Capítulo 24: El Renacer de Mi

Han pasado seis años. Seis largos años desde aquella noche en la que Luna se despidió de mí. Y a pesar de su partida, a pesar de que su luz ya no estaba a mi lado de la misma manera, nunca me sentí solo. Siempre llevé su mensaje en mi corazón: que la fuerza no viene solo de los demás, sino también de uno mismo.

Ahora, me encontraba de pie, frente a un espejo grande, observando los cambios que había logrado con esfuerzo y constancia. No solo los físicos, sino los más profundos. Los que me habían costado tanto tiempo entender.

Mi cuerpo, ahora más fuerte y saludable, era el reflejo de mi voluntad. Había dejado atrás los días oscuros en los que no veía salida. Había dejado atrás la depresión, el dolor, el miedo. Todo había quedado en el pasado, como un eco lejano que ya no perturbaba mi mente.

Mi madre entró en la habitación y, al verme frente al espejo, sonrió con ese brillo especial en sus ojos. Ella había sido mi pilar, mi mayor apoyo, y aunque me hubiera sentido perdido muchas veces, nunca la dejé de ver como la persona que me sacó del abismo. Y, hoy, a sus 40 años, seguía siendo la misma mujer fuerte y amorosa que había estado a mi lado en cada paso.

-Mamá -le dije mientras me giraba hacia ella, mostrándole una sonrisa genuina-, ¿te has dado cuenta de cuánto hemos cambiado?

Ella me observó, como si me viera por primera vez, y sus ojos se llenaron de orgullo.

-Lo sé -respondió con voz suave-. No solo has cambiado por fuera. Te veo más fuerte, más seguro, más feliz. Has dejado atrás todo lo que te dolía.

Me acerqué a ella y la abracé. Un abrazo largo, lleno de amor y gratitud. Ella me abrazó con fuerza, como si nunca quisiera soltarme.

-Nunca dejé de creer en ti -susurró en mi oído-. Sabía que encontrarías tu camino.

Y de alguna manera, lo había hecho. Aunque Luna ya no estaba físicamente conmigo, su influencia seguía intacta. El amor que me dio, la paz que me transmitió, me habían ayudado a sanar. Ahora entendía lo que ella me había dicho: que la verdadera fuerza viene de uno mismo. Yo solo necesitaba creer en mí, y aprender a vivir sin miedos ni cargas.

Miré por la ventana, donde el sol comenzaba a ponerse, tiñendo todo de naranja. A mi lado, mi mamá se sentó, y juntos, en silencio, contemplamos el horizonte.

-¿Sabes? -dije finalmente-, me siento feliz. He superado tanto. Ahora entiendo lo que es vivir. No solo existir.

-Eso es todo lo que siempre quise para ti -respondió mi madre, acariciando mi cabello-. Verte feliz. Verte libre.

De repente, mi teléfono vibró. Era un mensaje de mis amigos. Habían planeado ir a entrenar al gimnasio. El sonido de sus mensajes me hizo darme cuenta de lo lejos que había llegado. De lo bien que me encontraba ahora, rodeado de gente que realmente me valoraba.

-Voy a entrenar -dije con entusiasmo, preparándome para salir-. Hoy me siento con más energía que nunca.

Mi mamá me miró con una sonrisa cálida.

-Te veo más feliz que nunca, hijo. Estoy orgullosa de ti.

Le sonreí, dándole un beso en la frente, y me dirigí hacia la puerta, sabiendo que no solo había cambiado mi cuerpo, sino que había cambiado mi vida.

Afuera, el sol se ponía, pero yo sabía que mis días de oscuridad quedaban atrás. Ahora, vivía con esperanza. Vivía con gratitud. Y, sobre todo, vivía con el conocimiento de que, aunque las sombras del pasado siempre pueden regresar, la luz que llevaba dentro de mí era mucho más fuerte.

La vida seguía. Y por primera vez, estaba listo para abrazarla completamente.