El profesor es un cretino, pero sabe de lo que habla. Me pregunto si será médico. Técnico seguro que no, porque, como todos los profesores de este mundo, se demora más de diez minutos en encender la presentación y colocarla. Me hubiera ofrecido a ayudarle, ya que este es mi campo, si no hubiera sido un idiota integral con Vera. Y si no estuviera desnudo delante de toda la clase. Al menos, frío no tenemos.
Activa la primera diapositiva refunfuñando sin cesar sobre la maldita tecnología y nos planta, así, sin aviso ni preparación ninguna, una clase anatómica de campeonato.
—Como pueden ustedes ver, los hombres y las mujeres son anatómicamente diferentes. No solo por la pelvis, pues la femenina es mas ancha y baja que la masculina, sino también en hombros, que son más anchos, el cráneo, más duro, la caja torácica, más ancha, y en la disposición de los músculos y la grasa.
Marca cada parte de nuestro cuerpo con un sonoro golpe de su fusta. El primer golpe me pilla desprevenido y pego un pequeño respingo al notar el cuero sobre mi cadera. Vera no lo lleva mejor, el idiota ha señalado la barriguita de ella cuando ha hablado de grasa. ¿Es que acaso es necesario humillarnos de esta manera?
—Por supuesto, la principal diferencia radica en el funcionamiento de las hormonas: la testosterona, los estrógenos y la progesterona. Estas se originan en las glándulas suprarrenales y en los órganos sexuales.
Su fusta recorre mi pene flácido y lo levanta sin cuidado, para enseñar exactamente el lugar que le interesa. Vera recibe dos golpes a cada lado de la pantorrilla, que le hacen soltar un gritito de sorpresa cuando se acercan peligrosamente a su sexo. Veo la marca roja que le deja en su piel pálida, como un beso apasionado sobre un lienzo en blanco.
—¿Alguien sabe porque los hombres también tienen pezones?
¿Qué? Bueno, la verdad es que eso sí que es un poco raro, ¿no? Nunca me había parado a pensarlo. Las mujeres tienen pechos para amamantar, pero los hombres también los tenemos. Hasta mi perro, Golfo, los tiene ahora que pienso.
—Porque todos nacemos siendo mujeres —dice la mujer que estaba a mi lado, la que parece una frígida sin remedio.
—Inexacto, pero correcto. Y la siguiente vez, levante usted la mano, estamos en una clase. Mantengan el decoro por favor.
Arqueo una ceja, y hago como que no veo al mocoso Zacarias aguantando la risa. El tipo no ha dejado de babear por las tetas de Vera desde el minuto uno, el muy idiota. Estoy seguro de que es virgen, así que a saber qué ha hecho para estar aquí.
El profesor activa el video que ha dejado preparado donde se ve una animación en el que dos fetos, uno marcado como un hombre y el otro como una mujer, va metamorfoseándose en lo que entendemos por uno y otro. Ver fetos en desarrollo debe ser lo menos antiexcitante de la historia.
—Sin meternos en las disforias de género y solo atendiendo al tema puramente anatómico, todos los embriones disponen del mismo plan de desarrollo independientemente de si nacen con el cromosoma XX o XY, lo que incluye la formación de los pezones. A las 6 semanas de gestación, el embrión con cromosoma Y inicia el desarrollo de los testículos y con ello la testosterona. Para entonces, ya se han terminado de formar los pezones, por lo que los hombres nos los “quedamos”.
Toma azote directo al pezón. Esta vez me pica y me lo protejo con las manos, dando un paso atrás.
—Como seguro que ya saben, los pezones son muy sensibles. Algunas personas son tan sensibles que el mero roce con la ropa les provoca irritación. Es una zona erógena muy conocida en las mujeres, pero despreciado en muchos casos en los hombres por considerarse poco masculino.
—Esos solo los tocan los maricas —suelta un tipo con falta de pelo y canas en la barba larga que está sentado en última fila.
Pongo los ojos en blanco y creo que como casi todos en esta aula. Ah, pero aún hay gente tan zote como para seguir usando esa palabra?
—Utilice de nuevo esa palabra en este colegio y le aseguro que no sólo no aprobará este curso sino que será encarcelado sin juicio previo, según indica la Ley Antiodio 10.5 del código penal.
El gilipollas cierra la boca. Que pena.
—Como iba diciendo, hay muchas preconcepciones alrededor del sexo. Nuestra sociedad mojigata marcada por las religiones han creado muchas creencias equivocas al respecto. Aquí nos encargaremos de desprogramarles para que puedan alcanzar el mejor sexo que puedan obtener. Y el primer paso, es saber lo que nos gusta, sin juicios ni valores morales. El único límite es la legalidad, el consentimiento y la ética humana. Eso lo veréis más adelante con la profesora Rosa.
