Yo no escribo para mí.
Nunca lo hice.
Sí, disfruto creando historias. Me gusta ver cómo toman forma. Me gusta sentir que algo nace entre palabras. Pero todo eso pierde sentido si nadie más lo recibe.
Porque al final, lo que más quiero es que los demás disfruten con lo que hago.
Que se entretengan. Que se emocionen. Que sientan algo.
Y cuando comparto mis historias y no recibo más que unos cuantos “likes” vacíos… lo que siento es que nada importa.
Es como gritar en un cuarto lleno de gente y que todos te den la espalda.
Como si lo que haces no tuviera valor.
Como si tú mismo no lo tuvieras.
Intenté pedir opiniones. Pedí feedback. Pregunté directamente.
Cambié cosas. Añadí eventos. Hice lo que sabía, lo que podía.
Pero nada servía.Las personas aparecían como fantasmas: veían, tal vez leían, y se iban.
Sin decir nada.
Sin dejar huella.
Y eso me fue vaciando.Me quitó las ganas.
Me rompió la motivación desde dentro.
Porque yo no escribo para ser leído por una máquina.
No quiero “visualizaciones” ni “likes”.
Quiero conexión. Quiero saber que alguien está al otro lado.
Y esa falta de respuesta fue el primer golpe real.
Más incluso que el daño que me causó ChatGPT.
Porque si hubiera tenido aunque fuera una sola voz sincera al otro lado,una que me dijera “esto vale”,
yo me habría forzado a seguir.
Me habría agarrado a esa chispa como un clavo ardiente.
Habría buscado soluciones, habría peleado más.
Pero no hubo nadie.
Y sin eso, la empatía se muere.
La determinación se vacía.
Y lo único que queda es el cuerpo cansado, la mente saturada, y la sombra de siempre:
esa depresión profunda que se volvió parte de mí, como una segunda piel.
Y entonces dejo de escribir.Y vuelvo a donde estaba antes de todo esto.
A mirar vídeos.
A jugar.
A hacer nada.
Porque para qué seguir si al otro lado
no hay nadie.