Aric abrió los ojos con lentitud, sintiendo un latido palpitante en su rostro, cortesía de la psicópata pelirroja que le había dado la paliza de su vida. Maldijo para sus adentros, planeando cien formas de venganza pasiva-agresiva contra ella, cuando de repente... algo lo hizo detenerse.
El techo. Ese era su techo. Blanco, con una mancha de humedad sospechosa en la esquina que le recordaba vagamente a un mapache.
Se incorporó de golpe y su mirada recorrió el cuarto. Sus paredes, su escritorio lleno de latas vacías de refresco, su silla con la tela rasgada por los años de abuso gamer, su laptop aún encendida...
«¿Qué carajos…?»
Con el corazón latiéndole en los oídos, se inclinó sobre su escritorio y miró la pantalla con confusión. Allí estaba, brillando con toda su gloria, el juego que le había costado innumerables horas de vida y dignidad: Épica Batalla del Destino Supremo 3000.
Respiró hondo y movió el mouse.
Todo estaba en orden. Su cuenta seguía activa, podía entrar sin problemas. Revisó su posición en el ranking mundial y allí estaba, envidiable, casi divino, ocupando el segundo puesto bajo su glorioso nombre de usuario:
"ReySupremoMegaUltraX69".
Aric suspiró, orgulloso y aliviado. Nada parecía haber cambiado. La pesadilla de la pelirroja homicida había sido solo eso: una pesadilla.
Solo para asegurarse, abrió el buscador y escribió su nombre de usuario.
Los resultados eran los de siempre: montones de tuits de gente llorando porque "seguro usa hacks", videos de YouTube con títulos como "¡La verdad sobre ReySupremoMegaUltraX69!" o "¿Cómo ESTE tramposo sigue sin ser baneado?!" , y algún que otro hilo de Reddit preguntando si su existencia era prueba de que la humanidad estaba en decadencia.
Aric resopló con fastidio.
—¡Parásitos envidiosos! —espetó, cruzándose de brazos—. ¿Cómo es posible que la gente no entienda que hacer trampas de forma tan magistral también es una habilidad? ¡No es mi culpa que sean unos mediocres sin visión!
Mientras se quejaba, su sonrisa se ensanchó. Todo era normal. Todo estaba en su lugar.
Su mirada se desvió lentamente de la pantalla y recorrió su humilde apartamento.
Era… hermoso.
Las grietas en la pared. El colchón con el resorte asesino que lo atacaba cada noche. El viejo microondas que tenía la extraña costumbre de hacer explotar cualquier cosa que metiera dentro., la ventana con su vista espectacular al muro de otro edificio…
Todo… absolutamente todo le parecía la manifestación pura del paraíso.
Su pecho se infló con un júbilo incontrolable.
—Sistema… —susurró.
Silencio.
—¿Sistemaaa… ?—repitió, con una sonrisa formarse en sus labios.
Nada.
—¡NO HAY SISTEMA! ¡YA NO HAY ESA ODIOSA VOZ EN MI CABEZA ARRUINÁNDOME LA VIDA! —gritó con euforia.
Comenzó a bailar como un lunático, sus movimientos una mezcla entre el meneo de un gusano epiléptico y una coreografía improvisada de fiesta infantil.
—¡Soy libre! —exclamó—. ¡Estoy en casa! ¡Estoy en mi asqueroso, apestoso y glorioso apartamento! ¡No hay sistemas, no hay locas homicidas, no hay mayordomos con rendimiento ridículo!
Se arrodilló en el suelo, levantando los brazos al cielo.
—¡Oh, maravillosa normalidad! ¡Cómo te he echado de menos!
Se puso de pie y abrazó la silla como si fuera un ser querido que había vuelto de la guerra.
Miró con lágrimas en los ojos su refrigerador lleno de comida instantánea y conservas de dudosa procedencia.
Se lanzó sobre su cama y rodó de un lado a otro como un cachorro hiperactivo.
—¡Todo fue un maldito sueño! ¡Solo un sueño absurdo, un producto de mi desbordante imaginación y mi dieta de tres días a base de cafeína y sopa!
En ese instante, algo captó su atención por el rabillo del ojo.
Una pequeña figura de pelo rojo.
Aric se levantó de la cama de un salto, tropezó con una caja de pizza vacía y se estrelló contra el suelo.
Maldiciendo, se reincorporó y miró con curiosidad el objeto sospechoso.
No recordaba haberla comprado. Lo cual no era raro, considerando que su definición de "adquirir mercancía" en convenciones de anime y videojuegos oscilaba entre "homenajearse a sí mismo" y "ejercer una descarada cleptomanía de baja escala".
—¿Y tú desde cuándo estás aquí, enana infernal? —murmuró, tomando la figura con cuidado.
La ropa, la expresión... el maldito cabello rojo.
—No... no puede ser...
Era ella. Esa maldita niña pelirroja psicópata de su pesadilla.
Su expresión se torció en una mueca de horror y furia mientras su mente conectaba los puntos. ¡Había sido ESTA cosita la responsable de su tormento! ¡Era su culpa que hubiera soñado con la humillación y el sufrimiento gratuito!
