Todo habría sido destruido, las ciudades, los bosques. Absolutamente, todo aquello que no fuera un cementerio para civilizaciones antiguas, habría sido desolado. Ahora los desiertos de arenas carmesí, cubrían los andamios de donde ciudades prominentes se habían alzado en antaño, pero ahora. Solo eran edificaciones rotas que el tiempo de la eternidad fue consumiendo con el paso de los siglos.
Estaba mal o estaba bien, era una cuestión bastante predominante sobre su ser. Si no lo hacía moriría de hambre, pero si optaba por hacerlo alimentaría la maldad dentro de sí, cómo una hoguera o una lámpara, que necesita combustible para seguir ardiendo. A metros de concretar su deber, siguió pensando en las posibilidades, Pero el hambre ganó y le hizo reaccionar.
Arremetió como los vientos de una tormenta, su presa apenas y logró reaccionar para imponerse ante su depredador, aun así no fue suficientemente rápido. Su destino habría sido pactado, desde el mísero segundo, en el que desobedeció y optó por cuenta propia, tal y como sus demás hermanos milenios atrás.
—Perdóname padre—. Una oración simple, concretada por una maldita boca. Su cuerpo rodó tras el feroz impacto que logro detener de su depredador. Se deslizó entre las arenas rojas, como la sangre, hasta quedar con la espalda al cielo antes de intentar en vano levantarse.—¿Qué ganas con esto?, ¿qué consigues con matarme?
Su simple pregunta fue capaz de calmar el hambre de la muerte de su depredador, quien bajó su arma, descendió su cuerpo hasta postrar con firmeza su rodilla en las arenas. El depredador y presa se vieron a los ojos, cuando esta última se volteó para ver a su final a los ojos. Se sintió aliviado de alguna u otra forma, por ver de quién provenía aquella sed de sangre.
—El pan de cada día. Lo que consigo y merezco es solo eso—. Respondió con tranquilidad. Observando a su presa a los ojos.—¿Qué pasó por tu mente al traicionar a tu señor?, pensabas que te dejaría ir sin más. Ambos sabemos que eso es impropio del señor al que traicionaste y, el que me ha empleado para matarte.
La conversación que se originaba era tan simple de alguna u otra manera, como el trago de un baso de agua. Quien entre las arenas, casi acostado, se encontraba, levantándose unos cuantos centímetros, aun siendo perseguido por la mirada de su asesino, quien con calma le observaba. Limitándose a seguirle con la mirada, no hizo ningún otro movimiento, como si estuviera expectante a algo, la pregunta era ¿el qué?
—Esto no es personal, pero fui contratado para matar y es eso lo mínimo que puedo hacer. Pero, seré rápido, no le veo una necesidad muy grande el torturarte. Ya te has torturado a ti mismo por lo que puedo ver—. Sentenció con calma, aproximando su mano a su objetivo para quitarle la capucha que cubría su cabeza—. Arrancarte los cuernos como los colmillos. Inaudito para los tuyos, una demostración repugnante de una voluntad angelical que aún perdura… demonio.
Un rostro pálido con facciones peculiares; los labios superiores curvándose hacia arriba, dejando las encías al descubierto y dónde dos agujeros sangrantes que demostraban la falta de dos colmillos. Sin cejas u algún otro cabello sobre la cabeza, en dónde dos bases negras salían a los laterales de su frente. Sus ojos eran pequeños y rasgados, las escleróticas eran negras y las pupilas naranjas. Un rostro completamente inhumano, fuera de todo lo natural.
—¿Puedo pedir un último deseo?—. Preguntó con un tono de voz más tranquilo. De alguna forma Aceptando su fin.
—mmmm, considero que es lo mínimo que te puedo permitir, así que sí. ¿Cuál es tu último deseo?—. Respondió y preguntó con calma, viendo con más compasión a su objetivo, Pero sin olvidar su razón por la cual estar ahí.
La presa se sentó sobre sus rodillas, bajo las cálidas arenas y tras unos segundos en vela. Un suave balbuceo comenzó a originarse desde su boca. Para su asesino fue algo sorpresivo, esperaba que luchará por su vida, que atacará y arremetiera con una misma sed de sangre, tal y como la suya, pero este escenario no se originó.
Poniéndose de pie levanto el arma con la que había iniciado toda esta pequeña interacción. Acercándose, se puso a sus espaldas y empuñando con fuerza el mango de madera al que se aferraba, sonrió, no con placer o locura, sino que más bien con. . . Calma.
