Su único escape

—¿No vamos a llevar al conductor? —preguntó Amelie mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

—No. Yo conduciré esta noche —respondió Gabriel, mirándola de reojo—. Amelie, mírame.

Ella se giró al instante, solo para sentir la firme presión de sus labios contra los suyos.

—Fresa —murmuró él.

—¿Qué? —preguntó ella, riendo suavemente.

—El sabor de tu lápiz labial —dijo él con una leve sonrisa, encendiendo el motor.

Ella notó cómo se relamía los labios y rápidamente desvió la mirada, con el corazón dando un vuelco.

—Gabriel, olvidé preguntar, ¿cómo va el caso de Zilia? No he visto al Príncipe Casaio últimamente. —Giró la cabeza hacia él, buscando una respuesta sincera.

—Albus mencionó que Casaio tuvo que regresar urgentemente al palacio —contestó Gabriel—. Aún no he tenido oportunidad de investigar el asunto de Zilia. Cuando regresemos, lo seguiré. Pero tengo la sensación de que Casaio podría retrasar las cosas... Sus sentimientos por ella aún perduran.