Capítulo 1: El Sueño del Cuervo.
La primera vez que lo soñó, pensó que era solo una pesadilla. Una figura oscura, alta como un poste de luz, que se alzaba sobre una colina desierta, con alas extendidas como las de un cuervo enfermo, no decía nada, solo observaba. El cielo era gris, la tierra parecía quemada, y el silencio era muy incómodo.
Daniel se despertó empapado en sudor. El reloj marcaba las 3:33, el número lo inquietó más que el sueño mismo. Siempre había escuchado que esa era la hora del demonio. Se levantó, bebió agua y trató de convencerse de que no era nada, solo estrés, o tal vez un mal día transformado en un mal sueño.
Pero a la noche siguiente, volvió a soñar lo mismo. Esta vez, en la colina había una cruz de madera, torcida, como si la hubieran arrancado de un cementerio. Y al pie de la colina, algo más, un charco oscuro que parecía sangre. Cuando Daniel despertó, sintió un ardor en el pecho, como si alguien lo hubiera marcado desde adentro. Horas después, en las noticias de la mañana, vio el rostro de una compañera de trabajo. Susana Vázquez, hallada muerta en un baldío al oeste de la ciudad, tenía el pecho perforado por un objeto no identificado. Susana estaba en el sueño, no la había visto claramente, pero ahora lo sabía, era ella, tendida junto al charco.
Trató de convencerse de que era solo coincidencia, pero algo dentro de él ya no estaba en calma. Comenzó a notar pequeños detalles en la vida real que se parecían demasiado a su mundo de sueños, aves negras posadas donde no deberían estar, sombras que se alargaban más de la cuenta, el silbido del viento con una melodía que no podía recordar, pero que le resultaba familiar. La tercera noche, la figura habló, no movió los labios, pero la voz resonó como un eco en su cabeza, “Uno más”. Daniel despertó con la garganta seca, y el nombre de su mejor amigo en la punta de la lengua, Víctor. Sin pensarlo, lo llamó, pero no obtuvo respuesta, a la mañana siguiente, lo encontraron colgado en el depósito donde trabajaba.
Daniel no podía más. Intentó hablar con la policía, con psicólogos, incluso con un sacerdote, nada funciono. Algunos lo miraron con lástima, otros con miedo, incluso el penso en internarse. Pero en el fondo, sabía que no estaba loco, que cada vez que soñaba con la figura alada, alguien moría. No era un testigo, si no parte de algo mucho más grande. Intentó no dormir, café, pastillas, duchas heladas, pero su cuerpo no aguanta para siempre. Al cuarto día, colapsó en el sofá, y soñó de nuevo. Esta vez, la colina estaba rodeada de fuego, la figura tenía un reloj colgando del cuello. Cuando despertó, tenía sangre en las uñas, pero no sabía de quién era, llegando a pensar, que tal vez podría ser suya. Daniel comprendió algo aterrador, la figura no solo mostraba el futuro, también lo estaba preparando. Desde ese día, empezó a escribirlo todo, cada sueño, cada símbolo o detalle. Tenía que encontrar el patrón, y descubrir el origen de la figura alada. Porque el tiempo corría, y el próximo sueño podría no ser un aviso, sino una sentencia.