El timbre suena y al fin se termina esta tortura. Me arrastro junto al resto al vestuario, y me quedo allí, incapaz de dar un paso más. Han sido muchas cosas en pocas horas y solo pido una siesta y un lugar tranquilo donde mi cuerpo no sea manoseado, excitado o estirado. No soy la única, pero veo mucho más enérgica a las chicas más jóvenes.
—¡Me muero de hambre! ¿Sabéis donde está el comedor? —dice Silvia, la pelinegra atlética. Parece que correr y hacer ejercicio desnuda no ha menguado su confianza. ¿Dónde la comprará? Quiero una docena, gracias.
Está toda sudada, y el sol ha enrojecido su piel blanca. Supongo que no se ha dado crema solar en todo el cuerpo. Tiene un gracioso grupo de lunares que le llegan desde la pantorrilla hasta el respingón trasero, formando una línea de hormiguitas.
—Agg, me duelen los pezones —sigue diciendo a Annia, mi compañera de estiramientos. La mujer se está quitando la camiseta y deja al descubierto curvas en todo su cuerpo. Parece azorada por Silvia, y la veo comparar mentalmente su cuerpo y el de ella. A mí ambos me parecen preciosos, de una altura de adulta. Seguro que a ellas no las confunden en los bares con una menor de edad a pesar de tener casi treinta.
—A mí los pechos.Zacarias ha sido un poco brusco… —respondió la chica al final, quitándose las gafas para meterse en la ducha. Dudó un segundo antes de seguir—. Si quieres, tengo un poco de crema antirritaciones en el cuarto.
Si es que es un trozo de pan. Decido hacerme su amiga en este mismo instante. Incluso mientras hacíamos los estiramientos, Annia había sido amable y no había forzado mi cuerpo hasta el extremo, y eso que seguro que tiene mucha más fuerza que yo.
—Yo sí quiero —digo en alto. Varias se giran a mirarme, y yo me hago un poco más pequeña—. Para, hemmm, las marcas de la fusta.
Annia abre la boca y después la cierra, asintiendo con fuerza. Se pone roja, y soy consciente de que está recordando la forma en la que Paul y yo fuimos exhibidos y usados delante de toda la clase.
—¡Ja, ja, ja, a ver enséñamelas! —se rió Silvia, y se acercó su compañera de padecimientos. No me acuerdo de su nombre y me parece de mala educación preguntárselo, aunque ellas también están pidiendo que les enseñe las marcas en mi cuerpo, así que… bueno, así eran las cosas ahora.
Lanzo un suspiro cansado y me quito la camiseta blanca y el sujetador. Ahí están las marcas, rojas intensas sobre mi piel. Me rojo una encima del pecho, la que más me ha estado escociendo con los movimientos. Auch.
—Wow, el profe se ha pasado —dice ella, acercando mucho su cara a mi pecho. Esta chica no tiene respeto por la distancia personal—. Dáselo mejor a ella, Annia, eso parece doloroso.
Se levanta y se va a la ducha, riéndose para sí misma. La siguen el resto de chicas y por un segundo, yo me quedó sola. Me quito el pantalón y mis músculos se quejan, resentidos. Encuentro más marcas: los golpes de la fusta entre mis pantorrillas, mordiscos y chupones en mis muslos. Cada marca es un recuerdo, y deslizo mis manos por ellas mientras las revivo.
Miro la taquilla que me ha tocado, donde hay todo lo básico que podamos necesitar: desodorante, peine, toalla, chanclas. Y nada más. Me siento afortunada porque nos hayan puesto chanclas, así que no pediré nada más.
Al fin, me meto en las duchas públicas, donde diez de nosotras compartíamos un solo boté de champú y apenas hay espacio para pasar. Las duchas están en un largo pasillo de un metro de ancho, con azulejos blancos, y encima está lleno de vapor. Entro y me mojo por los chorros abiertos de agua caliente. Me golpea sin querer el trasero de Francisca, y me sorprende la firmeza de este. Me pide perdón, aunque no sonríe y mantiene la vista baja en todo momento. Es la más mayor con diferencia de aquí.
