El sol del mediodía, alto en el cielo primaveral, bañaba el patio de la escuela con una luz brillante y despiadada, revelando cada detalle de la escena que se desarrollaba. Los ojos de Anna, cual depredador observando a su presa, permanecían fijos en Josephine desde el momento en que la vio salir del aula, escoltada por la inseparable Brianna. Analizó cada uno de sus movimientos: la forma en que Josephine ajustaba la correa de su bolso, la pequeña y forzada curva de sus labios mientras respondía a las palabras animadas de Brianna. Y entonces, como una pieza clave encajando en su lugar, él apareció. Josep.
Una punzada de satisfacción fría y calculada recorrió el pecho de Anna. ¡Por fin! ¡Por fin Louie vería la verdad que ella se había esforzado tanto en mostrarle! Durante días, en susurros conspirativos y mensajes de texto codificados, Anna y Josep habían tejido este pequeño drama, cada gesto, cada mirada, meticulosamente planeado para inocular la duda en la mente de Louie y hacerlo creer que entre Josephine y su antiguo amigo existía algo más profundo, algo romántico. "Solo son amigos de la infancia, Anna. No inventes cosas", había insistido Louie una y otra vez, su obstinada ingenuidad exasperante para Anna.
Y ahora, ahí estaban. Caminando juntos, con una proximidad que Anna consideraba sospechosa, Brianna orbitando a su alrededor como un satélite innecesario. Una oleada de control embriagó a Anna. Todo estaba desarrollándose según el guion que ella y Josep habían escrito. En el instante preciso antes de que Josep rodeara a Josephine con sus brazos, Anna cruzó miradas con él. Sus ojos verdes lanzaron un destello cómplice, sellando su pacto silencioso con un guiño apenas perceptible. Josep respondió con un asentimiento casi invisible, un actor consumado interpretando su papel a la perfección. Con la certeza del éxito inminente, Anna se giró rápidamente para buscar a Louie, cuya figura se distinguía entre el bullicio del patio, su rostro ya marcado por el ceño fruncido de la confusión.
Anna agarró el brazo de Louie con una fuerza que apenas notó, su propia excitación tiñendo su voz con un temblor apenas perceptible. "¡Mira!", exclamó, su dedo índice apuntando discretamente hacia la escena que se desarrollaba a unos metros de ellos. "¡Te dije que Josep regresaría hoy!"
Su agarre se intensificó al presenciar el momento culminante de su plan: Josep rodeando a Josephine con sus brazos y depositando un beso casto, pero condenatorio a los ojos de Louie, en su cabeza. ¡Un beso! La pieza central de su montaje, diseñada para ser innegable, para despertar la inseguridad latente en Louie. Una oleada de triunfo recorrió a Anna, tiñendo sus mejillas de un ligero rubor.
"¡Mira eso, Louie!", exclamó Anna, su voz elevándose ligeramente por encima del murmullo del patio, sin importarle si algunas cabezas curiosas se giraban hacia ellos. "¡¿Todavía crees que no pasa nada entre ellos?!"
Su corazón latía con una mezcla embriagadora de satisfacción y una punzada de impaciencia. Quería gritar, quería restregarle la "verdad" en la cara a Louie, ver el momento exacto en que la duda se convertía en certeza en sus ojos. Pero se contuvo, enfocándose en él, en la lenta comprensión que esperaba ver florecer en su rostro confundido. Necesitaba que él viera lo que ella y Josep habían creado, que finalmente se diera cuenta de la "verdad" distorsionada que ellos se habían esforzado tanto en presentarle.
