Capítulo 23: El Adiós de Luna

Era una noche tranquila. El cielo estaba despejado, lleno de estrellas que parecían parpadear solo para mí. Me senté en el tejado de la casa, con una manta sobre los hombros, mirando hacia arriba, pensando en todo lo que había pasado.

Pensando en ella.

En Luna.

De repente, sentí una presencia a mi lado. No tuve que girarme para saber quién era. Luna estaba ahí, tan real como siempre, con su sonrisa suave, esa que me había acompañado en mis peores momentos.

—Hola —susurró.

—Hola, Luna —respondí, sintiendo cómo se me apretaba el pecho.

Nos quedamos en silencio unos segundos. El viento frío movía su cabello, y en sus ojos había una tristeza que intentaba ocultar.

—¿Sabes? —dijo de pronto, mirando al cielo—. Siempre supe que este momento llegaría.

—¿Qué momento? —pregunté, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.

Ella bajó la mirada hacia mí, y sus ojos brillaron con una ternura que me rompió el alma.

—El momento en que tenía que dejarte.

Mis manos temblaron un poco. No quería perderla. No después de todo lo que había pasado. No después de encontrar en ella esa luz que me había salvado tantas veces.

—¿Por qué? —pregunté casi en un susurro.

Luna sonrió, una sonrisa triste pero llena de amor.

—Porque ya no me necesitas como antes. Porque ya aprendiste a caminar con tus propios pies. Yo vine para ayudarte a no rendirte… y lo lograste. Superaste el dolor, la soledad, el miedo. No necesitas que te sostenga más.

Negué con la cabeza. Las lágrimas ya me llenaban los ojos.

—Pero... yo quiero que te quedes.

Ella se acercó, y con sus manos tibias limpió mis lágrimas.

—Siempre voy a estar en tu corazón. Siempre. En cada momento que te sientas perdido, en cada victoria, en cada lágrima… ahí estaré. No como antes, pero en ti.

Luna se inclinó y me abrazó. Un abrazo cálido, real, eterno. Como si quisiera quedarse grabada en mí para siempre.

Sentí su latido, su esencia, su amor.

Era como despedirse de una parte de mí mismo.

—Gracias —logré decir entre sollozos—. Gracias por salvarme.

Ella sonrió aún más.

—Tú te salvaste. Yo solo estuve para recordártelo.

Me besó en la frente, y de pronto, el viento sopló más fuerte. Luna empezó a brillar, como una estrella fugaz, como una luz que se eleva suave y serena hacia el cielo.

—Te amo —me dijo en un susurro que se llevó el viento—. Y siempre voy a creer en ti.

Y entonces, simplemente… desapareció.

Como un sueño bonito que no duele, sino que deja una nostalgia dulce en el pecho.

Me quedé solo en el tejado, abrazándome a mí mismo, pero no como antes. No era una soledad de vacío. Era una soledad de gratitud, de crecimiento, de amor verdadero.

Mamá me llamó desde abajo, preguntándome si quería chocolate caliente.

Me limpié las lágrimas, sonreí, y bajé.

Porque la vida seguía.

Porque ahora, gracias a Luna, yo sabía cómo vivirla.