Capítulo 19 - El mayordomo, la asesina y el idiota profesional

Aric recuperó la conciencia en oleadas, como si su cerebro estuviera intentando reconectarse a la realidad. Primero, escuchó murmullos distantes, luego, sonidos más definidos, y finalmente, se percató de que su visión era una absoluta y completa nada. Puro negro.

Una experiencia inmersiva de lo que sería su futuro si las cosas seguían como iban.

Intentó moverse y descubrió que sus manos estaban atadas a su espalda, lo cual no era un buen augurio. Su primer instinto fue gritar que no quería renunciar. ¡Él amaba su trabajo! ¡Amaba limpiar baños! ¡Su destino era pasar sus días fregando inodoros infantiles hasta que la muerte lo reclamara!

Pero antes de que pudiera abrir la boca para soltar su discurso de lealtad fanática, una voz familiar interrumpió sus pensamientos.

—¿Estás seguro de que es la persona correcta?

Su piel se erizó. Sus intestinos intentaron hacer una maleta y huir de su cuerpo. Su corazón redactó su carta de renuncia y se dispuso a latir en otro organismo menos desafortunado.

Reconocía esa voz. Esa maldita voz. Era ella. La niña pelirroja.

«Me cago en mi suerte… »

Aric comenzó a maldecir en su mente. Se imaginó a sí mismo siendo desangrado lentamente por esa pequeña asesina psicópata.

Esto era malo, MUY malo. Tenía que encontrar una forma de escapar antes de que su sangre fuera usada para escribir algún antiguo contrato demoníaco o, peor aún, como ingrediente de una sopa mágica con supuestos beneficios revitalizantes.

Una nueva voz entró en escena, esta vez refinada y educada, con la distinción de alguien que, sin duda, podía decapitarte con clase y luego enviarte un telegrama de condolencias.

—Sin duda, este es el joven testigo de lo ocurrido anoche.

Aric reconoció la voz de ese bastardo de inmediato. ¡El maldito mayordomo! ¡Por supuesto que sería él! ¡El leal sirviente de esa chupasangre, con guantes blancos y moral de hierro!

«¿Pero qué clase de ser omnisciente encubierto es este tipo? ¡Ni siquiera mis familiares me reconocen después de un corte de pelo y él me ubica al instante! Esto ya es abuso de mecánicas narrativas. »

Justo en el momento cumbre de su exasperación, otra voz, una más molesta que un mosquito en verano, decidió hacer acto de presencia.

[¡JAJAJAJAJA! ¡AL FIN! ¡Este es el final, idiota! ¡Por fin me libraré de ti! ¡Estoy a solo un paso de obtener un protagonista digno. Alguien fuerte, valiente, que me valore…!]

El sistema sonaba como una ex despechada viendo a su antiguo novio fracasar en la vida. Rebosaba de júbilo malicioso, disfrutando cada segundo de su sufrimiento.

Aric sintió un deseo primitivo de arrancarse el cerebro y lanzarlo por la ventana, pero como no podía moverse, se conformó con maldecir a los cielos y a todos los seres omnipotentes que permitieron que existiera semejante desastre.

De todos los mundos en los que pudo reencarnar, tenía que ser en esta mierda de fantasía mal hecha. ¿Por qué no podía haber regresado en el tiempo con todo su conocimiento del futuro, hacerse rico, y vivir la vida de un magnate multimillonario? No, claro que no. En vez de eso, fue arrojado a este infierno donde la lógica narrativa era su peor enemiga y todo estaba diseñado para joderlo.

«¡MALDICIÓN! ¡Ni siquiera he podido subir de nivel, aprender magia o formar mi estúpido Corazón Etéreo!»

Quiso llorar de impotencia, pero sus ojos ya estaban secos de tanto sufrir.

«Voy en el capítulo 19 y sigo siendo un saco de carne sin habilidades… »

Y justo cuando su desesperación alcanzaba niveles de tragedia griega, escuchó la voz de la niña pelirroja dando la orden que sellaría su destino.

—Descúbranle la cabeza.

Aric lo supo. Este era el momento. Sea lo que fuera a hacer, decidiría su vida o su muerte.

¡Por una vez en su miserable existencia, tenía que actuar como el protagonista digno y valiente que era!

El mayordomo, con una elegancia casi ritual, retiró el saco que cubría la cabeza de Aric.

Con sumo cuidado, lo dobló y lo sostuvo contra su pecho con una reverencia silenciosa. No era un saco cualquiera. No. Era una reliquia de generaciones de mayordomos, un artefacto noble que, en tiempos antiguos, había servido para recolectar el estiércol de los corceles de la ilustre familia. Un saco con historia. Un saco con propósito. Un saco que había sido testigo de incontables limpiezas nobles.

Pero a nadie le importaba el saco en ese momento.

La niña pelirroja se preparó para la inminente reacción del prisionero. No era su primera vez. Sabía lo que ocurría cuando alguien la veía. El terror absoluto. El pánico descontrolado. Llantos, súplicas, incontinencia. Un espectáculo patético y ruidoso que ella no estaba dispuesta a tolerar.

