•Saúl
La televisión seguía hablando, aunque nadie escuchaba ya.
Saúl se sentó frente al ventanal agrietado de su refugio, en lo alto de las colinas secas. El cielo estaba despejado, azul y calmo, como si el universo se burlara en silencio.
En las noticias, una presentadora sonreía con nerviosismo:
"Los científicos aseguran que la anomalía interestelar no representa una amenaza inmediata para la Tierra..."
Saúl dejó escapar una risa seca.
Sabía la verdad.
La anomalía no era un rumor, ni un fenómeno pasajero.
Se llamaba Némesis.
Y su presencia lo cambiaría todo.
La vieja carpeta de cuero descansaba sobre su mesa. Documentos oficiales, mapas celestes, cálculos de trayectorias... y, entre ellos, un plano incompleto: el proyecto Arca.
Un intento olvidado de proteger a una parte mínima de la humanidad.
Un plan que nunca debió ser enterrado.
Se levantó despacio.
En sus huesos, en su sangre, sentía la gravedad temblar, como un hilo tensado a punto de romperse.
Faltaban semanas, quizás días, para que el mundo empezara a caer... y a elevarse.
Saúl caminó hacia el tablero donde colgaban fotos, recortes, fragmentos de un rompecabezas que solo él parecía querer terminar.
Nombres tachados. Lugares olvidados. Rostros desconocidos que ahora serían esenciales.
No podía salvarlos a todos.
Eso ya lo había aceptado.
Pero podía salvar a algunos.
A los que fueran capaces de resistir, de luchar, de creer en algo más que en la caída.
Se detuvo ante una fotografía ajada por el tiempo: un grupo de jóvenes investigadores, sonriendo bajo un cielo sin grietas. Él estaba allí, más joven, más iluso.
El precio del silencio había sido alto.
El mundo no estaba preparado.
Nunca lo estuvo.
Pero ya no era tiempo de lamentos.
Era tiempo de actuar.
Saúl tomó su chaqueta, su mochila gastada, y el mapa.
Añadió una linterna pesada, una cuerda enrollada con nudos marcados, y su viejo cuaderno de líneas negras.
No era una huida.
Era un descenso.
Al único lugar donde podía esperar...
El refugio estaba allí. Medio enterrado.
Esperando ser útil... por última vez.
El viento golpeó la puerta al salir, como un susurro de advertencia.
"Sin tierra bajo los pies..." pensó, mientras descendía hacia el valle, donde el futuro, incierto y brutal, ya esperaba.
"... solo queda el valor para sostenerse."