Capítulo 3 — Ecos bajo las raíces

Serenya caminaba sin un rumbo claro por los pasillos del castillo. Los ventanales proyectaban sombras cortas en el suelo de piedra, y los pasos de los sirvientes resonaban apagados mientras se inclinaban levemente al pasar junto a ella. Pero Serenya no los veía. Ni siquiera los escuchaba.

Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Teryndal aparecía: la niebla densa, las espadas negras vibrando al contacto, los rostros deformados por una furia casi antinatural. Y ese momento, ese instante en que la tierra rugió bajo sus pies… y algo invisible la rozó, como un aliento frío, como un aviso.

Giró en un corredor y se detuvo frente a un ventanal.

El sol del mediodía caía con una intensidad casi cegadora, proyectando líneas doradas sobre el suelo. Afuera, el cielo era vasto, sin una sola nube, y los jardines brillaban con un verde tan vivo que parecía irreal.

Serenya entrecerró los ojos, sintiendo el calor del sol sobre el rostro. Pero el eco seguía ahí, latiendo bajo las raíces, como un tambor que solo ella podía escuchar.

—¿Serenya?

La voz la sacó del trance.

Kaedor estaba de pie a unos pasos de distancia. llevaba rato observándola. Las manos bajaron lentamente, como si hubiera estado a punto de decir algo más, pero su boca permaneció cerrada.

—¿Desde cuándo estás ahí? —preguntó ella, tratando de parecer despreocupada.

—Desde antes de que olvidaras que estabas caminando.

Ella frunció el ceño y se volvió hacia él. Los ojos de Kaedor la estudiaban con esa intensidad que a veces parecía querer atravesarla.

—Estoy bien —respondió, desviando la mirada hacia el ventanal.

Kaedor respiró hondo, buscando las palabras. Pero lo que realmente buscaba era otra cosa. Algo que había empezado a notar desde que la vio entrar al salón del trono. Algo que, hasta ahora, no se había atrevido a aceptar.

—¿Eso es lo que vas a decir? ¿Que estás bien? —Su voz era baja, casi un murmullo—. Entonces, ¿por qué tienes esa expresión de estar viendo fantasmas?

Serenya apretó la mandíbula. No quería hablar de Teryndal. No quería hablar de lo que sintió. No quería darle palabras a ese eco.

—¿Qué quieres, Kaedor? —preguntó, bajando la voz.

Kaedor avanzó un paso. Sus manos bajaron despacio, como si buscara en ellas alguna respuesta que no encontraba. Al final, solo negó con la cabeza.

—Nada —dijo al fin, pero sus ojos seguían fijos en ella, como si intentara encontrar las respuestas que Serenya no estaba dispuesta a dar.

Serenya lo miró un segundo más. Luego, apartó la vista.

—Tengo que irme.

Kaedor abrió la boca para responder, pero las palabras no llegaron. Solo pudo observar cómo Serenya se alejaba, sus pasos resonando mientras se desvanecía en el siguiente corredor.

Kaedor se quedó allí, solo, observando la figura de Serenya desaparecer.

Sin quererlo, sus pensamientos lo llevaron a otro momento.

Años atrás, en el patio interior del castillo.

El sol caía a plomo sobre las piedras. Serenya y Kaedor giraban en círculos, espadas en mano, atacándose sin reservas.

Sus risas se mezclaban con los golpes del acero.

—¿Es lo mejor que tienes? —preguntó Kaedor, lanzando un tajo que Serenya bloqueó sin esfuerzo.

—Solo si tú sigues distrayéndote —replicó ella, devolviendo el golpe con una sonrisa feroz.

Kaedor retrocedió, recuperando el equilibrio. Pero no pudo evitar fijarse en cómo el sol hacía brillar el cabello cobrizo de Serenya, cómo los mechones rebeldes caían sobre sus mejillas sudorosas, cómo sus ojos ardían con una fuerza casi indomable.

A veces pensaba que la conocía mejor que a nadie. Después de todo, habían crecido juntos. Habían entrenado hasta el agotamiento, se habían reído hasta quedarse sin aliento y habían compartido silencios tan profundos que parecían hablar sin palabras.

Pero en ese momento, mientras ella giraba la espada con una precisión impecable, mientras sus ojos se clavaban en él con esa intensidad salvaje, Kaedor sintió una punzada en el pecho.

Era extraño. Porque de pronto se dio cuenta de que, por más que la conociera, había algo en ella que siempre se le escapaba. Algo que iba más allá del filo de su espada, de sus palabras cortantes o de sus silencios indescifrables.

—¡Kaedor! —gritó Serenya, y él apenas tuvo tiempo de alzar la espada para bloquear el último golpe.

El acero chocó con fuerza, y ambos quedaron frente a frente, respirando agitados.

—¿Te distrajiste? —preguntó ella, alzando una ceja.

Kaedor sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

—Quizá solo me contuve.