Su mano se alzó con la precisión de un verdugo, lista para cortar cualquier intento de grito con un movimiento letal.

Y entonces lo vio.

Sus dedos quedaron congelados a milímetros del cuello de Aric.

Parpadeó, incrédula.

Algo estaba… mal. No como en un “este sujeto tiene un poder oculto” o un “se ha liberado de sus ataduras y me va a matar” mal. No. Era un “esto es un tan sin sentido que mi cerebro se niega a procesarlo” mal.

—¿Pero qué diablos…? —murmuró.

El mayordomo, que rara vez mostraba emociones, tenía la misma expresión de asombro.

Frente a ellos, en lugar del testigo aterrorizado que esperaban, había un joven con la mirada perdida, los ojos moviéndose sin dirección fija, un hilo de baba deslizándose por su boca mientras sus dedos jugueteaban con un mechón de su propio cabello.

Su mandíbula colgaba floja, como si el concepto mismo de conciencia le fuera ajeno.

—Aaah… Uuhh… —murmuró Aric con una voz sin tono, balanceándose ligeramente de un lado a otro.

Por dentro, su corazón latía frenético.

«¡Mierda, mierda, mierda, esta loca me iba a matar! Pero nadie, ni siquiera una asesina pelirroja con tendencia a los homicidios impulsivos, podría matar a alguien así sin sentirse como el peor ser humano del mundo.»

Y así, nació su obra maestra de la actuación: el joven ciego, mudo y con discapacidad mental.

Su cuerpo se relajó al punto de parecer gelatina humana. Sus ojos se desviaron en direcciones opuestas. La baba fluyó con una entrega digna de un artista.

La niña sintió que algo se quebraba dentro de ella.

Sus dedos temblaron y retiró la mano lentamente.

—¿ En qué… qué me he convertido…? —susurró con un nudo en la garganta.

El mayordomo, conmovido hasta las lágrimas, colocó una mano en su hombro.

—No es su culpa, mi joven señorita… Es esa maldita cosa la que la obliga…

—No... —negó ella con la cabeza, mientras las lágrimas rodaban por su rostro.—. Con el tiempo, yo… yo me he vuelto insensible a matar…. He matado tantas veces... ¿Cuántas vidas… cuántas vidas podría haber salvado si tan solo hubiera tenido el valor de quitar una sola? —Su voz se quebró—. La mía…

El mayordomo no pudo contenerse. Llorando como un personaje de telenovela, se lanzó a abrazarla.

—No diga eso, joven señorita… ¡Encontraremos una forma! ¡Encontraremos una manera de librarla de este destino cruel!

Compartieron su dolor en un momento de pura humanidad. Lágrimas, sollozos, un abrazo desesperado entre una asesina atormentada y su leal sirviente.

Si alguien hubiera estado narrando esta novela en tercera persona, sin duda habría ganado un premio literario.

Mientras tanto, Aric seguía con su interpretación magistral.

—Haaa… Ñeeeh… —susurró, haciendo círculos en el aire con su dedo.

Pero entonces… un recuerdo cruzó la mente de la niña.

Su memoria trajo una imagen nítida de la noche anterior: Aric, parado en la entrada del callejón, con ojos llenos de asombro, con su boca en perfecto funcionamiento, y con una expresión demasiado normal como para estar tan dañado como ahora.

Su ceja tembló y la vena en su frente palpitó peligrosamente.

—¡TÚ! —rugió, señalándolo con un dedo tembloroso de rabia.

Aric no tuvo tiempo de reaccionar.

Un segundo después, una patada devastadora impactó su rostro, enviándolo en un glorioso vuelo acrobático hasta que su cráneo besó la pared con un sonido que dejó claro que la inconsciencia era su único destino.

El mayordomo jadeó con horror.

—¡Mi señorita! —exclamó con el alma desgarrada—. ¡Ese joven era un alma pura! ¡Un ser noble y lleno de inocencia!

—¡ÉSE IMBÉCIL ESTABA PERFECTAMENTE NORMAL ANOCHE! —gritó la pelirroja, roja de ira, con el puño temblando.

La furia creció en su pecho.

Cada vez que pensaba en la imagen de Aric mirándola anoche con total normalidad, más ganas le daban de molerlo a golpes.

—¡¡¡NO TE BURLES DE MÍ, MALDITO PEDAZO DE MIERDA!!! —rugió mientras le asestaba un bofetón al inconsciente Aric

—¡¿CÓMO TE ATREVES A HACERME PASAR POR TODO ESO, INFELIZ?!

¡PAF! Otra bofetada.

—¡¡¡YO CASI ME PONGO A CORTARME LAS VENAS POR TU CULPA, PEDAZO DE BASURA!!!

¡PAF!

Otro golpe. Luego otro. Y otro.

El mayordomo solo pudo apartar la mirada y sollozar.

«La joven señorita… Se ha convertido en un monstruo…»

¡PAF! ¡PAF! ¡PAF!

—¡LEVÁNTATE, INFELIZ! ¡DEJA DE HACERTE EL IDIOTA!