Capítulo 2: El Silencio.
Daniel dejó de ir al trabajo, dejó de contestar el teléfono. Sus días se volvieron una mezcla de insomnio, y notas desordenadas. Tenía una libreta llena de garabatos, símbolos que veía en los sueños, nombres de personas que morían después de que él los soñaba. Empezó a sentir que ya no vivía en el mundo real, sino en una prolongación de sus pesadillas. En donde cada día, su mente tenía que soportar el peso, de que esas personas morirían, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. La siguiente muerte ocurrió tres noches después, en el sueño, la figura alada sostenía una pistola, en un plato, junto a una pluma negra, y una lengua humana. Cuando despertó, encendió el televisor, “Locutora encontrada muerta en su cabina, con la lengua cercenada”. Nombre de la víctima, Camila Fuseneco.
Daniel gritó, rompió el control remoto contra la pared. Esto se había vuelto, según sus propias palabras, “¡Una puta maldició!”, un lazo oscuro que lo unía al ente de las alas negras, y lo peor, no sabía por qué lo había elegido a él. Esa misma noche, soñó de nuevo, estaba en una iglesia abandonada, bancos rotos, vitrales astillados, un altar cubierto de ceniza. Y ahí, en el centro, el ser alado se alzaba con una corona espinada, a sus pies, una jaula con un niño llorando. “La inocencia será el siguiente sacrificio”, dijo la voz en su cabeza. Daniel despertó con lágrimas en los ojos y un nombre retumbando en su cabeza, “Mateo”, el hijo pequeño de su vecina. Sin pensarlo, se lanzó a la calle en plena madrugada, corrió hasta la casa de su vecina, golpeó la puerta, gritó que no dejara al niño solo, que se lo llevara con ella al trabajo, que algo terrible le pasaría. Ella, asustada, llamó a la policía, lo detuvieron por alteración del orden, pero esa misma tarde, Mateo se cayó por las escaleras, de tal manera que se rompió el cuello, al tropesar con un juguete.
Daniel fue liberado, pero en el vecindario, ahora todos lo evitaban. Se convirtió en“el loco de las premoniciones”, nadie se le acercaba, nadie lo ayudaba, pero él ya no buscaba comprensión, solo quería respuestas. ¿Quién era la figura del sueño?,¿Por qué lo ataba a cada muerte?, ¿Podía cambiar el destino si lograba interpretarlo a tiempo?. Esa noche no soñó, pero al día siguiente, hubo una muerte igual, un incendio en una clínica psiquiátrica, que dejó seis muertos. Cuando vio las imágenes, algo le hizo estremecerse, en la fachada del edificio había un mural antiguo, desgastado, con una figura que se parecía demasiado al ser alado. Estaba ahí desde hacía años, dijeron, era parte del lugar., o más bien, parte del pasado.
Daniel fue al sitio, atravesó las ruinas, que habían dejado el humo y la ceniza. En una de las salas encontró un expediente quemado a medias. Con el nombre de Elías V. Herrera, diagnósticado con “Delirio recurrente con entidad alada y profecías letales”. Fecha del ingreso: 1976, el paciente aseguraba que veía muertes antes de que ocurrieran, afirmando que era el “Elegido del cuervo de la Ceniza”. Daniel sintió que la sangre se le congelaba, no era el primero, Elías también había sido elegido, también vio muertes. ¿Había sobrevivido?, ¿Había logrado detenerlo?, si podía encontrarlo, o sus restos, quizás podría entender. Quizás ahí estaba la clave, la figura no era un demonio cualquiera, era una entidad que pasaba de mente en mente, dejando muerte a su paso.
Con una mezcla de miedo y propósito, Daniel preparó su mochila. Iba a buscar la historia de Elías, seguir el rastro de ese “Cuervo de la Ceniza”, porque si no lograba detenerlo pronto, el próximo cuerpo frío sería el de alguien que aún respiraba, o el suyo propio.