—Eres bastante peculiar, pero, ya ha llegado tu hora y yo he venido para que eso sea concretado—. Sentenció con aquella aberrante calma. Bajando el torso de su objetivo, con su pie. Dejo su frente contra las cálidas arenas.—Fue un placer. . .
Alzando su arma, se tomó unos segundos para prepararse. Observando con atención a su presa sonrió nuevamente. Antes de bajar con todas sus fuerzas su arma. . .
HOZIM.
Apokalippsa:Contratos.
El trabajo estaba concretado y era hora de irse. Preparando una muestra de su trabajo para su empleador, siendo esta una garantía para asegurar su paga si o sí. Optando por saquear a su objetivo, en búsqueda de algo con valor, al revisarle no encontró algo muy valioso o eso pensó, cuando encontró un grimorio entre sus ropas. El libro era robusto pero pequeño, la portada y contra portada eran de un cuero negro, sin ninguna palabra escrita sobre estas. Las hojas estaban amarillentas y sucias, demostrables del tiempo por el que el grimorio ha tenido que ir pasando.
Sujetando una cabeza cercenada por las vértebras de la columna que aún seguían conectadas al cráneo. Tras haberla amputado desde la base del cuello y haber tenido que retirar carne como piel en casi las mismas cantidades, para ahora sostenerla como la tenía entre sus dedos. Tuvo que ir guardando el grimorio entre sus ropas. El tiempo se le agotaba y debía empezar con su camino lo más pronto posible.
Tenía mucho que recorrer y un tiempo límite con el que lidiar. Por ende, ni corto ni perezoso, empezó su odisea para llegar a su hogar.
Sin embargo, su larga caminata se fue interrumpida debido a unas lluvias, pero no unas cualquieras. Lo que caía de aquellas nubes negras que habían acaparado la luz tan brillante del sol, no era agua. Aquellas nubes lloraban sangre, una que quemaba a quienes estuvieran bajo ella y se impregnaban bajo su efecto tan corrosivo.
Logrando encender una hoguera, se le veía libre de heridas, originarias de la lluvia. Esto era mayormente debido a su capa, que lo protegió de los vientos y la sangre durante su caminata por el desierto carmesí, y fue así hasta poder llegar a unas ruinas aún firmes en el entorno. Teniendo que inspeccionarlas, se cercioro que era el único ahí, al saberlo optó por ocuparlas como un resguardo ante la inclemente lluvia, que lo tenía bajo una gran expectativa.
—Hu ash adira, tan lei et hakoch vehalehat shlach. Harsha lei lehishtamesh bemehot ha’otzamtit shlach le’avoda shli. —Alzando su mano al aire, sobre las llamas de la hoguera. Leyó las palabras sobre el papel sucio y amarillento que sostenía su otra mano.
»Lograba sentir algo sobre mi mismo. Era demasiado extraño, como si mi sangre estuviera hirviendo dentro de mis propias venas, las cuales hacían que la sangre estuviera bajando y subiendo por toda mi mano. Tensando mis dedos con firmeza y aun concentrado. Un ardor empezó a originarse en la palma de mi mano, uno el cual iba escalando de forma progresiva. Aquel ardor que lograba sentir ahora me quemaba. Carajo —se quejó, cuando aquel insignificante ardor, se volvió doloroso, como si su mano se estuviera incendiando.
Al abrir los ojos quedo incrédulo, ante lo que presenciaba con su mirada. Una simple flama había nacido sobre la palma de su mano. Ardía intensamente em comparación de su tamaño, que era pequeña y casi insignificante, como una pequeña chispa. Acercando su mano un poco más a su rostro, se concentró aún más en la flama y acto seguido se intensificó aún más, como si hubiera sido alimentada con aun más combustible, haciendo que ganara aún más tamaño, y terminara brillando con una mayor intensidad que dejaba en ridículo a aquella hoguera, que aún ardía pero en menor medida. Ahora el fuego cubría toda su mano, yendo desde su muñeca, hasta las puntas de sus dedos, Pero lo más evidente era que no sentía nada, ni como si se quemará, únicamente estaba el calor impregnado y que se habría vuelto soportable. Era como si aquella flama azul no dañara su piel o la consumiera en sí.
Apretando la mano con fuerza, cerró el flujo de aire para así extinguir la llamarada. Al quitarle el oxígeno e ir perdiendo la concentración, sentía que iba muriendo, hasta que no hubo nada mas. Abriendo la mano, quedó demasiado incrédulo como brevemente aterrado ante lo que vio. Las puntas de sus dedos habrían perdido la piel y la carne, quedando simples y puntiagudos huesos, que ahora teñidos de negro se mantenían firmes y unidos a un al hueso qué poseía piel y carne, más abajo del área afectado .
