Núcleo Sombrío

Vailstone, EE.UU. Primeros días de febrero, 2024.

El edificio viejo se alzaba como una muela picada en la mandíbula desdentada de Dreadhaven. Desde la distancia, Akari lo había identificado como el nodo central de la red clandestina, el corazón digital de la sinfonía de ilegalidad del distrito. De cerca, era solo ladrillo sucio, ventanas tapiadas y una puerta metálica oxidada con más capas de pintura vieja que años Akari. Estaba en una calle lateral, lo suficientemente transitada como para no ser un callejón abandonado, lo suficientemente olvidada como para no llamar la atención. Era temprano en la noche, la hora en que Dreadhaven comenzaba a respirar con otro ritmo, el ritmo de las sombras.

El corazón palpitante del bajo mundo, ¿eh? Desde fuera parece el lugar donde guardan las ratas gigantes. La arquitectura del crimen moderno es… decepcionante, la verdad. Esperaba más neón. O al menos un hedor repugnante.

Había pasado los últimos días observando el edificio desde diferentes puntos. Analizando el tráfico de red a su alrededor. Usando su afinidad para sentir las "vibraciones" de los sistemas dentro. Era fuerte. Organizada. Mucho más allá de las operaciones de bandas callejeras. Había visto coches discretos aparcar cerca, gente entrar y salir rápidamente. No criminales de poca monta. Hombres con miradas serias, movimientos precisos. Guardia. Y sentía la misma energía de los dispositivos del camión, pero concentrada, poderosa, pulsando desde el interior. El fragmento de comunicación que interceptó días atrás provenía de aquí. La llave potencial.

Su plan era simple en su audacia: intentar acceder a ese nodo. No irrumpir físicamente (aún no estaba loca), sino digitalmente. Ver qué información podía obtener de la propia red desde cerca. Quizás encontrar una vulnerabilidad. Si tenía suerte, descifrar el fragmento de datos que la intrigaba. Era un riesgo enorme. Si la red tenía esa energía poderosa, significaba que quienes la controlaban tenían defensas serias. Pero no tenía otras opciones. El hambre la apremiaba, el frío la carcomía. Quedarse escondida solo la llevaría a una muerte lenta. Tenía que moverse. Y este nodo era la única pista que tenía hacia el mundo que rompió el plan de Dmitri.

Se deslizó por la calle lateral, fingiendo buscar algo en su mochila, sus ojos escaneando cada ventana, cada sombra, cada coche aparcado. Sintió la afinidad extendiéndose, tratando de conectar, de "escuchar" al edificio. El zumbido se hizo más fuerte a medida que se acercaba, una resonancia compleja, como una orquesta desafinada pero potente, con capas y capas de señales superpuestas. Sintió la presencia de cámaras, de sensores, de diferentes tipos de tecnología. Y sentía una… barrera. Un firewall digital y físico que intentaba repeler cualquier intrusión.

Bueno, al menos no me lo ponen fácil. Aburrido sería que las puertas estuvieran abiertas y con una nota que dijera "Aquí están nuestros secretos. Sírvase usted mismo".

Encontró un rincón semi-oculto al otro lado de la calle, detrás de unos contenedores de basura gigantes. Sacó su laptop. La abrió con cuidado, la pantalla apenas visible. Activó sus herramientas más avanzadas, programas diseñados para escanear, mapear y probar redes sin dejar rastro inmediato. La afinidad se intensificó, enfocándose en el edificio, traduciendo la complejidad de las señales en patrones que su mente podía interpretar. Era como si viera las capas invisibles de la red, las defensas, los flujos de datos. Una especie de sinestesia digital.

Mientras sus programas escaneaban, su atención física estaba dividida entre la pantalla y la calle. Vigilaba el movimiento. Coches que pasaban demasiado despacio, figuras que se detenían en las esquinas. La tensión era palpable, una cuerda estirada que podía romperse en cualquier momento.

Vamos, vamos. Muéstrame algo. Un puerto abierto. Una credencial filtrada. Algo que no me cueste un riñón y mi libertad.

Los minutos pasaron lentamente, llenos de tensión. Su laptop zumbaba silenciosamente, sus programas trabajando. La afinidad bullía, esforzándose por penetrar la barrera del nodo. Estaba concentrada, casi sintiendo el esfuerzo de los sistemas del edificio por repelerla. Era un pulso a pulso digital.

