—¿Qué te puso de tan mal humor esta mañana? —preguntó Casaio con una ligera risa, intentando aliviar la tensión.
—Tú —respondió Gabriel bruscamente—. Primero, liberaste a un criminal de la prisión solo porque te contó una patética historia triste. Y segundo, no lograste hacer hablar a Zilia. En cambio, hiciste que alguien atendiera sus heridas. ¿Estás trabajando por la justicia o dirigiendo una clínica?
Casaio guardó silencio bajo el peso de las duras palabras de su hermano. Ya estaba cargando con más de lo que dejaba ver, pero explicárselo a su hermano menor parecía una causa perdida. Gabriel nunca había sido del tipo empático, nunca dispuesto a ver las cosas más allá de su rígida visión del bien y el mal.
Gabriel no tocó su espresso. Se sentó rígidamente con los brazos cruzados, esperando en un silencio sombrío hasta que Amelie regresó.