El sol matutino de Vailstone, un lujo que Akari apenas disfrutaba en sus contadas salidas, no alcanzaba a entrar en su habitación. Pero la luz ambiental, suave y constante, iluminaba el uniforme extendido sobre la plataforma, el celular tri-fold en negro mate, la laptop de grafito pulido y el pequeño buddie en forma de estrella junto a la Glock. La realidad de su nuevo estatus, de su “regalo”, la golpeó con el mismo silencio que deja la resaca tras una noche extraña.
Se acercó al uniforme y rozó la tela. Era una armadura, sí, pero sorprendentemente cómoda, como si hubiera sido hecha a su medida. Se quitó la ropa de cama y comenzó a ponérselo. La camisa negra, ajustada, se moldeó a su figura con precisión quirúrgica. Abotonada hasta el cuello, le daba una formalidad que Akari jamás habría asociado con ella misma. La falda plisada se movía con una gracia inesperada. Tomó el abrigo largo y lo deslizó sobre sus hombros. El interior rojo vibraba contra el negro exterior, y al girar, la tela se alzaba con un movimiento fluido y dramático. El brazalete de tela roja, con el símbolo dorado, se ajustó a su brazo izquierdo.
—Vaya... —pensó—. Parezco una asesina de anime. O una colegiala gótica que acaba de robar el vestuario de una película de espías.
¿Quién soy ahora? ¿Akari Koshkina, hacker de las calles? ¿O Akari del Syndicate, con uniforme de diseñador?
Tal vez una mezcla disfuncional de ambas.
Se miró al espejo, con una sensación extraña entre lo absurdo y una punzada de poder. Su nueva Glock tenía un aire distinto con el pequeño buddie en forma de estrella: una estrella metálica de cuatro puntas, pulida y adherida discretamente a la parte inferior de la empuñadura. Era un toque personal. Casi irónico.
Su nuevo celular vibró. Una melodía discreta. En la pantalla apareció un nombre: Frederica. Una orden.
—Akari Koshkina, Nivel Tres. Centro de Comando. Ahora.
Sin “por favor”. Sin “gracias”. Solo eficiencia fría. Era Frederica, la lógica personificada. Akari ya sabía que no habría un “buenos días”.
Recogió su laptop nueva, sintiendo el peso ligero y la textura suave del grafito. Los vinilos aún no estaban pegados. Sonrió. Tendría tiempo para eso más tarde. Se dirigió al Centro de Comando.
El trayecto fue un descenso literal hacia el corazón de la Casa Roja. Los pasillos se volvían más austeros, las puertas más pesadas. El aire se cargaba con el zumbido de la electricidad y un tenue aroma a ozono. Finalmente, llegó a un espacio tan amplio que hacía que el Módulo de Entrenamiento pareciera una cabina telefónica.
Esto era el Centro de Comando. Una catedral tecnológica.
Las paredes eran pantallas gigantes que mostraban flujos de datos en tiempo real, mapas topográficos, gráficos de análisis predictivo y diseños complejos de redes. Filas de servidores zumbaban en un silencio perfectamente orquestado, con luces que parpadeaban como si fueran ojos cibernéticos. Docenas de operativos, cada uno en su estación de trabajo, se movían con una concentración hipnótica. Algunos tecleaban a una velocidad inhumana, otros susurraban datos por sus auriculares, sus rostros iluminados por el resplandor azul de las pantallas.
No había gritos. No había caos. Solo una sinfonía de eficiencia tecno-orgánica.
Este era el cerebro digital del Syndicate.
La "biblioteca" de información más valiosa de Vailstone.
Frederica estaba en el centro de todo, flotando entre las estaciones como una sombra incorpórea, su figura alta y delgada, su mente, Akari lo sabía, moviéndose a la velocidad de la luz. Su cabello oscuro y liso caía sobre sus hombros, y sus ojos, generalmente enigmáticos, estaban fijos en un flujo de datos que solo ella parecía comprender. Vestía un mono gris oscuro, impoluto, con los símbolos del Syndicate en los hombros. No había nada de "girl fresa" en Frederica. Era pura lógica, pura máquina.
—Koshkina —su voz era un susurro frío, pero lo suficientemente claro para que Akari la escuchara por encima del zumbido—. Llegaste.
Se giró, y sus ojos se posaron en el uniforme de Akari. Un fugaz destello de aprobación, o al menos, reconocimiento, cruzó por ellos.
—Veo que has... aceptado tus nuevas herramientas. Bien. Son necesarias.
Frederica no perdió el tiempo con preámbulos. Su dedo se extendió hacia una de las pantallas principales, que ahora mostraba un diagrama de red intrincado, como una iteración de circuitos defectuosos.
—Esta es tu primera tarea oficial. Un nodo. No una simulación. Parte de una operación en curso.
Akari sintió la adrenalina. ¿Real? Esto no era un juego de ordenador.