De repente, sintió un cambio. No en la red del edificio, sino afuera. En la calle. Su afinidad captó una nueva resonancia, fuerte, organizada, moviéndose rápidamente hacia el edificio. Y sus ojos vieron el movimiento. Un coche oscuro, rápido, se detuvo bruscamente frente a la puerta metálica. Hombres bajaron, movimientos profesionales, armas discretas pero visibles bajo sus chaquetas. No era guardia regular. Era una llegada inesperada. Y Akari estaba en medio de todo.

Mierda. Mierda, mierda, mierda. Llegó visita. Y no creo que sea para pedir una taza de azúcar.

Intentó desconectarse rápidamente, cerrar sus programas, apagar la laptop. Pero en ese instante, la puerta metálica del edificio se abrió. No solo para los hombres que acababan de llegar. Otros salieron del interior, armados también. Y entre ellos… vio algo. Algo que no cuadraba. Un contenedor pequeño, metálico, con símbolos extraños grabados en la superficie. Y la energía. Sentía la energía emanando de él, poderosa, diferente, la misma que había sentido débilmente en el camión, pero cien veces más fuerte, con una cualidad... antigua. Era la energía de los dispositivos, amplificada, utilizada. Era la energía asociada al "misticismo" del Syndicate que Dmitri había mencionado vagamente.

No puede ser. ¿Qué demonios es eso?

Mientras su mente procesaba lo que veía y sentía, uno de los hombres que salió del edificio llevaba un dispositivo de escaneo de área. Una tecnología avanzada, diseñada para detectar electrónica oculta. Y estaba barriendo la calle.

La alarma interna de Akari, su afinidad y su instinto, explotaron al unísono. La detección estaba sobre ella.

¡Maldita sea! ¡Me detectaron!

Cerró la laptop de golpe, la metió a la mochila con movimientos bruscos. No había tiempo para ser discreta. Tenía que desaparecer. Pero el callejón estaba bloqueado por los contenedores y la entrada al almacén quedaba atrás. Estaba expuesta.

Los hombres armados se movieron. Uno señaló hacia su posición. Las armas se levantaron.

No hubo pensamientos complejos. Solo la adrenalina pura. Salir. Sobrevivir.

Se lanzó fuera de su escondite, corriendo. Disparos resonaron en la calle estrecha, el sonido amplificado por los edificios. Sintió el aire vibrar cerca de su cabeza.

¡Corre, Akari, corre! ¡Como si el diablo te persiguiera! Que, en este caso, probablemente sí lo hace.

No corrió hacia la calle principal. Demasiado abierta, demasiado riesgo de encontrarse con más de ellos o con la policía (igualmente mala noticia con sus documentos falsos). Se metió en el laberinto de callejones que había estado explorando cautelosamente. Saltó sobre un contenedor de basura, se deslizó por un hueco estrecho entre dos edificios, el metal frío raspando su chaqueta. Escuchaba pasos detrás de ella y gritos en el lenguaje del bajo mundo.

Corrió por callejones oscuros y malolientes, doblando esquinas ciegamente, confiando en su instinto y en el vago mapa mental que había construido de la zona. Su afinidad seguía zumbando, no solo por el peligro inmediato, sino por la perturbación masiva en la red clandestina que su presencia estaba causando. Era como si todo Dreadhaven, digital y físico, estuviera reaccionando a su intrusión.

Escaló una valla, sus manos encontrando agarre en el metal oxidado, sus músculos protestando. Cayó al otro lado en un pequeño patio lleno de trastos viejos. Los pasos se acercaban al otro lado de la valla. No tenía tiempo.

Vio una puerta trasera de un edificio. Cerrada. Vieja. Usó su afinidad en ella, sintiendo el mecanismo de la cerradura, los pasadores. Estaba bloqueada, sí, pero no con seguridad de alto nivel. Una cerradura mecánica. Con su experiencia y un poco de concentración (y desesperación), podía forzarla. Pero tardaría segundos cruciales.

Oyó la valla crujir al otro lado. Estaban escalándola.

No lo pensó. En un movimiento fluido, sacó un pequeño multillave de su mochila, un kit de herramientas de hacking físico que siempre llevaba. Insertó una punta, usó su afinidad y su tacto para sentir los pasadores dentro de la cerradura, la vibración del metal. Sus dedos temblaban, no solo por el frío o la adrenalina, sino por el esfuerzo.