Kaedor parpadeó, volviendo al presente.

Por años, había pensado que conocía a Serenya mejor que a nadie.

Pero ahora, después de Teryndal, se dio cuenta de que nunca había estado más equivocado.

Y ese pensamiento lo inquietó más que cualquier espada oscura.

Despacho del Rey Thalen

La luz del atardecer se filtraba a través de los ventanales, tiñendo de ámbar la sala.Thalen estaba de pie junto a la mesa de mapas, con las manos apoyadas firmemente sobre la superficie. Era un hombre de presencia imponente, con el cabello oscuro salpicado de canas y una barba corta bien recortada que delineaba una mandíbula marcada. Sus ojos, de un tono azul intenso, parecían atravesar el mapa con una intensidad que sugería tanto frustración como un cansancio acumulado.

Su porte seguía siendo regio, pero las líneas de preocupación en su frente hablaban de noches en vela, de decisiones difíciles y de un reino que parecía tambalearse bajo sus pies.

La puerta se abrió, y Eiryn entró sin anunciarse. Cerró la puerta tras ella y avanzó hacia Thalen.

—¿Sigues aquí? —preguntó, cruzándose de brazos.

Thalen no apartó la vista del mapa.

—El tipo de magia que tenían esos rebeldes no es casualidad —dijo con voz grave—. Es magia que solo las hadas podrían haber otorgado. Esa bruma oscura, las armas encantadas… todo tiene el sello de ellas.

—¿Crees que buscan conquistar el reino humano? —preguntó Eiryn, acercándose un paso más.

—No lo creo —Thalen negó con un gesto tajante—. Ellas siempre han querido más, eso es cierto, pero no creo que su objetivo sea simplemente tomar el reino. Lo que realmente creo es que buscan utilizar a los humanos. Usarlos como peones, como perros. Convertirlos en armas.

—¿Y por qué ahora? —replicó Eiryn, sus ojos brillando con una preocupación contenida—. ¿Por qué justo cuando Serenya ha cumplido 21 años?

Thalen apretó los puños sobre la mesa, el músculo de su mandíbula tensándose.

—Eso es lo que no me deja dormir, Eiryn. Durante siglos, cada raza ha permanecido en su territorio. Humanos aquí. Hadas allá. Semibestias y brujas en sus dominios. ¿Por qué ahora romper el equilibrio? ¿Qué es lo que realmente buscan? —Levantó la mirada hacia Eiryn, los ojos oscuros ardiendo—. ¿Por qué Teryndal? ¿Por qué justo ahora?

Eiryn desvió la mirada, los labios apretados.

—Quizá… quizás no tiene que ver con Teryndal.

Thalen entrecerró los ojos.

—¿A qué te refieres?

—Quizás lo que buscan no está en Teryndal. Tal vez lo que buscan… —Eiryn tragó saliva—. Tal vez lo que buscan es a Serenya.

—No. —Thalen negó de inmediato, pero su voz tembló—. No digas eso.

—¿Por qué no? —Eiryn avanzó un paso más, su mirada fija en él—. Dime, ¿por qué justo ahora? Serenya ha cumplido 21 años. ¿Acaso no recuerdas lo que nos dijeron cuando nos la entregaron?

Thalen apretó los dientes. Sí, lo recordaba. “Al cumplir la mayoría de edad, el destino despertará”. Pero nunca había querido creerlo.

—No fue ella quien provocó el rugido en la tierra —dijo Thalen, con voz firme—. Pero si estuvo allí… si lo sintió… —Se pasó una mano por el rostro, como si quisiera borrar el pensamiento—. ¿Y si las hadas lo sintieron también? ¿Y si ahora saben que ella está aquí?

Eiryn se acercó más, hasta quedar frente a él.

—¿Y qué vas a hacer, Thalen? ¿Encerrarla? ¿Alejarla de todo? Conoces a Serenya. No se quedará de brazos cruzados.

—Lo sé —Thalen cerró los ojos, respirando hondo—. Pero no puedo perderla. No puedo…

—Y no la perderás —respondió Eiryn, su voz firme—. Pero si los rumores son ciertos, si las hadas están usando a los humanos como armas, entonces el reino entero está en peligro. Y Serenya está en medio de todo esto.

Thalen abrió los ojos. Sus manos cayeron pesadas sobre la mesa.

—No hay más que hablar. Mañana se discutirá esto en la asamblea. Y hoy… hoy necesito un maldito respiro.

Eiryn asintió, pero no se movió.

—Voy a verla —dijo, su voz suavizándose apenas—. En el jardín.

—Hazlo —Thalen apartó la mirada—. Y si notas algo… cualquier cosa…

—Te lo diré —prometió Eiryn, y salió sin decir más.

Thalen quedó solo, los ojos clavados en el mapa. En Teryndal. En la marca que indicaba el borde sur.

Y en el eco del rugido que aún retumbaba en su mente.

¿Qué despertó realmente allá?”