Annia me pasa el bote y tengo que cogerlo con ambas manos porque es demasiado grande y pesado para mí. Me lo meto debajo de la axila, está frío y pego un gritito de sorpresa. Es mi tercera ducha del día, ahora que lo pienso, si sigo así voy a acabar con la piel destrozada.
—Oye, ¿tú que has hecho para que te metan aquí? —pregunta Silvia, enjabonándose en pelo. Tiene que gritar para hacerse oír por encima del agua cayendo, lo que provoca que todas se giren para mirarme. Y yo allí, idiota de mí, con el jabón bajo la axila, tratando de que salga algo a mi mano y no al suelo, donde ya ha caído casi todo.
—Ehmm, ¿por qué lo preguntas? Supongo que lo mismo que ha todas —dijo, tragando saliva.
—A mí me engañó mi novia y, para librarse de repudio social, me denunció. Como la otra era mi ex también, pues las declaraciones fue dos contra uno —respondió ella, poniendo los ojos en blanco mientras se frotaba la entrepierna—. Las muy cabronas… ¡Si yo les enseñé todo lo que saben! Se van a enterar cuando salga de aquí…
Vale, confirmado que es lesbiana. Tenía mis sospechas con eso de ir al baño con la chica de pecas, pero no soy de las que preconciben cosas. Dejo el bote en el suelo, y me levanto con cuidado, estas chanclas resbalan muchísimo.
—Un amigo estaba detrás de mí, me dijo que llevaba mucho tiempo pillado —le conté. No es que me guste hablar de ello, pero como ella se ha sincerado, yo también lo hago—. Un buen tipo, o eso creía, trabajamos juntos muchos años en un proyecto de investigación. Así que bueno, nos acostamos juntos. Solo lo había hecho con otro chico, en el instituto, y tenía curiosidad. Yo creía que había ido todo bien, vale, sí,me negué a varias cosas raras que me pidió, pero es que era nuestra primera cita. No sé, pensé que... yo que sé. Resulta que consideró que era una frígida. Y dado mi historial, mi abogada me recomendó esta institución.
—Putos abogados. Puta ley. Con lo bien que se vivía antes con la frustración sexual —suelta Silvia.
Yo me rio y me enjabono bien el pelo y la entrepierna, sintiendo el agua caliente relajar mis músculos y escocerme las heridas.
—¿Y tú, doña Francisca? ¿Qué haces aquí?
—Un poco más de respeto, niña —gruñe ella, sin mirarla.
—Oh, vamos. La he visto cómo gemía con el hipster ese.
—Jake —murmura la mujer madura, deteniéndose un segundo y temblando por el recuerdo.
—Eseeee. No parece gran cosa, pero por la forma en la que casi se corre parece que tiene buena mano…
Francisca se enfurece y le empuja en el pecho. Silvia pierde el equilibrio, y cae sobre mí, y como el suelo está resbaladizo, acabo con el culo en el suelo y Silvia encima. ¡Menuda ostia me he pegado! Por suerte no me golpeo la cabeza, pero las costillas se me resienten ante el peso de la mujer y no me deja respirar.
—¡Perdona, enana! —dice ella, levantándose de golpe, pero el suelo sigue resbaladizo y nuestros cuerpos vuelven a juntarse, piel contra piel, pechos sedosos encontrándose y amortiguando nuestros golpes, sus largas piernas entre las mías. La sensación es tan intensa que casi ahoga el dolor que me recorre por la rabadilla, mientras el agua corre sobro nosotras y la neblina nos envuelve.
Silvia está tan cerca de mí que podría besarme, y sus ojos se abren tanto ante esta situación que me parece que va a hacerlo.
—¿Estáis bien? —grita Annie, y arranca a Silvia de mi cuerpo, donde podría haberse fundido si hubiera esperado un poco más.
Yo gimo, y no sé si es por el dolor, los músculos agotados, o porque me han arrebatado esa sensación desconocida que me era tan placentera.