Capítulo 6 -“El Último Paseo”

•Vera y Álex•

*"Hay días en los que el mar se queda quieto, como si escuchara algo que nosotros no podemos oír.

Días en los que el viento sopla raro, los animales callan, las olas olvidan besar la orilla.

Días en que la Tierra avisa.

Pero nadie escucha."*

El sol asomaba entre nubes de algodón sucio, tiñendo el paseo marítimo de un gris dorado.

Vera caminaba despacio, sujetando la pequeña mano de Álex, su hermano de siete años.

Álex saltaba de baldosa en baldosa, contando en voz alta, mientras arrastraba su mochila escolar medio abierta.

—¡Treinta y dos, treinta y tres...! —iba diciendo.

Vera sonreía, el corazón tranquilo, el paso despreocupado.

Habían salido temprano de casa para pasear antes de ir al colegio.

La madre de ambos, Clara, trabajaba dobles turnos en la clínica veterinaria, así que Vera había asumido hacía tiempo el rol de segunda madre.

Y no le importaba.

A lo lejos, el mercado abría sus puestos: frutas de temporada, pan recién horneado, pescado brillando aún en redes mojadas.

Los viejos marineros, con la piel curtida por el salitre, ya se reunían junto a los bancos de piedra, fumando y charlando como si el mundo no pudiera cambiar jamás.

Todo era vida.

Todo era normal.

En la plaza del mercado, Vera compró dos panecillos y un zumo para Álex.

—¿Hoy también quieres ver los barcos? —preguntó ella, mientras le pasaba el zumo.

Álex asintió con entusiasmo.

Cruzaron el paseo hasta el muelle pequeño.

Allí, las barcas de pesca se mecían suavemente, atadas a los pilotes como caballos viejos esperando correr.

Vera se apoyó en la barandilla de piedra, respirando hondo.

El olor del mar, fuerte y metálico, siempre le traía paz.

Pero esa mañana...

no era igual.

El mar, normalmente inquieto, se veía inmóvil, como si contuviera la respiración.

El viento soplaba raro, arrastrando un rumor sordo, como si las olas hablaran entre dientes.

Un escalofrío recorrió su espalda.

—¿Vera? —preguntó Álex, tirando de su manga.

—Nada, pequeño —dijo, forzando una sonrisa—. Vamos.

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Regresaban hacia el mercado cuando las primeras bolsas de papel empezaron a elevarse.

Primero fue una, luego dos, luego una docena.

Vera se detuvo en seco.

Álex soltó una risita.

—¡Mira, Vera! ¡Parece magia!

Una sombrilla de un puesto cercano se soltó, subiendo lenta, bamboleándose en espirales lentas.

La gente en el mercado se detuvo.

Miraban al cielo, primero con curiosidad...

y luego con ese miedo sordo que se instala cuando el instinto detecta que algo está terriblemente mal.

El viento cambió.

El olor del mar también.

Un pescador lanzó un grito cuando su cubo de pescado se elevó súbitamente, salpicando agua en todas direcciones.

Y entonces, Vera sintió que sus propios pies se aligeraban.

No flotaba aún,

pero el suelo ya no la quería tanto como antes.

Se agachó de golpe, abrazando a Álex contra su pecho.

La confusión se apoderó del paseo.

Y el mundo empezó a romperse.

Corriendo hacia la salida del mercado,

Vera notó de pronto que el peso de Álex en su brazo disminuía.

Volteó,

y vio cómo su hermano empezaba a elevarse lentamente,

los pies despegando del suelo como si el aire lo reclamara.

—¡No, Álex! ¡No!

En un acto reflejo, Vera tiró de su mochila escolar.

Pensó rápido.

Sus ojos se movieron buscando algo...

y vio, junto a los restos de un puesto caído,

una cadena de hierro enredada en los tablones.

Corrió hacia ella,

la arrancó de un tirón,

y la metió a trompicones dentro de la mochila.

La mochila se hundió pesadamente contra la espalda de Álex,

y su ascenso se detuvo.

Vera abrazó a su hermano con fuerza.

—Ya está, pequeño. Ya está.

Álex, sin entender, sonrió.

Y siguieron corriendo.

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El cielo era un vacío hiriente.

No había nubes.

Solo jirones de vapor desgarrados como heridas abiertas.

Cada paso que daban parecía impulsarlos hacia arriba.

Cada zancada era una lucha contra la nada.

A su alrededor, la tragedia crecía:

* Personas sujetas a postes con lo que encontraban.

* Cables atados entre farolas.

* Objetos glotando chocando .

Vera esquivaba una silla flotante,

una bicicleta suspendida,

un carrito de bebé girando como una cometa rota.

Al pasar junto a una calle lateral,

Vera vio algo imposible:

Una tubería rota expulsaba chorros de agua que no caían,

sino que se elevaban en burbujas gigantes.

Dentro de una de ellas,

un hombre golpeaba la superficie, atrapado como un insecto en ámbar.

La burbuja giró,

se llevó al hombre en silencio hacia el cielo,

hasta desaparecer.

El agua,

la vida misma,

se había vuelto enemiga.

Vera tragó saliva.

Y corrió aún más rápido.

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La casa apareció al final de la calle.

La puerta principal abierta,

golpeándose con un sonido hueco.

Vera corrió,

arrasando la entrada con Álex a cuestas.

Dentro, todo era desorden:

sillas volcadas, ventanas abiertas, papeles revoloteando.

—¡Mamá! —gritó—. ¡Mamá, estamos aquí!

Silencio.

Sólo el viento contestó.

Una figura encorvada apareció en la puerta de al lado:

el señor Alonso.

—¿Ha visto a mi madre? —preguntó Vera, jadeando.

Alonso tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.

—Salió corriendo... a buscaros...

No pudo decir más.

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Un ruido los hizo girar.

Vera alzó la vista.

Y vio a su madre,

Clara,

corriendo hacia ellos desde el final de la calle.

Su voz cortaba el aire:

—¡Álex! ¡Vera!

Álex, emocionado, soltó la mano de su hermana.

Corrió hacia Clara.

Y, en un gesto infantil,

se quitó la mochila para abrazarla mejor.

Demasiado tarde.

El cuerpo de Álex empezó a elevarse.

Clara lo atrapó en pleno aire,

aferrándolo con todas sus fuerzas.

Pero la gravedad se rendía.

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Vera y Alonso, arrastrados por la fuerza,

lograron agarrarse al marco de la terraza.

La casa, al invertirse el mundo,

tenía el techo por suelo.

Desde allí,

Vera vio a su madre y su hermano.

Giraban en el aire,

luchaban contra lo inevitable.

Clara no soltó a Álex.

Ni un segundo.

Ni un grito.

Sólo lo abrazó.

Hasta que desaparecieron.

"Vera vio cómo su madre y su hermano se alejaban,

no como dos cuerpos que caían hacia arriba...

sino como dos estrellas que se apagaban en pleno día."