Día 1: Chica conoce clase

―¿Qué?

―Ya lo ha oído, señorita Vera. Dese prisa, no tenemos todo el día.

Siento cómo me sonrojo, sin poder creerme lo que me está pidiendo. Busco ayuda entre los veinte compañeros de clase que me observan, pero ninguno de ellos parece que vaya a ofrecerse tributo por mí. Malditas expectativas, Katnis Evergreen. Veo sonrisas socarronas y ojos brillantes por doquier, e incluso entre las mujeres. Una manada de lobos esperando por ver cómo me destrozan.

Llama mi atención los poderosos ojos de un chico justo frente a mí, y azorada me doy cuenta de que es él, Paul. El de la sonrisa agradable, que ahora me dirige una amable, como para darme ánimos. No es del tipo atractivo, pero sin duda tiene un pelo bonito, negro y grueso, que le crea pequeños remolinos sobre la frente. Es un buen tipo, ni siquiera parece juzgarme por haberme corrido mientras un extraño me hacía un dedo a su lado.

Mis manos tiemblan cuando me quito la corbata y alcanzo el primer botón de mi camisa, que se desprende con excesiva facilidad. Acabo de vestirme hace unos instantes y solo puedo estar agradecida por al menos haberme dado esa ducha y haberme cambiado las bragas…

Espera. No lo he hecho, estaba demasiado apresurada por el tipo en la ventana. Vale, está bien, por un instante me quedé mirando como el muy mamón se frotaba la entrepierna desnuda y se corría mientras me miraba a los ojos, pero en cuanto su semen impregnó el cristal, desperté de la ensoñación y me vestí con lo primero que encontré como alma que llevaba el diablo.

Demasiado rápido, quizás.

Porque ahora, estoy sin bragas. Frente a todo el mundo.

―Si no se quita la ropa inmediatamente, será amonestada por el director ―me amenaza el profesor, quitándose las gafas para morder la varilla de estas.

 Vale, todo menos eso. No quiero que ese tipo raro con un arnés negro me castigue, da igual el tipo de castigo que sea. Por mí, como si nunca más vuelvo a verle hasta la graduación.

Así que obligo a mis manos a soltar el siguiente botón, y luego otro, hacia abajo. Mi sujetador rosa palo con huellas de gatitos queda a la vista y me arrepiento de no haber elegido un conjunto más adulto. No puedo evitarlo, me gusta lo que me gusta, pero es algo que mis parejas me exigían. Aún tengo en el cajón de mi casa sin estrenar el conjunto de lencería negra que me regaló Jae hace unos años.

Levanto la vista y veo que nadie pestañea en la clase, todos sus ojos puestos en mí. Los rayos del sol entran por los ventanales y me hace ser consciente de que lo más seguro es que sea visible desde fuera también. De pronto, agradezco estar en un entorno natural y solo tener veinte pares de ojos mirándome.

La camisa hace un ruido leve cuando la dejo sobre la mesa del profesor. El calor sofocante se alivia algo al instante, y se me eriza el vello de los brazos. Me desprendo de los zapatos y los calcetines, porque no hay nada tan antiestético como los calcetines. La marca que me han dejado estos en los tobillos me parece tan horrenda que no quiero seguir adelante. Al menos soy tan bajita que nadie los verá a no ser que se levanten.

Respiro hondo y me doy la vuelta para desatarme la hebilla del sujetador. Miro de reojo al profesor, que parece más aburrido de esperar que realmente interesado en mi cuerpo. Entonces me escondo como puedo mis prominentes pechos y con la otra dejo el sujetador sobre la mesa.

Sus miradas son como caricias incisivas, toques que van directos a mis fallos: el michelín de mi ombligo, las estrías de mis tetas, que crecieron demasiado rápido en mi juventud, lo huesudas de mis muñecas en comparación. Mi mano, demasiado pequeña, apenas es capaz de proteger de la vista mis pezones, erectos.

Titubeo.

―¿Podría… podría al menos quedarme así? ―le suplico al profesor.

―Señorita, está acabando con mi paciencia ―dice él, y entonces da un paso adelante y de un tirón, me baja la falda.

La gente deja salir una exclamación cuando deja a la vista mi pubis sin depilar y yo me quiero morir de la vergüenza. “Vayas, donde vayas, usa siempre bragas” decía mi abuela. Oh, abuelita, debería haberte escuchado. Con la mano que me queda libre, trato de tapar mis partes pudendas. Se escuchan risitas, que suelen como alfileres. Ya está, mi vida social ha acabado.

―Veo que ya venía preparada ―sonríe el maldito sardónicamente al ver mi estado. Después, sin percatarse de mi situación desesperada, se gira hacia la clase―. Ahora necesitamos un voluntario masculino.

Escanea la clase en busca de manos alzadas, pero nadie lo hace y suelta un suspiro.

―Todos van a acabar en este estrado en algún momento. Les recomiendo ganar puntos ahora que pueden.

Desde la primera fila, veo la mano de Paul levantarse. Todos lo miran con la boca abierta, yo la primera, porque no me imaginaba que tendría los huevos para hacerlo. Al instante siento una nueva emoción, mucho más profunda: estoy agradecida.

―Bien, señor ¿Paul, verdad? No me lo tengan en cuenta, tardaré unos días en aprenderme sus nombres. Suba aquí, por favor, y desnúdese.

No mira a nadie cuando sube a mi lado, pero tenerlo tan cerca hace que esto no me sea tan violento por unos instantes. Le miro con curiosidad cómo se va desvistiendo, lento pero seguro. Me mira de reojo, pero al instante vuelve a sus propios botones, y entonces se desprende de la camiseta.

Esa camisa está mal hecha, ¿quién la ha diseñado? Paul tiene las espaldas anchas, y aunque se nota que se ha debido de dejar un poco por la barriguilla, está claro que hace algún tipo de deporte. Me lo imaginaba funcionario público, de esos que se pasan todo el día detrás de une escritorio, así que esto me despierta el interés. Huele un poco a sudor, lo cual me da un poco de asquito, pero hay otro olor entremezclado, algo que es intrínsecamente suyo. Tiene vello en el pecho, no demasiado profuso, así como en la espalda y los brazos. Quizás un poco paliducho, necesita un poco de sol.

Se quita los pantalones y deja a la vista unos slips, un poco pasados de moda. No tiene tanto miramientos como yo, aunque sí que le tiemblan un poco las manos cuando se baja la ropa interior y deja a la vista su pene. Vaaaaaaaale, nada mal.

He visto solo tres penes en persona en toda mi vida. Este está en la media según mi experiencia personal. Cuelga mustio y azorado, apenas visible entre el vello púbico, que debe haberse recortado. Se me escapa una sonrisa al entender que es tímido. Paul me atrapa mirándole, pero no esconde su masculinidad, sino que me responde con una sonrisa de medio lado. 

―Pasemos a aprender lo más básico: anatomía del hombre y la mujer―dice el profesor sacando de uno de los cajones una fusta de caballo que me deja sin aire.