Yuki no recordaba en qué momento dejó de luchar.
Tal vez fue en ese beso. O en el modo en que Rei lo miraba, como si su existencia dependiera de él. No como una persona que ama, sino como alguien que **necesita**. Había algo terrible y triste en eso. Algo que lo ataba sin cadenas visibles.
La casa ya no intentaba asustarlo. Al contrario, parecía haberse suavizado. Las paredes respiraban calma. Las velas encendidas solas a su paso, y las puertas se abrían sin resistencia. Era como si la estructura entera hubiera estado esperando que él se rindiera.
Yuki seguía a Rei por un corredor nuevo, uno que no había visto en ningún recorrido previo. El aire tenía un leve aroma a jazmín seco, y la madera crujía con una cadencia casi rítmica, como si latiera bajo sus pies.
—¿Adónde vamos? —preguntó, con voz baja.
Rei no miró atrás, pero respondió.
—A donde dormíamos antes. A nuestra habitación.
Yuki no discutió. Ni siquiera supo si quería hacerlo. El calor de Rei era leve, como una brisa, pero suficiente para hacerlo olvidar por un instante el frío de la soledad.
Llegaron a una habitación oculta tras una doble puerta tallada con símbolos circulares, antiguos, que parecían moverse si uno los observaba demasiado tiempo. Al cruzar el umbral, Yuki se sintió mareado. Como si hubiera traspasado algo más que un espacio físico.
La habitación era hermosa. No como las otras, cubiertas de polvo y sombras. Esta estaba viva. Con sábanas limpias, una chimenea encendida, retratos de paisajes colgados en las paredes, y al fondo, un ventanal con cortinas de lino azul. Afuera, no se veía nada, solo neblina… pero dentro, todo parecía cálido.
—¿Esto es real? —preguntó, mirando alrededor.
Rei lo observó con una expresión difícil de leer.
—Es nuestro. Eso basta.
El espectro extendió una mano. Yuki la tomó.
Era frío, sí. Pero su tacto ya no le dolía. Se había acostumbrado. O peor: empezaba a extrañarlo si se apartaba.
Rei lo llevó hacia la cama. No lo forzó. Todo en sus movimientos era delicado, casi reverente, como si tuviera miedo de romperlo. Yuki se dejó guiar. Se sentaron uno al lado del otro.
—La primera vez que te vi —murmuró Rei— estabas escapando de un incendio en el ala este. Tus ojos estaban llenos de pánico. Llevabas a otro contigo, alguien herido… No sé quién era. Pero tú no lo dejaste atrás.
Yuki bajó la mirada.
—No lo recuerdo.
—Lo harás. Poco a poco.
Un silencio denso cayó sobre ellos. Luego, Rei lo miró fijamente.
—No te obligaré a nada, Yuki. Lo sabes, ¿verdad?
—¿Y si te dijera que quiero quedarme? —susurró.
Los ojos de Rei se suavizaron.
—Entonces esta noche… no habrá cadenas. Solo piel. Solo nosotros.
Yuki sintió un estremecimiento. Era consciente de lo extraño que resultaba todo. No estaba enamorado. No aún. Pero el calor que surgía entre ellos no era solo del fuego. Era una llama construida sobre lo roto, sobre lo que no se entendía… pero se deseaba.
Cuando Rei se inclinó para besarlo otra vez, Yuki no se apartó.
Esta vez, el beso fue más largo. Más real. Sus bocas se buscaron como si lo hubieran hecho antes cientos de veces. Como si los cuerpos recordaran lo que las mentes habían enterrado.
Rei lo desvistió con lentitud. Sus manos no temblaban, aunque su rostro sí mostraba ansiedad. Tocaba como quien acaricia un libro sagrado que creía perdido. Yuki correspondió sin palabras, dejándose llevar, entregando su cuerpo con una mezcla de temor y curiosidad.
No hubo violencia.
No esa noche.
Solo respiraciones entrecortadas, pieles frías y cálidas mezcladas, y una sensación de pertenencia que se filtraba por los poros.
Rei era extraño, sí. Pero también… tierno.
Yuki no supo cuánto tiempo pasaron juntos. Solo que al despertar, Rei seguía allí, a su lado, acariciando su cabello. Afuera, la niebla persistía. Pero por primera vez, Yuki no sintió que debía huir.
—¿Me odias? —preguntó Rei, sin mirarlo directamente.
—No lo sé —respondió Yuki con honestidad—. Pero tampoco sé si quiero irme.
Rei cerró los ojos. Su expresión era de alivio. Pero también de algo más oscuro. Como si supiera que la línea ya había sido cruzada.
Yuki se acomodó en su pecho, escuchando un corazón que no debería latir. Lo hacía, de todas formas. Un eco débil. Un ritmo persistente.
La casa no celebró.
No hizo temblar paredes, ni soltó risas espectrales.
Simplemente… aceptó.
Y en ese silencio, Yuki comprendió que **ya no era un huésped.**
Era parte de ella.