Capítulo 19: El Regreso Inesperado

El jueves por la mañana me encontraba en el salón, el aire aún impregnado de la rutina escolar, pero para mí, teñido de una expectación silenciosa. Estaba sentada junto a Brianna, nuestros libros de biología abiertos sobre la mesa, pero mi atención divagaba, oscilando entre las imágenes vívidas del jardín japonés y el peso de la conversación telefónica con Louie. La promesa de Kenji, *prometo que nos volveremos a encontrar*, resonaba como un eco suave en mi interior, ofreciéndome un resquicio de paz en medio de la incertidumbre.

Casi dos semanas habían transcurrido desde mi regreso, una semana marcada por la cautela y la distancia. Las clases se habían sucedido como fotogramas borrosos, mis sonrisas se sentían medidas, y las miradas de Louie, cargadas de una súplica silenciosa, eran intencionadamente evitadas. Anna, siempre a su lado, proyectaba una falsa aura de triunfo, sin sospechar la tormenta silenciosa que se gestaba.

Cada día era un ejercicio de contención. Mis clases particulares, la formalidad distante de mis padres, la presencia constante de Anna y Louie... todo contribuía a una tensión subterránea que amenazaba con resquebrajar mi recién encontrada serenidad. Pero me aferraba a la calma que el sueño me había regalado, intentando aplicar la paciencia y la observación que Kenji me había insinuado.

De repente, el murmullo habitual del salón se elevó a un tono de excitación palpable. Mis compañeros, aquellos rostros familiares con los que había compartido años de risas y confidencias, se congregaron en un rincón, formando un círculo animado alrededor de alguien. La curiosidad, una punzada fugaz, intentó atraparme, pero me resistí al impulso de unirme a la multitud. No quería distracciones, no quería que nada perturbará la quietud expectante que intentaba cultivar.

"¿Qué pasa?", preguntó Brianna, sus ojos café brillando con curiosidad.

"No lo sé", respondí, encogiéndome de hombros con una indiferencia forzada. "Y realmente, no me importa."

"Vamos, Josephine", insistió Brianna, tirando suavemente de mi manga. "No seas tan distante. Quizás es algo interesante."

"Ve tú si quieres", murmuré, bajando la mirada hacia el diagrama de la célula vegetal en mi libro. Fue entonces cuando escuché a Brianna susurrar mi nombre con una sorpresa genuina. No levanté la vista de inmediato, pero el ligero toque de su mano en mi brazo y la resonancia inconfundible de una voz que creí relegada al pasado me obligaron a alzar la cabeza lentamente.

Era Josep.

Su presencia llenó el salón con una intensidad inesperada, eclipsando momentáneamente el bullicio adolescente. Sus ojos, antes vibrantes y llenos de una calidez fraternal, ahora reflejaban una mezcla compleja de confusión, una sombra de arrepentimiento y una súplica silenciosa. Su sonrisa, aquella que solía evocar en mí una sensación de familiaridad y afecto incondicional, era tenue, casi vacilante, como si dudara de su propio derecho a acercarse.

"Josephine", dijo, su voz un susurro grave que resonó en el silencio repentino que se había apoderado del salón, cada sílaba cargada de una emoción que sentí vibrar en mi propio pecho. "Necesitamos hablar."

Mi corazón dio un vuelco, latiendo con una fuerza que me sorprendió. Una oleada de emociones contradictorias me invadió: sorpresa ante su inesperada aparición, incredulidad ante su presencia tangible, un dolor punzante al recordar su ausencia, y una cautelosa punzada de esperanza, teñida por la memoria reciente de la traición. No sabía qué decir, qué hacer. Me quedé inmóvil, observándolo como si fuera una figura borrosa emergiendo de un recuerdo lejano.

"¿Qué estás haciendo aquí?", pregunté, mi voz apenas un hilo de sonido, tratando de mantener la compostura que el sueño me había ayudado a encontrar.

"Vine a verte", respondió Josep, dando un paso tentativo hacia mí, acortando la distancia física, pero la emocional parecía insalvable. "Necesito explicarte lo que pasó."

"No hay nada que explicar", dije, mi voz adquiriendo un tono frío y distante, una reacción instintiva para protegerme de un nuevo posible dolor. "Te fuiste."

"No fue mi intención", dijo Josep, sus ojos oscuros buscando desesperadamente los míos, implorando comprensión.

