Gehenom

ApokalippsA.

Desde el comienzo de todo, siempre hubo dos fuerzas en constante conflicto. Las legiones de Ángeles y arcángeles, que luchaban en nombre de Dios. En el de su hijo Jesucristo, quien, sin importar que, amaba sin dudar a la creación de su padre.

Y las legiones demoníacas, formadas por las creaciones traidoras de Dios. Al mando de Lucifer, un ángel que en antaño era el más brillante, entre los suyos. Pero, se rebeló contra su padre. Por tal acto fue condenado al centro de la tierra y, donde creó sus dominios. Con el único propósito de juzgar a las creaciones pecadoras de su padre, como él lo juzgó a él.

Los humanos, creados a la imagen y semejanza de Dios. Seres complejos, como la mente creadora que les dio origen. Su primer hogar, el Edén. En donde los dos primeros especímenes, fueron dejados y donde Dios los observaba.

Lamentablemente, fueron tentados. Lucifer, el hijo de Dios que lo traicionó durante su rebelión. Les ofreció a los humanos el libre albedrío, la posibilidad de escoger qué hacer, cómo hacerlo o realizarlo.

Gracias a esta intervención, por el príncipe oscuro. Dios sacó del Edén a estos dos especímenes. Enviándolos a la tierra, donde se concretaron los pecados principales de los humanos. Causados por los descendientes, posteriores, de los dos primeros humanos.

El asesinato, la lujuria, la herejía, la ira y entre otros. Pecados, que permitieron a Lucifer crear sus reinos. 9 círculos en donde torturaría a los humanos pecadores. Junto a sus hermanos traidores, se adueñarían de un círculo y lo dirigirían, usando a sus legiones para concretar sus actividades correspondientes, a su círculo y tarea.

Así, durante miles de años, los demonios habitaron los dominios de Lucifer. Cumpliendo sus tareas y los tratados de sus oscuros amos, aguardando el final de los tiempos. En dónde saldrían de su confinamiento, para pisar las tierras humanas y juzgar a los pecadores de toda una especie, que por sus actos no fueron ascendidos al cielo. Para iniciar una guerra en tierras humanas. Una contra Los Ángeles.

[…]

No pasó. . .

El momento había llegado. Las trompetas del cataclismo final sonaron hasta lo más profundo del infierno. Llegaron a los oídos de Lucifer, quien paciente aguardó en su propio círculo, cubierto de hielo y lamentos de traidores. Cuando la fina trompetada de su hermano Gabriel, sonó, únicamente se estiró. Elevó sus viejas y ya desgastadas alas y ante cualquier pensamiento de quienes le veían.

Emprendió el vuelo. Traspasó cada uno de los círculos, convocando a sus dirigentes y legiones. A pocos pisos de la libertad, se sentía emocionado. Impasible por la libertad, sus brazos temblaban y la emoción no se desvanecía.

Cada príncipe infernal siguió a su señor. Acompañados por sus legiones enteras, iguales a sus líderes. No querían esperar más, no lo harían más. Había sido suficiente tiempo.

Al traspasar por el limbo, quemó a toda aquella alma presente ahí. . . Pero impactó contra el techo. La puerta para liberarse de sus dominios, quedó intacta. Fueron microsegundos de confusión. Antes de que miles de millones de demonios a sus espaldas, fueran golpeados por una extraña realidad.

Su conciencia no lo comprendía. No lograba entender por qué aún seguían ahí, durante miles de años, espero. Fue paciente, ¿por qué su padre le negaría algo que el mismo pacto?

Algo no andaba bien. Sobre su espalda estaba aquella misma sensación, que tuvo cuando llevó a cabo su rebelión. Al bajar la mirada, observó a sus aliados, vio a la cara a Azael, quien, silencioso, conservaba su mismo semblante.

Pero antes de palabras, oyeron un estruendo. Al entender lo que pasaba, sonrió con malicia. Únicamente se habían adelantado a los segundos faltantes para su liberación. Preparándose, vio el techo agrietarse. . . Pero volvió aquella sensación. Miedo, tanto que lo congelaba.

Y cuando el último golpe se dio y los escombros de su prisión cayeron. Supo que todo ya había acabado, no simbólico, ni poético. En verdad había acabado.

[…]

Millones contra unos. . .

Todo se había quedado en silencio. Cada círculo, se había quedado solo. Los torturadores de aquellas pobres almas, se habían ido. Los residentes salieron y ellos se habían quedado. Muchos abandonaron su tortura perpetua, salieron de los pozos; llenos de mierda y sangre, abandonaron los desiertos incandescentes y los sarcófagos.

Avanzaron por sus tierras, desiertos o ciudades, y como si todos hubieran sido tentados. Vieron por dónde Lucifer, había subido. Había paz, calma y una breve trompetada. La principal causa por la cual, todos abandonaron sus actividades. Tras la principal… Hubo otra.

De la nada. Miles y miles de demonios bajaron a toda velocidad. Hubo horrendos gritos de estos, como si huyeran de algo. Muchos de ellos, impactaron contra el suelo de diversos círculos.

Bañados de sangre y heridos. La gran mayoría de ellos murieron al impacto, otros se arrastraron, vociferaron gritos húmedos, gracias a la sangre de sus heridas internas. Bajo las miradas incrédulas de sus torturados. Quienes aterrados se alejaban de ellos, evitando acercarse mientras los gritos, que originalmente ellos producían. Ahora provenían de sus torturadores, quienes buscaban acercarse.

Pedir, rogar, ayuda. Pero ellos no. Tras unos segundos se originaron breves sonidos, quejidos y de la nada gritos. Uno de los múltiples pecadores presentes, se abalanzó contra uno de los demonios en el piso. Cuando estuvo a unos centímetros, lo pateó en la cara. Paso de patear a pisotear.

El demonio gritaba y gritaba por piedad. Mientras el pie del pecador seguía bajando, sobre la cabeza del demonio. Muchos de los presentes observaron la escena, como si estuvieran hipnotizados. Viendo él cómo el cráneo del demonio se iba fracturando, quebrando hasta volverse prácticamente nada, con el frío sonido del hueso quebrándose.

El pecador observó a los demás. Sobre sus ojos la ira y el odio bailaban, sobre su semblante una profunda oscuridad se formaba, y como una enfermedad, pasó de cuerpo en cuerpo, contagiando a todo presente y vidente, de aquella escena.

[…]

El infierno ya no es lo que era antes. Un lugar, donde todo pecador caía para sufrir sus faltas contra el mandato divino. Ahora era un campo de perpetua guerra, donde humanos y demonios, se disputaban brutales luchas por el control de cada uno de los círculos.

Derramándose océanos de sangre, donde la inmortalidad de ambas partes del conflicto, impedían un ganador. . .