—¡Oh, cómo te odio, pequeño engendro de plástico! —gruñó, apretando los dientes.
Se pasó la mano por el rostro. Aún le dolía, como si en verdad hubiera recibido la paliza de su vida.
Una sonrisa demente se extendió por su rostro mientras apretaba la figura en su puño.
—Ohhh, lo que voy a hacerte... —susurró con la intensidad de un villano de película—. ¡Me hiciste vivir un tormento, maldita cosa maldita! Pero ahora eres solo una figurita. ¡Un pedazo de plástico sin voluntad! Y yo... ¡Yo soy el amo y señor de esta realidad! ¡Te destrozaré! ¡Te fundiré y te convertiré en un mini orinal para cuando me dé flojera ir al baño por las noches!
Se echó a reír como un desquiciado, disfrutando de su victoria absoluta sobre la diminuta adversaria.
Pero entonces...
La figura se movió.
Más exactamente, la diminuta mano de la figurita comenzó a crecer, más y más grande.
Aric parpadeó.
—¿Eh…?
¡PAF!
Antes de que pudiera reaccionar, la gigantesca mano le propinó una bofetada.
Todo se volvió borroso. Sintió su alma abandonar su cuerpo y volver a entrar, solo para darse cuenta de que algo estaba terriblemente mal. El dolor en su mejilla era real, como si un camión lo hubiera atropellado con entusiasmo.
Cuando su visión comenzó a aclararse, su entorno ya no era su querido y miserable apartamento. Ahora estaba en un calabozo húmedo y oscuro, iluminado por la tenue luz de antorchas. Y lo peor...
«¿Por qué carajos estoy encadenado como un pollo listo para asarse?!»
Intentó moverse, pero no podía. Estaba suspendido en el aire con grilletes y cadenas sujetándolo por las cuatro extremidades.
Una gota de agua fría le cayó en la frente, y la indignación lo invadió.
—¡¿Por qué siempre los calabozos tienen que estar goteando?! ¿Acaso hay un reglamento que exige que todo lugar de tortura tenga una tubería rota?!
Miró hacia adelante y ahí estaba. De pie. Sonriente. Desbordando una energía sádica que no le hacía justicia a su pequeña estatura.
La niña pelirroja homicida.
Aric tragó saliva. Su mente entró en pánico.
—Tranquilo, Aric, respira. Debe ser otro sueño. Solo necesitas pellizcarte… Oh, cierto. —Movió las manos encadenadas—. Bueno, tal vez si intento morderme la lengua…
¡PAF!
Antes de que pudiera siquiera intentarlo, otra bofetada monumental impactó su rostro.
—¡¿PERO QUÉ TE PASA, DESQUICIADA?! —quiso gritar, pero lo único que salió fue un débil quejido mientras sentía algo salir disparado de su boca.
Su diente. Su pobre y joven diente.
—Oh, no... —gimió de dolor, con los ojos llorosos.
—Al fin decides despertar y dejar tu inútil acto ante mí —dijo la niña con una voz que hacía parecer que había nacido con el único propósito de torturarle.
Ignorando su sufrimiento y caminó lentamente hacia una mesa de madera, con manchas oscuras, sospechosamente parecidas a la sangre seca. Allí abrió un estuche negro con una parsimonia espeluznante.
Un sonido metálico llenó la habitación.
La visión de Aric seguía algo borrosa, pero aun así logró distinguir su contenido: una colección de utensilios de tortura. Cosas afiladas, puntiagudas y definitivamente NO aprobadas por ninguna convención de derechos humano
—Oh, no, no, no. Esto no es bueno. Esto es lo opuesto a bueno. Esto es el concepto contrario de todo lo que significa bueno… —murmuró comenzando a entrar en pánico.
Su mente estalló en maldiciones internas:
«¡¿QUÉ CARAJOS TE PASA, MOCOSA MALDITA?! ¡¿QUIÉN TE HIZO TANTO DAÑO EN LA VIDA PARA QUE TERMINARAS ASÍ?! ¡MIRATE, POR DIOS! ¡UNA NIÑA NORMAL JUEGA CON JUGUETES, NO ANDA CHUPANDO SANGRE Y TORTURANDO A POBRES DESGRACIADOS COMO YO!»
La niña sacó un objeto afilado y lo sostuvo con un brillo sádico en los ojos.
«¡NOOOOOOO! ¡ME NIEGO A ACEPTAR QUE UNA MALDITA NIÑA ME TENGA EN ESTA SITUACIÓN! ¡SOY UN HOMBRE ADULTO, MALDICIÓN! ¡TENGO IMPUESTOS QUE EVADIR Y FACTURAS QUE IGNORAR, NO TIEMPO PARA ESTA MIERDA!»
Mientras se retorcía en sus cadenas, la voz de la pelirroja resonó con crueldad.
—Oh, no te preocupes. Esto apenas comienza.
Aric sintió un sudor frío recorrerle la espalda.
—Voy a morir. No, peor. Voy a sufrir. Luego voy a morir. Y luego voy a sufrir en el más allá porque seguramente esta enana tiene conexiones con el infierno —pensó, al borde de la histeria.