El silencio volvió a caer sobre nosotros, un silencio pesado y denso, cargado de las miradas curiosas de nuestros compañeros. Pero en ese instante, solo existíamos Josep y yo, atrapados en un pequeño universo de emociones turbulentas, con el eco de la conversación con Louie y la serenidad del sueño japonés como telón de fondo silencioso.

Lo miré directamente a los ojos, intentando discernir la verdad detrás de su arrepentimiento, buscando alguna señal que concordara con la necesidad de observar las acciones, no solo las palabras. "¿Te fuiste, Josep?", repetí, mi voz ahora cargada de un dolor que no podía seguir ocultando. "Te fuiste y no te importó dejarme atrás. ¿Entiendes eso?"

Un nudo doloroso se formó en mi garganta, constriñéndola, y las lágrimas, que había luchado por contener durante días, amenazaron con desbordarse, picando detrás de mis párpados como arena fina. "Te extrañé, ¿entiendes?", la acusación salió en un susurro cargado de la incredulidad de la pérdida. "Te tenía cariño... eras mi amigo, uno de los pocos que realmente me conocía. Crecimos juntos, nuestras infancias entrelazadas en este mundo de apariencias superficiales. Eras mi único refugio seguro, un faro de autenticidad en medio de la falsedad... y de repente desapareciste, tragado por el silencio durante dos largos años, sin una explicación, sin una despedida. Y ahora... ahora simplemente apareces de la nada, como si nada hubiera cambiado."

Hice una pausa, mi respiración entrecortada por el esfuerzo de controlar el temblor de mis labios y las lágrimas que luchaban por salir, empañando mi visión. "Después de que te fuiste... te vi una sola vez, fugazmente, por unos segundos borrosos, en el aeropuerto, justo antes de que abordara el avión a Francia", dije, mi voz quebrándose con el recuerdo de esa despedida silenciosa e involuntaria. "Traté de llamarte... pero ya estabas lejos."

Una tristeza profunda, visceral, me invadió, un peso aplastante que se instaló en mi pecho, dificultando cada respiración. "No sé por qué regresaste, Josep", dije, mi voz ahora teñida de una amargura helada, el dolor de la ausencia aún punzante. "Pero no esperes que te perdone fácilmente. Me rompiste el corazón... me hiciste sentir invisible, insignificante."

"Escúchame, ¿sí?", dijo Josep, su voz ahora cargada de una urgencia desesperada, sus ojos fijos en los míos con una intensidad que me hizo tambalear. "Hay una explicación para todo, Josephine. Te juro por todo lo que nos une que no quería lastimarte. A mí también me dolió dejarte, me dolió más de lo que jamás podrás imaginar. Te extrañé... cada día fue una tortura sin tu presencia. Y ese día en el aeropuerto... traté de acercarme a ti, desesperadamente, pero la multitud era densa, el tiempo se escurría entre mis dedos como arena... y cuando finalmente logré verte, ya estabas cruzando la puerta de embarque. Era demasiado tarde. Eras mi amiga de la infancia, Josephine... mi confidente, mi apoyo. Pasaron muchas cosas con mis padres, decisiones que no dependieron de mí, circunstancias complejas que no puedo explicarte completamente ahora. Pero déjame contarte, por favor. Dame una oportunidad... solo una oportunidad para explicarte todo lo que realmente sucedió."

Su voz temblaba ligeramente, revelando la sinceridad de su angustia, y sus ojos reflejaban una vulnerabilidad cruda que por un instante desarmó mis defensas. Por un momento fugaz, dudé. La rabia y el dolor, que habían sido mis compañeros constantes durante tanto tiempo, luchaban contra una punzada de curiosidad y una tenue, casi extinta, chispa de esperanza. Quería creerle, anhelaba entender el vacío que su partida había dejado en mi vida. Pero la memoria de su ausencia, la sensación de abandono, aún dolía con una intensidad paralizante, y el miedo punzante a ser lastimada de nuevo me paralizaba, como una estatua de hielo.

"No sé, Josep", dije finalmente, mi voz apenas audible, un susurro cargado de la fragilidad de mi confianza. "Me lastimaste mucho... más de lo que crees. No sé si puedo confiar en ti de nuevo... no sé si quiero."

"Lo entiendo", dijo Josep, con un suspiro profundo que parecía arrancar el aire de sus pulmones. "No espero que me perdones de inmediato, Josephine. Sé que me equivoqué, que te fallé. Pero te prometo... te juro que haré todo lo posible, cada día, para recuperar tu confianza. Solo dame una oportunidad... una pequeña oportunidad para demostrarte que mi amistad siempre fue real. Por favor."