—Je, je, je, interesante, demasiado interesante —dijo para sí mismo.
Apretando la mano formó un puño nuevamente, aun así no sentía nada al plantar las puntas de sus dedos contra la piel de su palma, que aún estaba caliente, como si su sistema nervioso no estuviera sirviendo y no captará el calor o el dolor en el área. Dejando el grimorio sobre el suelo que cargaba sobre su mano opuesta, donde lo habría sujetado para leerlo. Observando, con un mayor interés, el nuevo estado actual de sus dedos. Pero viendo al fuego abrió la mano, pensando una cosa y comenzándose a preguntar si es que podría tocar el fuego sin sentir nada. Acercando su mano a las brasas, apenas y una flama tocó su piel, la alejó con rapidez, casi saltando el proceso.
—Mierda.—Sujetando su mano con gran dolor. Volvió a ver el fuego que seguía ardiendo sin inmutarse, tras intentar tocarlo.
Viendo a su mano, noto como una ampolla comenzaba a originarse sobre el área afectada por el fuego. Girando a ver a la hoguera nuevamente, suspiro con pesadez y dolor. Pensaba que al poder convocar fuego sobre sus manos lo haría inmune a este mismo, pero se equivocaba y demasiado.
Recostándose sobre el suelo de piedra, ya resignado, uso su mochila como una almohada. Usando su capa como una manta, se subió la capucha para así cubrir sus ojos y parte de su rostro, para intentar dormir, debía de descansar el tiempo que fuera necesario o el que pudiera descansar en sí.
[. . .]
La hoguera se habría extinguido con la llegada del amanecer, ahora solo quedaban las cenizas en una cama de ramas carbonizadas y piedras que la rodeaban, las cuales una ventisca de viento las hizo desaparecer sobre el aire. Despertándose de su largo letargo, alzó su cuerpo del suelo. Se quitó la capucha que cubría su rostro y la bajo hasta su nuca. Restregándose el rostro con esmero, para así quitarse el sueño que aún presentaba sobre su semblante. Levantándose del suelo, planto sus pies descalzos sobre el cálido piso de piedra, para así irse preparando para abandonar aquellas ruinas, de donde se refugió de la lluvia sanguínea de la noche anterior.
Aún caían pequeñas gotas de sangre como una suave llovizna en el entorno, pero ahora si era viable para caminar bajo la lluvia, sin poder morir o sufrir heridas muy graves. Tomando sus cosas y su certificado de trabajo, el cual aún seguía fresco, con alguna que otra mosca revoloteando a su alrededor antes de irse, al ser asustadas por una mano. Prestándole atención a su mano derecha, la dominante. Pensaba que todo lo ocurrido la noche anterior, habría sido un sueño. Al ver sus dedos, supo que lo que hizo ayer no había sido un simple sueño, las puntas de sus dedos estaban carentes de carne y piel, donde los huesos seguían pintados de negro y parecían que se iban a quedar así.
Bajando la mirada vio el grimorio en el suelo. Agachándose lo agarró con la mano derecha, apenas y lo hizo, sosteniéndolo entre sus dedos, sintió un cálido tacto. Guardándolo bajo su capa y tomando su mochila, se dispuso a terminar el último tramo que le faltaba, para llegar a su hogar, debía de encargarse primero de salir trabajo, después seguiría practicando con el contenido del grimorio o investigaría un poco más sobre él.
[. . .]
Habría llegado a su destino finalmente. Las arenas desaparecieron y el sol fue cubierto por unas densas nubes de humo. El asfalto negro estaba húmedo y frío, por la sangre que se escurría en él. Una metrópolis, donde los colores muertos avivaban el entorno en sí. Edificios antiguos yacían por todo el lugar. Con el mármol negro y corrupto siendo su principal fuente de construcción.
Centrando su mirada hacia al frente, como un caballo. No estaba dispuesto a ver a sus alrededores, donde los transeúntes se mataban entre sí, peleando con armas antiguas, tirando sangre al suelo. La cual se arremolinó y término, creando inmensos ríos de glucosa, donde los cadáveres flotaban siguiendo una corriente.
Alzando la mirada, ahí al frente, en todo el centro de la Ciudad, se alzaba una torre, el lugar a donde debía de ir. Pero antes de siquiera llegar, de primero debía cruzar la guerra y matanza que era conllevada sobre las calles. Donde la piedad se perdía y la brutalidad reinaba.
