Día 1: Chico conoce entrenadora

Jorder. Joder. Jodeeeeerrrrr.

Mira, puedo soportar la tortura de no echar un polvo, o correrme delante de las personas que hagan falta, pero lo de la flexibilidad nunca ha sido lo mío. Con lo de correr por el patio ni me he despeinado, me hago unos cuantos kilómetros en el gimnasio a diario, y puedo levantar veinte kilos con cada brazo, pero ¿tocarse los pies con las manos? Nop. Nanay. Imposible.

Estamos en el interior, en el gimnasio con tatamis que cubre la planta baja de la escuela. Las ventanas tienen rejillas, dando la sensación de que nos encontramos dentro de una cárcel, y está repleto de todo lo que un gimnasio infantil requeriría: cuerdas, espalderas, potro, barras… Ahora que lo pienso, se me ocurren un montón de funciones sexuales para todos ellos. Solo ha pasado medio día y ya estoy enfermo. Me paso la mano por el pelo, preocupado por mi futuro cuando termine esta experiencia surrealista.

—¡Vamos, gandules! ¡Estirarme bien esos isquiotibales! ¡Meted el coxis, apretar bien los glúteos!

Joder, no estoy entendiendo la mitad de lo que dice. Y yo que pensaba que el pilates era para viejas. Nunca más me meteré con mi madre, lo juro.

Estoy mirando hacia arriba, moviendo las caderas hacia el techo mientras tenso los abdominales. Anteriormente hemos estado haciendo estiramientos con las piernas, pero ni una sola flexión, oye. Para una cosa que se me da bien.

La entrenadora no da descansos. Nos obliga a hacer ejercicios de circo, manteniéndonos con una pierna y luego con la otra. El equilibrio lo tengo pésimo pero el tipo que debería estar jubilado lo está pasando de pena. Le veo temblar la pierna mientras mantiene sujetos los brazos y la barriga. Ya podría haberme tocado a Vera al lado. Verle la rama del culo a este tipo no es mi sueño.

—¡Ahora poneos en pareja!

Dejo caer mi trasero al suelo, agitado. Mañana voy a tener tremendas agujetas. Suspiro y me limpio el sudor de la frente, mientras busco con la mirada esperanzado a Vera. Pero nada, ella ya está aceptando la mano de una chica de gafas, regordete. Creo que se llamaba Ania o algo así.

He tardado demasiado, todo el mundo está ya emparejado, hasta el viejales tiene a su compañera.

—Usted se queda conmigo —dice la entrenadora, mirándome.

—Pero... ¿no éramos pares?

—La señora Fidelia está exenta de esta clase por motivos médicos. Ahora, todos, extiendan su pies delante de uno del otro y cojan de las manos a su compañero. Estupendo suavemente hacia ustedes, no quiero lesionados en mi clase.

Yo me siento en el suelo de nuevo, muy consciente de mi olor a sudor. La profe en cambio está impecable, y mentiría si dijera que no estoy un poco aconsejado por el tamaño de esos bíceps. Ella se sienta, y nuestros talones se juntan, ella es más alta y enseguida me alcanza. Yo, en cambio, tengo que hacer esfuerzo para llegar hasta la mitad de mis pies. Nos damos las manos, y puedo notar las pequeñas durezas de sus callos. ¿Pero cuántas horas se dedica a hacer ejercicio al día esta vigorexica?

—Así no vas a lograr nada —me dice, y estira de mí con insistencia.

Todos los músculos y tendones de mi cuerpo se quejan ante la fuerza imparable que los obliga a salir de su larga hibernación. Suelto un quejido nada decoroso, y ella aprieta con más fuerza mis manos, arrancándome un par de centímetros más. Joder, tengo mi nariz a la altura de su coño. El perfecto leggins está tan pegado que puedo apreciar el pie de camello, e incluso olerla a esta distancia. El dolor pasa a segundo plano mientras en mi menta me imagino que lleva un tanga deportivo que se le mete por la raja de su perfecto culo.

