Capítulo 3: Ecos del Olvido
Daniel no podía dejar de pensar en Elías V. Herrera, su nombre era un susurro que se repetía en su cabeza como un rezo enfermo. Si ese hombre había visto lo mismo que él, entonces tal vez lo que estaba ocurriendo no era casualidad. Tal vez era un ciclo, o una herencia oscura, tan terrible como una maldición. Y lo peor, tal vez no había salida.
Las noches sin sueño ya no eran una elección, cada vez que cerraba los ojos, el mundo parecía retorcerse. Soñaba con voces que hablaban desde los rincones, su memoria empezaba a jugarle trampas. Una noche despertó con la certeza de que, el cuervo de la ceniza, era un reflejo de si mismo, que desconocía hasta hace poco, aunque también lo dejo, como la teoría de que, estaba perdiendo la puta cabeza. Donde su cabeza lo llevo, a los pensamientos suicidas, empezó a revisar álbumes de fotos viejas, diarios escolares, dibujos de cuando era niño. Y ahí, entre páginas arrugadas de un cuaderno olvidado, encontró algo que le heló la sangre, un dibujo a lápiz, torpe, infantil, sobre una figura con alas, ojos huecos, y una balanza en la mano, firmado con su propia letra, pero con una fecha imposible, 2005. Tenía solo 8 años.
Una sensación de vacío, de algo enterrado muy en el fondo, una casa que ya no existía, una puerta cerrada con candado, una mujer gritando su nombre desde el otro lado. Y el cuervo, siempre era un cuervo, mirándolo desde el marco de la puerta, como un testigo silencioso del horror. En un momento fue visitado por su hermana, la única pariente viva que tenía. Ella lo miró con tristeza y dolor, al ver su estado tan decadente, ojos con ojeras, pelo sucio, y en un estado de locura extrema. Daniel solo decía cosas, de cuando los dos eran jóvenes, de una época pasada. —Tú no deberías recordar eso—Murmuró, —Eras solo un niño, lo que paso fue un accidente—. Pero Daniel insistió, entonces la verdad salió como un vómito contenido por años. Su madre había muerto cuando él tenía 8, la encontraron sin vida en la bañera, con las muñecas cortadas. Y Daniel, encerrado en el armario, fue quien escuchó todo.
Los terapeutas dijeron que su mente había bloqueado el trauma. Que los dibujos eran una forma de procesarlo, pero ahora, con lo que estaba ocurriendo, parecía más que eso. El ser alado estuvo ahí esa noche, tal vez no en carne y hueso, ¿Y si no era un simple símbolo?, ¿Y si desde entonces me había estado siguiendo?. Daniel empezó a desmoronarse, no solo estaba viendo muertes, estaba reviviendo su propia pérdida. Cada muerte era un eco de la original, una sombra de esa noche en la que su infancia se partió en dos, se dio cuenta de que había vivido toda su vida bajo esa sombra, sin saberlo. Tal vez por eso lo había elegido la entidad, porque ya era suyo desde el inicio. Su hermana trato de calmarlo, abrazarlo, diciéndole que había llegado para ayudar, pero Daniel de forma brusca, la empujó contra un espejo, gritándole que no lo trate como un idiota. Observando en el reflejo roto, a el mismo, con halas negras, sus manos temblaban, y empezó a llorar de rodillas, pidiendo que lo mataran. Su hermana se acerco, y lo abrazo diciéndole, que pronto todo terminaría.
Cada vez que intentaba escribir, las palabras se le mezclaban, como si alguien más intentara escribir por él. Empezó a oír voces aún despierto, le susurraban nombres, hablaban en idiomas que no conocía, y aveces, con la voz de su madre. —Hijo, despierta—, decía, —Tienes que pagar la deuda—.
No sabía qué significaba, si estaba perdiendo la cordura o si finalmente estaba viendo la verdad sin filtros. Lo único claro era que su pasado, y su presente estaban entrelazados, y que si quería romper el ciclo, tendría que enfrentar el origen, volver a esa casa vieja. La que aún lo llamaba en sueños.
Esa noche, Daniel se sentó frente al espejo, se miró fijo, Y por un instante, no vio su reflejo, vio al otro. Al de las alas de los ojos vacíos. Y comprendió que no solo lo estaba viendo, lo estaba habitando.