Los ojos de Louie se clavaron en Josephine, una tormenta de decepción, rabia e intensa confusión oscureciéndolos. Intentaba desesperadamente descifrar aquella escena, escudriñar el rostro de Josephine en busca de alguna pista que revelara sus pensamientos, sus sentimientos ante el regreso de Josep. Pero su semblante era una máscara impenetrable, una superficie lisa que no ofrecía asideros a su turbulencia interna. Louie observó con creciente frustración cómo, por un instante fugaz, la mirada de Josephine se cruzaba con la de Josep, solo para que este último desviara la suya directamente hacia él. Josep lo miró fijamente, sus ojos oscuros lanzando un desafío silencioso, casi un reto, antes de que una pequeña sonrisa de suficiencia se dibujara en sus labios, atizando aún más la rabia que comenzaba a hervir en las entrañas de Louie. Las ganas de correr hacia ellos, de separarlos con violencia, eran casi incontrolables, un impulso primario que lo instaba a la acción. Sin embargo, el agarre firme de Anna en su brazo actuaba como un ancla, reteniéndolo en su lugar.
De repente, la escena ante sus ojos se intensificó. Josep abrazó por completo a Josephine, girando su cuerpo de tal manera que le daba la espalda a Louie, ocultando por completo el rostro de ella. La inmovilidad de Josephine, su falta de reacción ante el abrazo de Josep, solo sirvió para alimentar la furia creciente en el pecho de Louie. Estaba al borde de la explosión cuando la voz rápida y venenosa de Anna taladró su oído: "¡Te dije que eran novios y que iban a andar melosos en cuanto Josep regresara!". Un gruñido gutural escapó de la garganta de Louie, un sonido animal de frustración y rabia. Se soltó bruscamente del agarre de Anna, su brazo liberado con un movimiento tan repentino que la desestabilizó por un instante. Sin pensarlo más, con la sangre hirviendo en sus venas, comenzó a caminar con rapidez hacia la pareja abrazada, cada paso cargado de una energía contenida y peligrosa. Sin embargo, justo antes de alcanzarlos, contuvo su ira apenas, canalizándola en un golpe seco y brutal contra la pared de ladrillo más cercana. El impacto resonó con un eco sordo en el silencio expectante del patio, un sonido que se mezcló con el grito de sorpresa que Brianna soltó al presenciar el arrebato repentino de Louie. Sin detenerse, con la furia ciega guiando sus movimientos, Louie pasó con rapidez al lado de Josephine y Josep, aún fundidos en su abrazo, rozándolos con el hombro a ambos a propósito, un acto de agresión apenas disimulado. En medio de su torbellino de rabia, escuchó la voz aguda de Anna gritando a su espalda: "¡Louie, cariño, espérame! ¡Te lo dije!". Pero Louie no le hizo caso, siguiendo su camino, una figura solitaria consumida por la furia.
Louie siguió caminando a grandes zancadas, sintiendo la adrenalina bombear por sus venas. Cada fibra de su ser gritaba por una confrontación, por respuestas claras que disiparan la confusión que lo asaltaba. El abrazo de Josep a Josephine, la sonrisa de suficiencia, las palabras de Anna... todo se mezclaba en su mente, alimentando una rabia sorda y punzante. Necesitaba alejarse de esa escena, de esa sensación opresiva de traición y engaño.
Mientras se alejaba, podía sentir la mirada de varios estudiantes clavada en su espalda, curiosos ante su arrebato repentino. Ignoró los murmullos y los comentarios silenciosos, su único objetivo era encontrar un lugar donde pudiera ordenar sus pensamientos, donde la furia no lo consumiera por completo.
Llegó al campo de fútbol, ahora desierto a esa hora del almuerzo. El viento agitaba suavemente la hierba verde, ofreciendo un contraste con la tormenta que se desataba en su interior. Se detuvo en el centro del campo, respirando hondo el aire fresco, intentando calmar el torbellino de emociones que lo sacudían.
¿Qué significaba todo esto? ¿Había estado Josephine jugando con él? ¿Había sido Josep su verdadero interés todo el tiempo? La idea lo lastimaba profundamente, reabriendo viejas heridas de inseguridad y duda. Había confiado en Josephine, se había permitido bajar la guardia, y ahora esta escena lo hacía cuestionar cada momento que habían compartido.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear las imágenes de Josep abrazando a Josephine. La sonrisa de su antiguo amigo, llena de una arrogancia que nunca antes había notado, lo enfurecía aún más. Sentía la necesidad de confrontarlos a ambos, de exigir una explicación, pero sabía que actuar impulsivamente solo empeoraría las cosas.
