De todas las cosas raras que me han pasado hoy, esta es sin duda la más rara de todas. Tengo veintiocho años. Vale, soy bajita y a veces aún me confunden con una adolescente, pero hace ya más de una década que di mi última clase de educación física. Y como yo, al menos el ochenta por ciento de los asistentes a esa clase. Así que ver a adultos en clara baja forma dar vueltas alrededor de una cancha de futbol es, cuanto menos, poco atractivo. Vamos, que el calentón se me ha pasado en cuanto hemos pisado el exterior y nos ha saludado la que será nuestra entrenadora por los siguientes tres meses.
El cambio en el vestuario ha sido difícil. Muyyyy difícil. No sé como habrán sido la de los chicos, pero nuestro vestuario hedía a mujeres desesperadas. Solo que en vez de muertos y accidentes, aquí lo que pedíamos era orgasmos y placer. Pero con cinco minutos, ni siquiera hemos podido desfogarnos en la intimidad del baño, aunque creo que dos chicas un poco mayores que yo que estaban sentadas en el otro lado del aula se han encerrado juntas en el mismo retrete. Si han logrado o no su propósito, me tendré que quedar con las dudas. Yo he envidiado su arrojo y he procedido a cambiar mi falda por un short y una camiseta blanca, que he agradecida. Nos acercamos al mediodía y mi piel está brillante por el sudor.
Me lavo la cara como puedo en el lavamanos y me miro de reojo. No sé que espero ver ahí, pero sigo siendo yo. Con el pelo alborotado, por lo que me lo ato con una goma del pelo, pero yo después de todo. No sé, esperaba verme más madura o sensual, y en cambio sigo viendo todas mis imperfecciones. Al menos hacer deporte ayudará con mi ombligo hinchado.
Así que salgo al exterior y mi mirada se queda clavada en la mujer más alta que he visto en mi vida. Debe medir casi los dos metros. Tiene las caderas y los hombros anchos, pero tiene unas curvas de infarto que acentúa aún más con los leggins que forman parte del uniforme de la escuela y la camiseta blanca. Mientras que a mí se me queda pegada la camiseta a los pechos que difícilmente me caben en el sujetador deportivo, a ella se le marcan en los abdominales, bien formados y súper visibles. ¿Serán reales? Por lo que veo del tamaño de sus bíceps, estoy segura de que sí.
Me obligo a mirar a otras zonas de su anatomía, como su sonrisa —o más bien la falta de ella—, lo marcado de su mandíbula y lo afilados de sus ojos oscuros. Lleva un lateral del pelo rapado, y el otro con trencitas apretadas que se dirigen hacia atrás y despejan de pelo su cara. Tiene la piel broncínea, y toda ella irradia fuerza y carisma. Ni siquiera ha roto a sudar, y eso que está bajo el sol, impertérrita esperando que todos lleguen.
Paul sale y me sonríe tímidamente. El resto de los chicos va saliendo también bastante rápido. Ellos llevan una camiseta blanca de tirantes y pantalones cortos, aunque los suyos son más holgados. La profesora mira dos veces más el reloj de la entrada del instituto y frunce el ceño al contar los que estamos allí.
—Faltan dos personas —dice, y su voz es mucho más grave de lo que esperaba y me tensa el vientre.
—Creo que están en… el baño —dice una de mis compañeras. La miro y encuentro a una mujer de gafas, rellenita. Me cae bien al instante, pues ha intentado encubrir a esas dos a pesar de no conocerlas de nada. Le lanzo una sonrisa y ella parpadea rápido antes de responder con otra.
Pero la profesora no es idiota. Parece joven, pero por la forma en la que se mueve por este patio, estoy segura de que no es su primer día. Resopla y en cuatro zancadas, entra dentro de los vestuarios femeninos. Los demás nos quedamos mirándonos confundidos. A la luz del día, fuera de esa clase y del embrujo que nos ha lanzado nuestro tutor, mirarnos se nos hace un poco difícil. No hay nadie que esté tranquilo, incluso el púber idiota se aleja de la chica de gafas, que, supongo, ha sido su pareja en la prueba. No lo sé, estaba demasiado ocupada con las cosas que me hacían Paul y el profesor. He lamentado tanto que no fuera él que me llevara casi al clímax. Espero que podamos aprender juntos en el futuro…
Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando escuchamos los gritos de las mujeres dentro del vestuario. Asombrados, vemos emerger a la entrenadora de nuevo y lleva a rastras a las dos compañeras que nos faltaban, completamente desnudas.
—¡Bájame! ¡Bestia, bájame ahora! —decía la del pelo negro, la que estaba casi en las cuarentena. La llevaba sobre el hombro, como un fardo, y no se inmutaba a los golpes y patadas que le propinaba la otra.
La segunda estaba siendo arrastrada del brazo, lívida, y mordía la mano de la entrenadora, pero esta no la soltaba. Era morena, de piernas largas y pecas repartidas por todo el cuerpo, como un mapa de la tierra a puntitos.
La entrenadora llega delante de nosotros y entonces lanza a ambas al suelo, justo frente a nosotros. Ellas gritan por el susto y el polvo se levanta cuando aterrizan una junto a la otra.
—¡Muy bien! Como parece que no les ha quedado claro, señoritas, esta es una escuela de sexo, pero no significa que puedan practicarlo en cualquier momento y lugar. Este es el primer día y no las obligaré a visitar al director, aunque se merecen una amonestación. Así que hoy realizarán nuestro primer entrenamiento tal y como han llegado al campo: desnudas.