Lo miré fijamente, intentando escudriñar la sinceridad escurridiza que danzaba en la profundidad de sus ojos oscuros, buscando alguna señal que contradijera la cautela que el sueño de Kenji me había inculcado: observar las acciones, no solo las palabras. Con un movimiento lento y casi imperceptible de mi cabeza, le indiqué que tomara asiento en una de las sillas vacías cercanas. Justo en ese momento, el estridente timbre resonó por todo el instituto, anunciando el inicio de la siguiente clase, y el profesor de historia entró en el aula, interrumpiendo la tensa atmósfera que nos envolvía. Las horas siguientes se arrastraron con una lentitud exasperante, cada minuto una batalla silenciosa contra el torbellino de mis propios pensamientos confusos y contradictorios.

Finalmente, llegó el receso del almuerzo, un oasis efímero en el desierto de la jornada escolar. Brianna, con su habitual energía contagiosa, nos guio a Josep y a mí a través del bullicioso comedor, sorteando mesas y grupos de estudiantes hasta que salimos al aire fresco del patio. Caminábamos los tres juntos, una tregua tácita suspendida entre nosotros, Brianna y yo esforzándonos por mantener una conversación animada y ligera, como si nuestras palabras pudieran tejer un velo sobre la tensión palpable que aún nos envolvía a Josep y a mí.

De repente, una calidez familiar me rodeó los hombros, y la suave presión de un beso se depositó en mi coronilla. Un escalofrío recorrió mi espalda como una descarga eléctrica, y un nudo apretado se formó en mi garganta, sofocando cualquier intento de habla. Me giré lentamente, mi corazón latiendo con una mezcla de sorpresa y una punzada de un cariño persistente, encontrándome con los ojos de Josep, llenos de una súplica silenciosa y una esperanza que aún titilaba a pesar de la incertidumbre.

Justo en frente de nosotros, la figura de Louie se recortaba contra la luz del mediodía, observándonos con una expresión indescifrable, una máscara de emociones contenidas que no lograba ocultar el brillo oscuro de sus pupilas. Y justo detrás de él, como una sombra amenazante, Anna nos seguía con una mirada gélida, sus ojos estrechos destilando una frialdad cortante. El ambiente se tensó de inmediato, la alegría bulliciosa del patio pareció desvanecerse, reemplazada por una electricidad estática, como si una tormenta inminente estuviera a punto de desatarse sobre nosotros. Brianna me miró con una preocupación evidente en sus ojos avellana.

Louie me miraba fijamente, sus ojos reflejaban una mezcla turbia de rabia contenida y una profunda decepción que me atravesó como un cuchillo helado. A mi lado, sentía la presencia tensa de Josep, su mirada fija en Louie con una intensidad desafiante, sus músculos tensos bajo su camisa. Anna, por otro lado, exhibía una sonrisa pequeña y triunfante, como si disfrutara de este incómodo espectáculo, saboreando la tensión como un dulce amargo. Brianna, a mi izquierda, me miraba con el ceño fruncido, sus ojos llenos de preguntas silenciosas y una preocupación palpable.

Yo, en cambio, permanecía inmóvil, mi rostro una máscara de una estudiada indiferencia que luchaba por ocultar el torbellino de emociones contradictorias que me sacudían por dentro. No sabía cómo reaccionar, qué palabra pronunciar. Me sentía atrapada en un juego peligroso, donde cada movimiento, cada respiración, podía tener consecuencias impredecibles y devastadoras.

Vi cómo Anna se inclinaba y le decía algo a Louie en voz baja, sus labios moviéndose con una rapidez venenosa, pero él parecía resistirse a sus palabras, sin apartar su mirada penetrante de la mía. Nos mirábamos fijamente, como en los viejos tiempos, cuando la conexión entre nosotros era innegable, una corriente invisible que nos unía. Pero ahora, la tensión palpable y la desconfianza helada habían reemplazado la calidez y la cercanía que una vez compartimos.

De repente, Josep me miró, sus ojos buscando los míos con una intensidad renovada, y luego su mirada se desvió hacia Louie, endureciéndose. Una media sonrisa, cargada de una extraña mezcla de desafío y algo que no pude descifrar, se dibujó brevemente en sus labios antes de que sus brazos me rodearan por completo, atrayéndome hacia su pecho en un abrazo inesperado. El gesto me tomó por sorpresa, dejándome paralizada por un instante. Mi cara quedó oculta en la tela suave de su camisa, impidiéndome ver la reacción en los rostros de Louie y Anna. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío, su cercanía despertando recuerdos latentes, sensaciones familiares que creí haber enterrado bajo capas de dolor y decepción.

