Capítulo 2 — ¿Qué ha despertado en Teryndal?

El sonido de sus pasos resonaba firme sobre el mármol pulido mientras cruzaba el corredor principal hacia el salón del trono. Afuera, el sol había disipado la niebla del amanecer. Dentro, la atmósfera era otra, más rígida, más densa, como si cada piedra supiera que estaba a punto de presenciar algo importante.

Las puertas dobles se abrieron ante ella con lentitud.

El salón era amplio, los techos altos coronados por vitrales que teñían la luz en tonos azul y dorado. Al fondo, sobre una plataforma de mármol blanco, estaban los tronos del rey Thalen y la reina Eiryn. Ambos ya esperaban.

A los costados, consejeros, nobles y guardianes permanecían en silencio. Entre ellos, algunas miradas eran de respeto; otras de juicio disfrazado.

Kaedor, el capitán de la guardia, se encontraba de pie, con las manos firmemente cruzadas detrás de la espalda, observando a Serenya con la seriedad que lo caracterizaba.

Serenya se inclinó con una rodilla en tierra y el puño sobre el corazón.

—Majestades.

El rey Thalen no tardó en hablar. Su voz era grave, acostumbrada al mando.

—Levántate, hija. Has vuelto con honor, como siempre.

Ella se puso de pie. Su rostro no mostraba emoción, pero sus ojos lo decían todo: agotamiento, control, fuego en reposo.

—Infórmanos —continuó Thalen—. ¿Cuál fue el resultado de la operación en Teryndal?

Un murmullo recorrió a los presentes al oír el nombre de aquella región.

Teryndal. Un territorio que alguna vez fue parte del reino, pero que tras guerras, plagas y abandono, quedó olvidado y sin control. Sin embargo, los recursos que aún guardaba eran invaluables para la corona: minas de minerales oscuros, maderas duras y ríos profundos. Recuperarla no solo significaba expandir el territorio, sino asegurarse una posición estratégica en el suroeste.

Serenya mantuvo la voz firme.

—Solo pudimos asegurar el borde sur, Majestad. La entrada por los Pasos Viejos fue exitosa, pero al adentrarnos fuimos emboscados.

Kaedor entrecerró los ojos, sus manos se posicionaron sobre la empuñadura de su espada, y su mirada se clavó en Serenya, atento a cada palabra.

—¿Emboscados? —intervino el consejero militar, Ulfric, frunciendo el ceño—. ¿Por quién?

—Por humanos rebeldes —respondió ella, su voz tensa.

Las palabras parecieron resonar en los muros del salón.

—No eran simples campesinos ni saqueadores. Eran tropas organizadas.

La mirada de Serenya recorrió a los presentes.

—Llevaban artefactos mágicos que no deberían estar en sus manos. Espadas con auras oscuras, anillos encantados que paralizaban al contacto… y una niebla densa, imposible de atravesar sin desorientarse. Magia de control, de ilusión y de muerte.

Un murmullo alarmado se esparció entre los nobles y consejeros. Kaedor tensó la mandíbula, manteniéndose en su posición, como un centinela de piedra.

—¿Cómo es posible? —preguntó Ulfric, el canciller militar, inquieto—. ¿Quién les otorgó ese tipo de poder?

—No lo sabemos aún —dijo Serenya, controlando la ira contenida—. Pero no lo obtuvieron solos. Alguien los entrena, los respalda o los manipula. Y quien sea… no es humano.

El rey Thalen frunció el ceño, su mandíbula marcada reflejaba tensión.

—¿Estás sugiriendo un pacto?

—Es probable —respondió ella—. Las tropas rebeldes no tenían los recursos para obtener magia de esa magnitud por su cuenta. Podrían haber establecido alianzas con algún clan de brujas o con hadas.

El ambiente en el salón cambió. Los murmullos cesaron. Solo quedó el silencio tenso del temor contenido.

La reina Eiryn, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, apoyó los dedos sobre el brazo de su trono. Había preocupación en sus ojos.

—¿Y nuestros hombres? —preguntó, su voz más tensa de lo habitual.

—Vivos —contestó Serenya—. Dejamos el campamento fortificado al mando del comandante Halron. Dos escuadrones mantienen la posición, pero cualquier intento de avance sin un plan sería suicida.

El anciano consejero Varick, quien llevaba décadas sirviendo a la corte, alzó la voz con tono áspero.

—En las aldeas cercanas, se dice que la tierra rugió esa noche. Que algo se movió bajo las raíces.

Serenya no lo miró, pero sus dedos se crisparon por un instante. Porque lo había sentido. No fue solo una batalla. Fue un despertar. Algo invisible, algo antiguo, había reconocido su presencia.

Y mientras las palabras del anciano flotaban en el aire, Serenya sintió un escalofrío recorriéndole la nuca.

Bajo las raíces… ¿Qué había despertado realmente en Teryndal?

El rey Thalen se puso de pie, sus manos firmes sobre los brazos del trono. La sala entera cayó en un silencio sepulcral.

—Mañana al alba se convoca la Asamblea Táctica —anunció. Su tono no dejaba lugar a debate—. Si alguien protege a esos rebeldes, lo sabremos. Teryndal no será ignorada.

Se acercó a Serenya, sus pasos eran firmes, y al llegar colocó ambas manos sobre sus hombros. Sus ojos se suavizaron al gesto, pero su voz no perdió firmeza.

—Hoy necesitas descansar. Has hecho más que suficiente. —Le sostuvo la mirada un segundo más—. Más tarde se celebrará una comida en tu honor.

Serenya asintió y bajó la cabeza.

—Sí, Majestad.

La reina Eiryn se inclinó ligeramente hacia adelante desde su trono, sus ojos buscando los de Serenya.

—Nos vemos en el jardín más tarde, hija —dijo con un tono más cálido, casi íntimo, pero sin perder la compostura real.

Serenya mantuvo la cabeza baja un instante. Luego, sin mirar atrás, caminó hacia la salida, sintiendo el peso de todas las miradas mientras las puertas se cerraban tras ella.

Pero mientras avanzaba, una frase se repetía en su mente, latiendo como un eco:

Bajo las raíces… algo despertó. Y ella lo había sentido.