Necesitaba pensar con claridad, trazar un plan. No iba a permitir que lo manipularan, que jugaran con sus sentimientos. Iba a descubrir la verdad, sin importar cuán dolorosa fuera. Y cuando lo hiciera, Josephine y Josep tendrían que responder por sus acciones. La rabia comenzaba a ceder paso a una determinación fría y firme.
Al mismo tiempo que la rabia lo impulsaba a alejarse, los fragmentos de la conversación telefónica del viernes con Josephine resonaban en su cabeza con una intensidad punzante, como interferencias constantes en una señal débil. Su voz, quebrándose por momentos al hablar de la desconfianza y el dolor, contrastaba dolorosamente con la imagen de ella en brazos de Josep. "¿En quién debía creer?", se preguntaba una y otra vez, la distancia impersonal del teléfono ahora imbuida de una carga emocional contradictoria.
Recordaba cada matiz de su tono: la vulnerabilidad que creyó percibir a través de la línea, la aparente sinceridad al pedir espacio y tiempo para sanar. ¿Habían sido solo palabras vacías, dichas con la intención de mantenerlo a raya mientras esperaba el regreso triunfal de Josep? La idea lo punzaba con una sensación de engaño, la frialdad del auricular ahora evocando la frialdad de una posible traición.
La imagen de Josephine abrazada a Josep, aunque confusa y sorprendente, no terminaba de encajar del todo con la fragilidad que su voz había transmitido por teléfono. ¿Podría haber una explicación diferente a la que Anna intentaba imponerle? ¿Estaba siendo manipulado desde ambos lados, sin poder discernir la verdad entre las palabras y las acciones, la cercanía física y la distancia virtual?
La incipiente confianza que había comenzado a sentir hacia Josephine, basada únicamente en el sonido de su voz y la sinceridad que creyó escuchar, se desmoronaba ante la evidencia visual. La calidez de sus palabras por teléfono ahora se enfriaba ante la visión de su abrazo con Josep. La disonancia entre la conversación distante y la cercanía palpable lo estaban volviendo loco, sembrando una confusión paralizante en su mente. ¿Había sido un iluso al aferrarse a sus palabras? ¿O había algo más en esta compleja madeja de emociones y apariencias que aún se le escapaba? La necesidad de una verdad tangible, más allá de las palabras y los gestos ambiguos, se volvía cada vez más desesperada.
La campana que anunciaba el fin de la jornada escolar sonó con una estridencia que pareció amplificar el caos en la mente de Louie. El bullicio de los estudiantes recogiendo sus pertenencias y dirigiéndose a la salida solo intensificó su sensación de aislamiento. Se movió entre la multitud como un fantasma, su mirada perdida, repasando una y otra vez la escena del patio. La imagen de Josephine en brazos de Josep se había grabado a fuego en su memoria, compitiendo con el eco de su voz por teléfono.
El camino a casa transcurrió en una especie de piloto automático. Los árboles a los lados de la calle se movían borrosos, los sonidos del tráfico se fusionaban en un murmullo indistinto. Su mente era un campo de batalla donde la rabia y la confusión luchaban por la supremacía. Necesitaba respuestas, pero la incertidumbre lo paralizaba, impidiéndole tomar cualquier decisión.
Al abrir la puerta de su casa, la atmósfera era tensa. Sus padres se movían con una cautela inusual, sabedores de su estado de ánimo. Intentaron entablar una conversación, pero Louie respondió con monosílabos, subiendo directamente a su habitación.
