Capítulo 5: El Primer Susurro
Pasaron días, o quizás semanas. Daniel ya no distinguía el tiempo como antes, vivía entre lo real y lo espectral, entre el recuerdo y la visión. No volvió a soñar con muertes, no porque hubieran cesado, sino porque ya no necesitaba soñarlas. Las sentía antes de que sucedieran, como una punzada en la espalda, o también como un zumbido en los oídos. Un susurro detrás de la nuca.
Se volvió invisible al mundo, sus ojos estaban hundidos, su piel pálida, sus palabras huecas. Caminaba por las calles como una sombra con forma humana, cuando alguien moría, ya no reaccionaba, solo tomaba nota en su cuaderno, mientras murmuraba un nombre, y seguía adelante. Aceptar la oscuridad lo había vuelto parte de ella.
Un día, en una librería olvidada, encontró un viejo libro sin título. Páginas amarillentas, palabras escritas a mano, crónicas de otros como él. “Los Elegidos del Cuervo de la Ceniza”, decía en un fragmento. Nombres, fechas, lugares, todos diferentes, pero unidos por lo mismo, visiones, culpa, muerte. Al final del libro, había solo dos palabras,“Nadie escapa”. En ese momento sintió algo detrás de el, una mano pálida tocó su hombro, al darse cuenta, se encontró con un ser alto, cubierto por una manta amarilla, y muy larga, que lo ocultaba, revelando sus alargados brazos pálidos,—Eso me pertenece—, Dijo con voz de ultratumba. Daniel cerró el libro con manos temblorosas, y se lo devolvió, sabía lo que venía. El último paso, no podía romper el ciclo, pero podía entenderlo, podía dejar un rastro. Así nació su obsesión, registrar cada símbolo, cada muerte, cada visión, no para sí, sino para el siguiente. Porque siempre había un siguiente.
Entonces vino el ultimo sueño. El más claro, un niño, de unos ocho años, parado en un campo de tierra quemada, observa una figura con alas negras. No habla, solo lo dibuja, en una libreta escolar, la misma figura, la misma postura, el ciclo ha comenzado de nuevo. Daniel despertó con una sonrisa apagada. —Ya está aquí—, murmuró. Sabía que su tiempo había terminado, se levantó, puso todos sus cuadernos en una caja, y los dejó en la misma librería donde encontró el libro. Afirmando que el vendrá.
Esa noche, Daniel caminó hacia el puente más alto de la ciudad. El viento soplaba con fuerza, como si la misma oscuridad lo llamara. Miró hacia el vacío, y por un momento, no sintió miedo, si no alivio, no por escapar, sino por convertirse en lo que debía ser. Cerró los ojos… y saltó.
Al día siguiente, un niño de ocho años entró en la librería con su madre. Mientras ella hablaba con el dueño, él se acercó a la estantería polvorienta del fondo. Sin razón aparente, sus dedos se deslizaron hasta una caja olvidada. La abrió, y sus ojos se agrandaron. Cuadernos llenos de dibujos. De sombras, y de alas. Esa noche, el niño dibujó su primer cuervo.
Fin.
Escrito por PØØL DARKØ.