Empuñando su fiel arma con su brazo libre, sonrió con determinación. Su mango de madera estaba coloreado levemente de un rojo bastante suave, y esto era debido a la sangre que habría tenido que afrontar tiempos atrás, el acero negro del que estaba hecha su hoja se veía impoluta, casi brillando. Acercándose aún más a la multitud, que se mataban entre sí, cargando con firmeza. Llegaría a cumplir con su contrato si o sí.
Afilando la mirada, logró ver que uno de aquellos múltiples individuos le notó y dejando de pelear con el que estaba, se centró en él. Usaba una armadura negra con picos, una pechera, hombreras, brazaletes, canilleras y un casco que cubría por completo su rostro, con tres simples agujeros. Dos para los ojos y uno para la nariz.
Este se acercaba gritando, corriendo a toda velocidad, meneando una espada corta en su mano izquierda. Pero cuando estuvo lo suficientemente cerca, fue golpeado por aquella cabeza, en el casco, haciendo que abriera una abertura en su cuello, donde un hacha corto la yugular, plantándose entre el metal y la carne. Dándole una patada al individuo, fue a parar al suelo. Ahogándose en su sangre, fue rematado cuando aquella hacha partió su cara a la mitad, ignorando aquel casco que ahora solo era chatarra.
Plantando su pie sobre la pechera del difunto. Logró sacar su arma de entre el cráneo y metal de aquel que había matado. Alzando esta arma llena de sangre la cual chorreaba como un río, que terminaba cayendo sobre lo que fue la cara de aquel que estaba bajo su pie. Su mirada no demostraba calma, la irá y la rabia lo inundaban, haciendo que varias venas sobre su cara se remarcarán. Su respiración se hacía más rápida y constante, pero su corazón, parecía que quería explotar.
—Bien hijos de perra, no estoy de humor ahora, así que quítense de mi camino o créanme que disfrutaré matar a todo imbécil que se ponga en mi camino —amenazó con firmeza.
[. . .]
Lo habría logrado. Tuvo que matar a decenas qué se habían interponido en su camino, pero no habría salido muy bien librado de aquellas interferencias. Flechas se clavaron sobre su cuerpo, sus hombros y extremidades fueron las partes más afectadas. Habría sido apuñalado como golpeado, tantas veces que ya no recordaba cada impacto qué habría resivido. Aún así continuó, no sintiendo nada, podía hasta jurar que una de aquellas múltiples flechas, le había dejado ciego de un ojo, ¿cuál? No lo sabía, estaba tan desorientado que el simple hecho de caminar le era complicado.
Todo se movía de una manera ajetreada y constante. No pudiendo seguir más de pie, cayó de rodillas a unos cuantos metros antes de poder llegar a su destino. Estaba tan agotado qué había soltado su mochila y su arma, ¿en donde? Tampoco lo sabía. Arrastrándose sobre el suelo, aun cargaba aquella cabeza, aun no iba desistir, estaba tan cerca, pero a la vez tan lejos.
Dando todo de si, llego a las puertas de la torre. Azotó su puño sangrando contra estas, usando todas sus fuerzas en esto, el último gramo de sí que le quedaba. Dejando la cabeza frente a la puerta, se acomodo a un lado de la entrada. Apoyando su espalda contra el mármol de aquella pared, suspiro. Su respiración cada vez era más pesada y el sueño le quería cerrar los ojos a la fuerza.
—Je, je, je con que ¿así moriré? —pregunto para si mismo, sintiendose cada vez más cansado. —Que irónico…
Pudiendo sentir frías sus manos, cerró sus ojos ya resignado. Alzando la cabeza en dirección al cielo, se dio cuenta que comenzó a llover, era una brisa suave y cálida. La sangre comenzó a quemar su piel, aun así, no había nada, ni una pizca de dolor. Estaba a unos minutos o segundos de morir, según su persona, un chiste irónico. Lo único que agradecía en sí, era haber logrado cumplir su contrato.
Sonriente, tosió un poco. La garganta la tenía seca, pero ya no importaba, estaba sintiendose más relajado, pero su cuerpo seguía poniéndose frío. Ya estaba llegando su hora y solo le quedaba aceptar, no había alguna razón más para aferrarse a la vida. No había nadie por quien seguir peleando, ni se recordaba así mismo. Sobre su persona solo conocía un nombre o era un ¿apodo? Fuera lo que fuera, era lo único que conocía de si mismo.
Gad, no lo entendía, ni sabía que significaba. Pero algo dentro de si, le decía que no debía de olvidarlo. Ya no aguantando más, dejo de luchar, ya todo estaba terminado para si mismo y únicamente le quedaba morir.