¿Por qué todo me pasa a mí?, pensé con una punzada de frustración y una creciente sensación de confusión que me oprimía el pecho. Mi vida parecía haberse convertido en un laberinto sin salida, lleno de complicaciones dolorosas y decisiones imposibles.

De repente, un ruido sordo resonó en el patio, un golpe seco seguido casi inmediatamente por el grito agudo de Brianna. Un grito de sorpresa pura y un miedo punzante que me heló la sangre en las venas. Miré de reojo, apartándome ligeramente del abrazo de Josep, y vi cómo Brianna saltaba hacia atrás, sus ojos cafe abiertos de par en par, fijos en algo que no alcanzaba a ver. Luego, sentí un golpe brusco en mi hombro, como si alguien hubiera pasado a nuestro lado con una violencia contenida.

Intenté liberarme del agarre de Josep, pero sus brazos me sujetaban con una fuerza inesperada, como si buscara protegerme de algo invisible. Entonces, escuché la voz aguda y llena de triunfo de Anna: "¡Louie, cariño, espérame! ¡Te lo dije!".

Sus palabras, cargadas de una satisfacción oscura, me dejaron momentáneamente paralizada, sin comprender la secuencia de eventos que acababa de presenciar. Finalmente, Josep aflojó su abrazo y me soltó, permitiéndome ver la expresión de Brianna, una mezcla confusa de sorpresa y una creciente preocupación en su rostro.

"¿Qué pasó?", pregunté, mi voz temblorosa, aún confundida por el repentino estallido de tensión y el ruido sordo.

Brianna me miró fijamente, sus palabras saliendo en una ráfaga rápida, como si intentara narrar una escena de acción a cámara rápida. "Josep te abrazó, Louie venía directamente hacia acá, su rostro... estaba furioso. Anna lo agarró del brazo, le dijo algo al oído, y él se soltó con una brusquedad increíble y le dio un puñetazo a la pared de ladrillo. Después, pasó a nuestro lado, rozándonos con el hombro a propósito, con una rabia ciega. Luego, Anna salió corriendo detrás de él, gritándole."

Entendí perfectamente cada palabra, aunque Brianna las había pronunciado a la velocidad de la luz. Miré a Josep, mis ojos brillando con una furia fría y contenida.

"De esto vamos a hablar muy seriamente tú y yo", dije, mi voz baja y peligrosa, cada sílaba cargada de una amenaza implícita.

Josep se encogió de hombros con una desenvoltura forzada, como si mi enfado no le afectara en lo más mínimo. "Igual tenía que ir a tu casa con mis padres mañana", respondió, con una sonrisa despreocupada que solo logró exacerbar mi irritación.

Solté un suspiro exasperado, sintiendo la frustración y la rabia acumularse en mi interior como un nudo apretado. Me dejé llevar por Brianna, permitiendo que me guiara lejos de la escena tensa, aunque mi mente estaba lejos, atrapada en el torbellino de emociones que me sacudía. El almuerzo terminó sin que probara bocado, y el resto de mi día escolar continuó en una especie de niebla sombría, mis clases y las interacciones con mis compañeros pareciendo irrelevantes ante la tormenta que se cernía sobre mí.

Una vez en casa, cumplí con mis clases particulares, baje a cenar con mis padres, preparándome mentalmente para lo que ya sabía que me iban a informar.

Al tomar asiento a la mesa, mi padre me miró con su habitual expresión seria e imperturbable. "Los padres de Josep vendrán mañana para la cena, con él", anunció, su voz firme y sin dejar lugar a ninguna objeción o debate.

Un escalofrío helado me recorrió la espalda, a pesar del calor de la habitación. "Mañana...", repetí, mi voz apenas audible, la creciente ansiedad atenazándome el pecho. La noticia me golpeó como un balde de agua fría, trayendo consigo una mezcla amarga de rabia contenida y una profunda inquietud, confirme lo que Josep ya me había dicho en la tarde.

"Sí, mañana", confirmó mi madre, con un tono que no admitía réplicas. "Es una cena importante, Josephine. Debes comportarte de manera apropiada y mostrar cortesía."

"Está bien, madre", solté un suspiro cansado, resignándome a lo inevitable. Mañana tendría que escuchar a Josep, y la idea me llenaba de una profunda fatiga emocional.