—Que uno de ustedes se quede en el suelo en la misma posición y el otro le empuje la espalda hacia abajo. Así —dice ella, sin inmutarse de mis sudores fríos.

Se levanta y empuja mi espalda hacia el suelo. Estoy seguro de que va a romperme. Los tendones de mis piernas están en su límite. Cuando estoy a punto de decir algo, me suelta y puedo volver a tumbarme.

—Ahora, cambio —dice la entrenadora, y se vuelve a sentar. Se coloca en la misma postura en la que me encontraba yo y me espera.

Me apresuro, pero, joder, mis piernas duelen. Un poco por venganza y otro por rabia, apoyo todo mi peso en la espalda de la mujer y aprieto hacia abajo. Nada, no consigo que emita ningún sonido. Ella está abierta de piernas totalmente, con la cadera bien pegada, y cuanto más empujo, más se acerca al suelo, hasta casi rozar con sus duros pechos el suelo. Con las manos sobre su espalda es que me doy cuenta de que no lleva un sujetador deportivo como esperaba, y ese dato me perturba. Desde mi postura, el cuello de la camiseta holgada se cae, y deja espacio suficiente para ver unos pezones oscuros, puntiagudos, como pequeñas peras verdes. Y más abajo, incluso, sus abdominales, que, madre mía, son mejores que los míos. Me pregunto cómo se sentirá tenerla sobre mí, con las piernas completamente abiertas y esos abdominales trabajando y sudando bajo mis embestidas.

—¿Está conmigo, señorito?

Pego un respingo al despertar de mi ensoñación, y la suelto al momento. Ella se levanta y da una vuelta alrededor, corrigiendo a unos y otros. La verdad es que damos pena en general.

—Nos veremos cuatro días a la semana, durante dos horas al día, que es lo que recomiendan todos los sexólogos. Pero eso no quiere decir que no deban realizar ejercicios de estiramiento todos los días. De hecho, se lo recomiendo encarecidamente. Hay un club de estudio del kamasutra los viernes a la tarde, de la que soy organizadora, pueden ustedes apuntarse en secretaría si están interesados.

Siguió diciendo, mientras nos cambiaba a hacer la postura del gato, y después la del ninja.

—La primera hora realizaremos ejercicios de cardio, correr, bailar, nadar, bicicleta y cuerda. Después las combinaremos con burpees y sentadillas. Todo ello mejorará vuestra salud cardiovascular y os ayudará a manteneros en línea, además de aumentar la resistencia.Creerme, sufrir de un ataque al corazón mientras te corres es patético.

Pasamos a hacer sentadillas profundas, donde me mantuve estable, aunque para cuando terminamos ya estaba totalmente sudado y el lugar apestaba. Según el reloj que había encima del despacho de la entrenadora, aún no había pasado ni una hora.

—En la siguiente hora realizaremos ejercicios de fuerza y musculación. Tengo pesas para todos, no os preocupéis. Si queréis compensar la dificultad que conlleva tener un pene de tamaño normal, deberéis hacerlo con buenas postura de agarres y eso requiere gran fortaleza. Chicas, lo mismo para vosotros, muchas de las posturas sexuales implican una alta resistencia, y unos glúteos tensos. Realizaremos ocho repeticiones por ejercicio. ¡Vamos, venga, no tenemos todo el día!

Estoy en la mierda, me quiero ir a casa. Me muero de hambre, sueño, sed y cansancio. Y aún así, mi mirada es incapaz de moverse del trasero de la entrenadora, que, estoy seguro, debe tener más músculos que en todo mi cuerpo. Realiza cada ejercicio por sí misma antes de pasarnos el pato, lo que me da una imagen aproximada de lo bestia que puede ser. Acabo de descubrir que también me muero por saber qué clase de hombre puede satisfacer a tamaña hembra. Yo, por descantado, no me vería capaz, por mucho que mi polla palpite, la única zona de mi cuerpo que aún no duele.