—¡Qué! ¡No puede obligarnos! ¡No estábamos haciendo nada malo!
Bueno, eso sería mucho más creíble si no te estuvieran colgando las tetas rojas y con signos de mordiscos y chupetones. No es mi lucha, así que me quedo callada, igual que el resto de los presentes.
—Yo decido lo que está bien o no en mi clase. Han llegado cinco minutos tarde. Serán, pues, cinco vueltas al campo para todos. Así aprenderán que cubrir a aquellos que no están cumpliendo las normas no les reportará nada bueno. —Mira a la chica de gafas y esta se sonroja—. ¡Ahora, venga, vamos, vamos, vamos!
Todos procedemos a lanzarnos a la carrera, incluidas las dos chicas desnudas, aunque creo oírlas lanzar maldiciones contra la entrenadora. El patio está limpio de piedras, pero estoy segura de que debe arder como el demonio, siento el calor a través de mis propias zapatillas.
Mantengo el ritmo bastante bien, después de todo hago un poco de running, pero a la segunda vuelta ya jadeo como el resto. Veo a Paul corriendo junto al resto, y se mantiene bastante bien, no está chorreando la camiseta como veo a algunos otros. Por algún motivo, eso me lleva de orgullo, y acelero el ritmo, decidida a terminar al menos entre las primeras.
—¡Al menos déjenos ponernos las zapatillas! ¡Por favor! —escucho cómo suplica la chica morena. La otra está en el suelo, llorando, tienen los pies al rojo vivo. La entrenadora accede y salen corriendo para el vestuario, para segundos después emerger desnudas pero con zapatillas.
Verlas correr es como uno de esos documentales de antílopes grabados a cámara lenta. Las tetas les botan y rebotan, aunque no son ni de lejos tan grandes como las mías. La del pelo negro es atlética y da pasos largos. La de pequitas es más alta, pero claramente no hace mucho ejercicio, como yo. Sus piernas largas se enredan y tropiezan en suelo plano, y está un par de veces a punto de caer. Quizás sea más mayor de lo que parece, porque se queja de las rodillas cuando a la última vuelta la encuentro discutiendo con la entrenadora de nuevo. Ay, creo que esta chica no aprende.
—¡Pero es que estoy operada del menisco! ¡No puedo correr!
—Me da igual. A no ser que me traiga el justificante médico, ya puede usted hacer esas vueltas arrastrándose, pero las va a completar hoy antes de su siguiente clase, eso no le quepa duda.
Es dura de pelar, pero puedo entenderlo. Los adultos podemos ser un poco pesados, no es como si fuera fácil controlar a veinte de nosotros, con una frustración sexual del quince. La de cosas que habrá visto esta mujer.
A mí me falta el aliento en la última recta. He perdido el ritmo, y estoy sudada de arriba abajo. Me limpio el canalillo con la camiseta y me doy cuenta de que se queda la marca en ella. Estoy tan cansada que me da igual. Me apoyo sobre mis rodillas y me agacho para recuperar el aire, suplicando por una sombra. Y ¡tachan! Alguien se para justo frente a mí, creando lo que tanto ansiaba. Miro hacia arriba y veo a la chica de gafas, ofreciéndome una botella de agua fría.
—Gracias —musito yo, antes de arrebatársela de la mano y beber con ansía. Algunas gotas caen por mi barbilla y aterrizan en mi pecho, refrescándome un momento.
—No beban demasiado o podrían vomitar. Es para evitar insolaciones, no para que se pongan enfermos —avisa la entrenadora, mirando a todos los presentes.
Estamos tirados en el suelo, hechos una piltrafa. Solo un par se encuentran de pies, aquellos más jóvenes o los que más se ejercitan. El resto hemos perdido las formas totalmente.
—Ahora que por fin tengo su atención, podemos comenzar. Soy Lucía, y seré su entrenadora por las siguientes semanas. No acepto la ineptitud ni las mentiras, por lo que les recomiendo encarecidamente que dejen estas fuera de las horas de clases. Como les comentaba antes, algunos de nuestros horarios serán después de las clases prácticas de anatomía que imparten sus tutor, por lo que no quiero, bajo ningún concepto que confundan esta institución con un desmadre y faltan para follar como locos. Tienen un 5% máximo de faltas justificadas aceptadas en las lecciones emitidas para poder aprobar, y créanme, necesitarán todas ellas.
Eso ya lo sabía, estaba entre los papeles que tuvimos que firmar para poder acceder a una plaza. Aunque por lo que veo, puede que no todo el mundo lo haya leído antes… Hay gente que cuchichea ante esta noticia, como si fuera una novedad.
—Cállense, por favor. Odio levantar la voz. Mis clases son eminentemente físicas y obligatorias. Realizaremos salidas, ejercicios individuales y en grupo, y rutinas diarias de estiramientos y fuerza. Esto les ayudará a derrotar el sedentarismo, que es una de las causas más habituales de un mal sexo. Un nefasto amante no se mantendrá en forma ni podrá realizar los ejercicios básicos que requiere el esfuerzo sexual. Esto no solo afecta a su vida adulta, sino a la vida en pareja. Para un sexo placentero, se requiere una vida sana. Hay ejercicios pélvicos que son ideales para este asunto, pero ya llegaremos a ello. Lo primero, es el cardio, lo segundo la elasticidad. Así que, venga, pónganse en parejas que vamos a estirarnos a base de bien.