—Vanguard Global Dynamics (VGD). Una de nuestras... subsidiarias encubiertas. Su red interna ha sido comprometida. Una filtración de datos que aún no hemos logrado contener. Se ha manifestado como una "rata fantasma". Un intruso que se mueve sin dejar rastro, alterando registros, insertando ruido. No es un programa maligno común. Es una anomalía. Y está desorganizando los flujos de información esenciales. Mi equipo ha intentado erradicarlo, pero desaparece antes de ser rastreado. Necesitamos que lo encuentres. Lo rastrees. Lo identifiques. Y lo neutralices.
Frederica hizo una pausa, sus ojos, fríos y penetrantes, se clavaron en Akari.
—Pero hay una restricción crucial: la integridad de la red de VGD debe permanecer intacta. No puedes causar interrupciones, ni siquiera momentáneas. No puedes dejar rastro de tu presencia. Necesitamos una solución quirúrgica. Invisible. Y rápida. Tenemos menos de veinte horas antes de que la filtración comprometa una operación crítica a gran escala.
Akari sintió el peso de las palabras. Veinte horas. Una red comprometida. Un fantasma digital. Invisibilidad total. Y Frederica. La maestra del código y la lógica, observando.
—Tu estación. —Frederica señaló una terminal de trabajo vacía, más avanzada que cualquier cosa que Akari hubiera visto en Dreadhaven. Monitores curvos, teclados ergonómicos, acceso a una potencia de procesamiento que era el sueño de cualquier hacker—. Tienes acceso a nuestras herramientas más avanzadas. Pero la inteligencia… la pones tú.
Akari se sentó, sus dedos ya hormigueando sobre el teclado de cristal pulido. El monitor principal se encendió, mostrando la red de VGD, un laberinto de nodos y conexiones, algunos parpadeando con sutiles aberraciones.
Una rata fantasma, ¿eh? Suena a algo que Antonella habría creado para mantenernos entretenidos. Pero las apuestas son reales. Y el tiempo corre. Esto es más que un examen. Es un debut.
Inmersa en la pantalla, Akari empezó a trabajar. Sus dedos volaron por el teclado, una danza de macros y comandos. Se conectó a la red de VGD, una red empresarial gigantesca que simulaba un ecosistema de datos financieros. La intrusión era sutil, como un susurro en una sinfonía. Frederica había dicho que era "una anomalía". Akari buscó anomalías de comportamiento, patrones de tráfico inusuales, firmas de datos alteradas.
Al principio, era frustrante. El "fantasma" era escurridizo. Se movía, dejaba una huella y luego desaparecía, como si se disolviera en el éter digital. Era como intentar atrapar humo con las manos. Los equipos de Frederica eran buenos, muy buenos, pero Akari sintió que su enfoque era demasiado... lineal. Demasiado basado en la lógica binaria.
Akari cerró los ojos por un instante, sintiendo el flujo de datos. No era solo código. Era una corriente, un torrente. Una vez, en Dreadhaven, tuvo que hackear una red de cámaras de seguridad con hardware obsoleto y una conexión inestable. No podía depender de herramientas perfectas; tenía que "sentir" las vulnerabilidades, las vibraciones del sistema. Su mente de hacker era menos un procesador y más una intuición, una afinidad con la matriz.
Okay, rata fantasma. No eres un error de código. Eres una entidad. Y las entidades tienen hábitos.
Cambió su enfoque. Empezó a buscar patrones de inactividad, en lugar de actividad. Momentos en que la "rata" no estaba en movimiento, pero seguía existiendo. Buscó pequeñas fluctuaciones de energía en nodos supuestamente inactivos, ecos residuales, murmullos de calor digital. Era como buscar una burbuja de aire en una corriente subterránea.
Horas pasaron, marcadas por el zumbido constante del Centro de Comando y el tecleo incesante de Akari. Frederica la observaba, de vez en cuando, con una mirada que era un escáner de pensamiento. Akari sudaba bajo el uniforme, la corbata roja ahora un poco más aflojada, un acto de rebelión inconsciente.
De repente, lo encontró. Una firma. No un programa maligno, no un virus. Era una construcción modular. Una serie de scripts pequeños y autorreplicantes que se dividían y se fusionaban, escondiéndose en las micro transacciones de la red. Una hidra digital. Era hermoso en su complejidad, aterrador en su efectividad.
Hijo de puta. Es un arte. Un arte sutil, pero un arte, al fin y al cabo.
Pero rastrearlo era una cosa. Neutralizarlo sin interrupciones era otra. Cada intento de "matar" una cabeza, simplemente creaba dos más que se escondían más profundamente. Era un problema de filosofía, no solo de código.
Akari golpeó la mesa, frustrada. ¿Cómo matas algo que está diseñado para no morir y no dejar rastro?
Frederica, como si leyera su mente, se acercó, su voz un susurro frío. —No intentes matarlo directamente. La red lo detectará. Y se auto reparará, dejando un rastro de tu intervención. Necesitas... otro enfoque.