Cerró la puerta tras de sí, buscando refugio en la oscuridad relativa de su espacio personal. Se dejó caer en la cama, el cuerpo pesado, la mente aún agitada. Tomó su teléfono, dudando por un instante si debía llamar a Josephine. Pero la imagen de su abrazo con Josep lo detuvo. ¿Qué sentido tenía buscar explicaciones si ella ya había tomado una decisión?
Justo cuando comenzaba a ceder al cansancio mental, su teléfono vibró sobre la mesita de noche. Era un mensaje de Anna.
El texto era corto y directo: "Te lo dije. Ahora lo ves, ¿verdad? Ella siempre estuvo con él."
La intensidad del mensaje, la satisfacción casi palpable en sus palabras, encendieron una chispa de rabia en el interior de Louie. ¿Por qué Anna disfrutaba tanto de su dolor? ¿Por qué parecía tan empeñada en pintar a Josephine como la villana?
Respondió con un simple "No sé qué pensar", arrojando el teléfono a un lado con frustración. La noche se cernía sobre él, cargada de preguntas sin respuesta y una creciente sensación de desolación. La verdad, cualquiera que fuera, parecía escurrirse entre sus dedos, dejándolo solo con la amargura de la duda.
De repente, en medio de la oscuridad creciente de su habitación y el torbellino de pensamientos contradictorios, el monótono zumbido de su teléfono rompió el silencio. Louie lo tomó con la mano temblorosa, la pantalla iluminándose y revelando un nombre que lo hizo vacilar: Josephine.
Su corazón dio un vuelco inesperado. ¿Por qué lo llamaba ahora, después de lo que había visto? ¿Qué podía decirle? Una mezcla de esperanza cautelosa y desconfianza amarga luchó por imponerse en su interior. Dudó por un instante, con el dedo suspendido sobre el icono de contestar. ¿Quería escuchar su voz? ¿Estaba preparado para cualquier explicación, cualquier justificación que pudiera ofrecer?
Finalmente, con una respiración profunda que no logró calmar la agitación en su pecho, deslizó el dedo y contestó la llamada, llevando el teléfono a su oído. El silencio en la línea pareció prolongarse durante una eternidad, cargado de la tensión de lo ocurrido en el patio y la incertidumbre del momento presente. Louie esperó, con el pulso acelerado, a que Josephine rompiera el silencio, preguntándose qué palabras saldrían de sus labios.
La voz de Josephine, aunque suave, resonó con una urgencia innegable en el auricular. "Voy en camino a tu casa. Por favor, necesito hablar contigo."
Un escalofrío recorrió la espalda de Louie. La inminencia de su encuentro lo tomó por sorpresa, acelerando aún más el ritmo de su corazón. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo iba a reaccionar ante ella, después de la confusión y la rabia que lo habían consumido durante toda la tarde? La imagen del abrazo con Josep volvía a aparecer en su mente, compitiendo con la súplica en su voz.
"¿Hablar de qué?", alcanzó a responder, su propia voz sonando extraña y distante, incluso para sus propios oídos.
Pero Josephine no respondió de inmediato. Un silencio tenso se prolongó en la línea, un silencio cargado de emociones no expresadas y preguntas sin respuesta. Finalmente, después de una pausa que pareció interminable, su voz volvió a sonar, más débil esta vez, casi un susurro.
"De todo, Louie. Necesito explicarte lo que viste. Por favor, espérame."
La llamada terminó abruptamente, dejando a Louie con el teléfono en la mano, sintiendo un torbellino de emociones contradictorias. La rabia aún palpitaba en su interior, pero la súplica en la voz de Josephine había despertado una chispa de esperanza, una necesidad desesperada de creer que había una explicación, que todo no era lo que parecía.
Se levantó de la cama, sintiendo la tensión en cada músculo de su cuerpo. La oscuridad de su habitación ya no parecía un refugio, sino una prisión. Necesitaba prepararse para lo que estaba por venir, para la confrontación inevitable. Josephine estaba en camino, y la verdad, cualquiera que fuera, estaba a punto de revelarse.