de mí. Escucho en gemido y encuentro que la Francisca está siendo besada en el cuello por su joven amante, y joder, esa imagen se me queda grabada en la retina. Ella parece en éxtasis. Y eso que sólo le ha mordido un poquito el cuello.
—Con tu permiso… —me dice Paul, despertándome de la hipnosis de las manos del hombre sobre las aureolas de sus pechos mientras ella le coge de la cabeza.
—Eh, sí, sí, claro.
Joder, sí, mierda, claro que sí. Por fin es mi turno.