¡Vamos, maldita cosa! ¡Ábrete! ¡Ahora!

Sintió que un pasador cedía. Luego otro. El metal protestó. Un golpe fuerte resonó al otro lado de la valla; el primero de sus perseguidores había saltado. Casi lo tenía. Sintió el último pasador. Un giro rápido de la muñeca. El clic.

La puerta se abrió. Se lanzó dentro justo cuando el primer perseguidor doblaba la esquina hacia el patio. Cerró la puerta detrás de ella, apoyándose en ella, jadeando, sintiendo el olor a polvo y a cerrado. Estaba dentro. Momentáneamente a salvo de la persecución inmediata.

Estaba en la trastienda de lo que parecía una vieja tienda abandonada. Oscura, polvorienta. Pero los ruidos de la persecución se alejaban, moviéndose por el exterior del edificio, buscándola en el patio o en las calles cercanas. Había escapado del cerco inmediato.

Okay. Okay. Sobreviví. Por ahora. Estúpida, Akari. Meterte ahí. Pero… ¿qué era ese contenedor? ¿Esa energía?

Su mente, a pesar de la adrenalina, volvía a lo que vio. Esa energía no era solo tecnológica. Tenía esa cualidad irregular, "antigua", que a veces sentía en objetos particularmente únicos o con mucha historia. Y los símbolos en el contenedor… no eran logotipos de empresas. Parecían… grabados. Rúnicos, quizás, o alguna simbología extraña. Como algo que leerías en un libro sobre ocultismo, no en medio de una operación gangsteril.

Magia oculta, dijo Dmitri. Y yo pensé que era una metáfora. Parece que la metáfora es… más literal de lo que creía. O usan la simbología para algo. Generar miedo. Ocultar la tecnología real.

Había irrumpido en una operación importante. Visto algo que no debía. Utilizado sus habilidades de una manera que, probablemente, dejó un rastro digital y una resonancia que no podían ignorar. Y había evadido a sus perseguidores de una forma que no esperaban. No era solo una intrusa. Era una anomalía.

Consultó su teléfono, la pantalla iluminando brevemente su rostro exhausto. Dreadhaven seguía activo en el mapa digital que su afinidad le mostraba, pero ahora había focos de actividad concentrada alrededor de la zona del edificio. Estaban peinando el área. La red del bajo mundo estaba en alerta.

Ahora sí que la jodiste, Akari. No solo fallaste el plan. Te metiste directamente en la boca del lobo. Y no creo que el lobo te suelte fácilmente.

Se movió con cautela por la tienda abandonada, buscando una salida trasera, un lugar más seguro para desaparecer temporalmente. El incidente en la calle, su huida desesperada, su uso de la afinidad para abrir la cerradura... todo eso habría generado ruido. Ruido digital. Ruido físico. Una firma. Una firma que, en el vasto y controlado sistema de Dreadhaven, no pasaría desapercibida.

En algún lugar, en lo profundo de la red clandestina que sentía vibrar a su alrededor, o en una sala de vigilancia oculta, una alarma invisible se habría disparado. Una anomalía. Una intrusa con habilidades inusuales. Alguien que vio lo que no debía ver y escapó de una forma que no esperaban. La información sobre la "chica del puerto", la que el contacto de Dmitri no entregó, podría estar siendo cruzada con la actividad reciente.

El incidente, aunque pequeño y desesperado desde su punto de vista, era algo grande para quienes tenían el control de Dreadhaven. Había tocado un punto muy delicado. Se había acercado demasiado al Núcleo Sombrío que dominaba el distrito.

Akari encontró una ventana trasera y la forzó con cuidado. Salió a un callejón angosto, más oscuro y silencioso. Alzó la mirada hacia el cielo, cubierto por la contaminación y los edificios. Dreadhaven murmuraba a su alrededor, pero ahora sus secretos no solo hablaban de miseria o crimen común. Eran secretos de poder, de operaciones clandestinas a gran escala, de una extraña fusión entre tecnología y algo que parecía... ¿ocultismo verdadero? No. Más bien simbólico. Utilizado como una herramienta. Y ella había tropezado de lleno con eso. El Núcleo Sombrío se había fijado en ella. Y en algún rincón de las sombras, un ojo se había posado sobre Akari Elizaveta Koshkina. La novata perdida. La anomalía. La que ahora estaba Demasiado Cerca del Núcleo Sombrío.