Se coloca detrás de mí y me pilla de sorpresa cuando coloca sus manos calientes en mi cuerpo. Me estremezco ante su toque, ningún hombre me había tocado antes. Hasta mi masajista es mujer. Vale, puede que sea un poco arcaico en ese sentido, pero nunca me he inclinado por ese lado. Le miro por encima del hombro y veo que sigue serio, dirigiéndose hacia la clase. Para este tío, realmente no soy más que un muñeco de carne.
—El cuerpo humano tiene un cuerpo marcadamente erógeno, pero hay seis zonas que son especialmente sensibles a la hora de provocar la excitación. Claro que influye todo: el ambiente, la persona, el estado anímico y físico en el que nos encontremos, la experiencia de nuestro amante… Pero, por lo general, el tocar esas zonas ayudarán a ser mucho más receptivos a nuestros acercamientos.
Sin dejar de hablar, va arrastrando su mano lentamente por mi cuerpo. Su voz, detrás de mí, es hipnótica, con esa cadencia de maestro que exige tu atención y se la lleva de paseo allí donde quiere. Me causa desagrado la idea de que alguien desconocido me esté tocando. El que se ponga detrás me ayuda a imaginar que esa mano rugosa y dura no pertenece a un hombre, sino que podría ser perfectamente la de Vera, que mira con los ojos dilatados la exploración que me están haciendo. Pues menos mal que ha remarcado lo del consentimiento…
—Casi todo el mundo va directo a los genitales en un encuentro sexual. —Sus dedos se acercan lentamente a mi polla, flácida, y la rodea, apenas tocando mis pelos púbicos, lo que me causa un estremecimiento momentáneo—. Pero hay muchas otras zonas, con igual valor. Los muslos internos, por ejemplo.
La mano baja por mi piel, dejando una estela de calor que no me esperaba. Una caricia leve, a la que le sigue la otra mano en el otro lado, por dentro. A veces aprieta algunas zonas, otras las acaricia o hace pequeños remolinos que me son… placenteros.
—Los pies… —Sigue bajando, pasa de largo de la cicatriz que me dejó mi primera y última experiencia en moto y luego vuelve a ella. Maldita sea, tiene manos de pianista, toca las teclas exactas. Llega al extremo de mi anatomía—. Señorita Vera, acérqueme mi silla, por favor.
Ella atiende la petición y le acerca su sillón de ruedas. Me pide que me siente, y se vuelve a colocar detrás de mí.
—Los pies son una zona muy erógena. Como pueden ver en la imagen —miro por encima del hombro la diapositiva de reflexología de pies que suele decorar todos los sitios de masajes que he visitado—, existen múltiples lugares para tocar, besar o lamer. Elijan un compañero de cama limpio a poder ser, no querrán tener hongos en la lengua, créanme. Se les hablará de las enfermedades de transmisión sexual en la clase del profesor Cassian. Arrodíllese, señorita Vera, y dele un masaje por favor a nuestro voluntario.
¿Eh? ¿Así, no más? Ella también duda, pero le hace caso, y sonriéndome como pidiéndome perdón, me coge uno de mis pies y se lo coloca… sobre los muslos, muy muy cerca de sus enormes pechos. Casi los puedo rozar con las puntas de mis dedos. Con torpeza, comienza a masajearme los dedos y el puente, siguiendo las indicaciones de la imagen a mi espalda. Sus dedos, pequeños y hábiles, se mueven con lentitud. Joder, su piel es muy suave, nada que ver con la del tipo que me está tocando los hombros.
—El masaje previo puede parecer una ridiculez. Pero relaja las articulaciones y las prepara para un encuentro más eficiente. Ayuda en la segregación de hormonas como la oxitocina, la dopamina, la serotonina y las endorfinas, lo que reduce el cortisol, la hormona del estrés. Este masaje funciona tanto en hombres como en mujeres, aunque está demostrado que las mujeres son más sensibles en general a estos estímulos. No es todos los casos; por ejemplo, el cuello…
El profesor sube sus manos y las posiciona alrededor del mi cuello, realizando suaves masajes en la parte posterior. Cierro los ojos al sentir cómo los nudos se deshacen ante esas manos expertas y comienzo a relajarme. Las manos de ella en mis pies, las de él sobre mi cuello. De repente, hay un silencio tenso en la clase, y al abrir los ojos, me encuentro a Vera observando mi vientre con la boca abierta.
Oh, mierda. Mi he puesto palote.