Akari la miró. Sus ojos se encontraron con los de Frederica. Fríos, calculadores, pero con un brillo de desafío. Akari sonrió. No con alegría, sino con la euforia de la caza.
—Ya veo. Si es una hidra, no la matas. La envenenas. O la domesticas.
Frederica no respondió. Solo una imperceptible inclinación de cabeza.
Akari volvió al teclado, sus dedos ahora más fluidos, más confiados. Si la "rata fantasma" se escondía en la inactividad, tenía que obligarla a revelarse sin que supiera que estaba siendo forzada. Si se replicaba, tenía que forzarla a replicarse en un espacio controlado.
Creó un entorno virtual, una red "espejo" dentro de la propia VGD, indetectable para la "rata". Empezó a enviar pequeños pulsos de datos corruptos, como veneno. No lo suficiente para dañar la red principal, pero sí para irritar a la "rata". Para obligarla a moverse, a replicarse en el entorno espejo. Era una trampa digital. Una invitación al caos controlado.
El tiempo se agotaba. Las pantallas del Centro de Comando seguían mostrando flujos constantes de datos. La presión se sentía en el ambiente. Algunos operativos la observaban; otros, simplemente la ignoraban. Era una prueba de fuego, y Akari sentía el peso de cada segundo.
La "rata" mordió el anzuelo. Se replicó. Saltó al entorno espejo. Una, dos, tres… mil réplicas. Akari había construido un laberinto para el minotauro digital. Una vez dentro, las puertas se cerraron. La "rata" había sido contenida.
Ahora venía la identificación. Akari desarmó una de las réplicas dentro del entorno espejo, línea por línea. Buscaba la firma original, el código genético del espectro. Era complejo, pero tenía un "ADN" único. Lo encontró. Y entonces, la neutralización. No eliminar. No destruir. Redirigir.
Akari programó un algoritmo de desvío. Una vez identificada la "rata fantasma" en la red principal, sus movimientos serían desviados de forma silenciosa, cada replicación dirigida hacia un sumidero de datos dentro del entorno espejo. Era una muerte lenta. Un desangrado digital. Sin dejar rastro de violencia en la red original. El fantasma seguiría existiendo, pero atrapado en un purgatorio sin fin. Inofensivo.
La última línea de código. Enter.
El sudor le corría por la frente. La pantalla principal del sistema VGD, que antes mostraba sutiles aberraciones, ahora fluía limpia. Las líneas de datos eran constantes. Sin interferencias.
Frederica se acercó. Sus ojos escanearon con precisión la pantalla de Akari. Luego, lentamente, posó su mirada sobre ella. No hubo sonrisa. No hubo una felicitación efusiva. Había algo más.
—Preciso —dijo Frederica. Su voz era plana, pero con un matiz de aprobación apenas perceptible—. Limpio. Sin dejar rastro. Has demostrado aptitud.
Akari sintió un torrente de alivio mezclado con triunfo. Lo había logrado.
—No fue solo una prueba de habilidad, Koshkina —continuó Frederica. Su tono se volvió más grave, revelando el verdadero propósito de la misión—. Era una evaluación de tu capacidad de adaptación bajo presión. De tu pensamiento lateral. Y de tu disciplina para seguir las reglas. La "rata fantasma" fue creada por Antonella. Era una prueba diseñada para ti. Pero la red de VGD… esa parte era real. La filtración, el tiempo límite. Queríamos ver cómo actuarías cuando las apuestas fueran altas. Y la verdad es que... el creador de la "rata" no era un atacante externo. Era un ex-operativo nuestro, desmantelado por Antonella hace años. Intentaba sabotearnos desde la Deep Web. Era un fantasma real. Una amenaza persistente. Y ahora está neutralizado. Tú lo lograste.
Akari sintió un escalofrío. La frialdad de la prueba, la crueldad de usar una amenaza real y a la vez fabricada. Antonella era una mente maestra de la manipulación.
—Antonella está satisfecha —dijo Frederica. Esa era la máxima aprobación.
El agotamiento se instaló en Akari, pero venía con una extraña euforia. Lo había logrado. Había demostrado que era más que una hacker callejera; era un arma, una herramienta, una pieza vital en la maquinaria del Syndicate. Su cerebro, su intuición, su humor sardónico, todo encajaba.
Frederica se dio la vuelta. —Mañana, a primera hora, te integrarás en el equipo de monitoreo de comunicaciones. Tu laptop es tu acceso. Tu celular, tu enlace. Tu uniforme, tu identidad. Las herramientas no son solo regalos, Koshkina. Son tu nueva realidad. Has demostrado que puedes usarlas.
Akari permaneció en la estación, rodeada por el zumbido constante de los servidores y el resplandor silencioso de las pantallas. La Casa Roja no era solo una base de operaciones; era un centro de entrenamiento, un laboratorio, una colmena de inteligencia. Y ella, una mente afilada entre millones de datos, acababa de encontrar su centro. Su territorio. Su propósito.
Su vida como agente oficial del Syndicate acababa de comenzar.