Capítulo 25: Final

El día estaba tranquilo. El cielo, despejado, y la brisa suave, acariciaba mi rostro, recordándome que ya no estaba atrapado en los días oscuros que parecían no tener fin. La luz del sol me envolvía de una manera cálida y reconfortante, como si el mismo día me abrazara.

Me encontraba en el jardín, con la mirada perdida en el horizonte. El aire fresco me llenaba de calma, y por un momento, me sentí completamente en paz. El trabajo, los días de lucha, las noches desvelado... Todo parecía haber encajado. Había llegado a un punto en el que, por primera vez en mucho tiempo, me sentía en equilibrio. Aunque no era perfecto, algo había cambiado dentro de mí. Algo había sanado.

Aún, en lo profundo de mi alma, sentía la presencia de Luna. No físicamente, claro, pero como una huella que había dejado en mí. Sabía que aunque ya no estuviera aquí, su influencia seguía viva. Estaba en cada rincón de mi ser. Su amor, su ayuda, su fuerza... me acompañaban.

De repente, un susurro. No era una voz, no era algo físico, pero estaba ahí, en mi mente, clara y reconfortante.

—Estoy orgullosa de ti.

Sentí un nudo en la garganta. Unos segundos de silencio. Como si la paz que me ofrecía su presencia me abrazara, me envolviera en un sentimiento que no sabía cómo describir. Estaba sola, sí, pero de alguna manera, Luna nunca me dejó. Siempre estuvo, y siempre estaría. Era como un suspiro cálido en mi corazón.

Una lágrima cayó por mi rostro. No era tristeza, ni arrepentimiento. Era gratitud. Sonreí, mirando hacia el cielo, agradeciendo en silencio por todo lo que Luna me dio.

—Gracias, Luna —susurré.

En ese momento, escuché pasos acercándose. Miré hacia atrás y vi a mi madre. En sus manos, sostenía una pequeña maceta. Me acerqué curioso y ella me la ofreció con una sonrisa suave.

—Es una planta especial —me dijo, mirando con ternura. Sabía lo que pensaba, lo que sentía, y lo que significaba ese gesto. A veces las palabras no eran necesarias—. Quiero que la cuides. Vi esta planta y pensé en ti. Pensé también en Luna, en todo lo que te ayudó a superar.

Observé la maceta con atención. Era una pequeña flor, algo frágil, pero llena de promesas. En su delicadeza, vi reflejada mi propia vida: un renacer. Un nuevo comienzo.

—La llamaré Luna —dije, sin dudar. Era la forma más honesta y pura de rendir homenaje a todo lo que ella había sido para mí.

Mi madre me miró con una mezcla de amor y orgullo. No hacía falta decir más. Sabía que, aunque las cicatrices del pasado seguirían siendo parte de mí, había encontrado la fuerza para seguir adelante. La planta, esa pequeña flor, representaba no solo el crecimiento de algo tan frágil como mi alma, sino también la esperanza que había vuelto a nacer en mí.

Tomé la planta entre mis manos, y sin pensar, la abracé. El amor de mi madre estaba allí, y el de Luna también, envuelto en esa pequeña flor. Todo lo que había aprendido, todo lo que había vivido, seguía intacto, pero de una forma diferente. Ahora estaba listo para enfrentar la vida de nuevo, con la paz que nunca imaginé que alcanzaría.

Con el sol comenzando a ocultarse y la brisa refrescando mi rostro, observé la planta. Sentí una fuerza nueva en mi interior. Sabía que Luna siempre estaría conmigo. Ya no importaba que no la viera, porque ella ya había dejado una marca en mi corazón que nadie podría borrar. Y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí libre. Libre de mis miedos, de mis traumas, de todo lo que me había pesado.

Miré el cielo una vez más, respiré profundo y sonreí, agradecido por todo lo que había pasado.

Y, al final, pude sentir, de alguna manera, que Luna estaba sonriendo también. Sonriendo por mí, por lo que había logrado. Siempre sería parte de mi vida.

—Gracias... Luna —susurré de nuevo, sabiendo que mi historia no terminaba allí, sino que comenzaba de nuevo, con un capítulo lleno de posibilidades.

Fin.