Capítulo 4: La Aparición Toma Forma

Cuando Yuki despertó, su cuerpo dolía. Tenía marcas rojas en los brazos, como si alguien lo hubiera sujetado con fuerza mientras dormía. Se sentó, jadeando, y miró el espejo.

Vacío.

Rei ya no estaba allí.

Quiso pensar que había sido una alucinación, un sueño inducido por el encierro o el terror acumulado. Pero el cuaderno sobre su pecho, con una página nueva escrita en tinta negra, lo devolvió a la realidad.

"Recordarás cuando estés listo. Pero la casa no espera para siempre."

Sintió un escalofrío. Abrió la puerta con cautela, esperando que el pasillo volviera a transformarse como la noche anterior. Pero todo estaba en orden. Silencio, madera crujiente, polvo… y la misma atmósfera pesada, como si el aire estuviera lleno de algo más que oxígeno.

Bajó al vestíbulo. No había señal de Rei. Tampoco de la niebla. Pero el mundo exterior seguía inaccesible. Afuera, lo mismo: un abismo blanco. Como si la casa estuviera suspendida en el limbo.

Yuki comenzó a hablar en voz alta, no tanto para buscar respuesta, sino para no sentirse tan solo.

—¿Dónde estás? ¡Muéstrate! Si eres real… si quieres algo, ¡háblame!

Silencio.

Luego, un crujido detrás de él.

Giró sobre sus talones. La puerta de la sala de música estaba entreabierta. No recordaba haberla abierto nunca. Algo… algo nuevo había cambiado.

Entró.

La sala estaba limpia, como si alguien la hubiera cuidado con devoción. Un piano de cola negro se erguía en el centro, brillante. Sobre él, una partitura abierta. Y, al lado, un retrato: Rei, más joven, más humano. Sonreía tímidamente, con la misma tristeza grabada en los ojos.

Yuki se acercó al piano. No sabía tocar, pero algo en sus dedos lo obligó a presionar una tecla. Una nota grave llenó la habitación. Luego otra. Y otra. Y sin darse cuenta, sus manos comenzaron a moverse solas. Un vals suave, melancólico, emergía de la madera, como si lo recordara de otro tiempo.

Entonces lo sintió.

La presencia.

A su espalda.

El reflejo en la tapa brillante del piano no dejaba lugar a dudas: Rei estaba allí. No como una sombra o un espectro difuso. **Sólido. Presente.** Tan real como él.

Yuki se quedó quieto.

—No entiendo nada —dijo sin girarse—. ¿Quién eres en realidad?

Rei no respondió de inmediato. Luego, con una voz más humana que nunca, dijo:

—Soy lo que quedó de alguien que amó demasiado… y fue olvidado.

—¿Fui yo quien te olvidó?

Silencio.

Rei caminó lentamente hacia él. Yuki podía escucharlo, sentir el leve cambio en la temperatura del aire a cada paso. Rei se detuvo junto a él. No lo tocó, pero su cercanía quemaba.

—Tú eras distinto —murmuró Rei—. Tenías luz en los ojos. Esperanza. Querías salvarme. Pero no pudiste… y huiste.

—¿Cuándo fue eso?

—Hace mucho. Tal vez en otra vida. Tal vez aquí mismo, hace años… cuando la casa aún sangraba de los muros.

Yuki se levantó, por fin enfrentándolo.

—¿Por qué yo?

Rei lo miró fijamente.

—Porque tú volviste.

Se quedaron así, mirándose. Yuki no sabía si tenía miedo o si empezaba a perder la noción de lo que debía sentir. Rei no era un fantasma común. No era un ente vengativo. Era **algo que sufría. Algo que lo necesitaba.**

—¿Qué quieres de mí? —repitió Yuki, esta vez en un susurro.

—Quiero que recuerdes. Que no huyas otra vez. Que me veas.

Rei alzó una mano, con extrema lentitud, como pidiendo permiso. Yuki no retrocedió. Dejó que los dedos fríos tocaran su mejilla. El contacto fue como una descarga eléctrica, pero también… cálido. Extrañamente íntimo.

Entonces, todo cambió.

Una imagen explotó en su mente: él, corriendo por estos mismos pasillos, más joven, con la ropa rasgada. Alguien —Rei, humano— gritando su nombre desde una habitación. Gritos, llanto, una puerta cerrándose. Un "lo siento" que Yuki recordaba vagamente… dicho por él mismo.

Volvió en sí con un jadeo.

—Yo… estuve aquí antes.

Rei asintió.

—Sí. Pero me dejaste cuando más te necesitaba. Dijiste que ibas a volver… pero nunca lo hiciste.

Yuki cayó de rodillas. El peso de la memoria lo aplastaba. La casa no lo había elegido. Él había regresado.Inconscientemente, algo dentro de él lo había traído de nuevo a este lugar de dolor, a este espectro atrapado en el tiempo.

Rei se arrodilló frente a él.

—No quiero que sufras. Pero ya no puedo soltarte. Eres la única cosa viva que me queda.

Yuki levantó la vista.

—¿Quieres que me quede?

—Sí.

—¿Y si digo que no?

Los ojos de Rei se ensombrecieron. Por un segundo, su rostro perdió humanidad. La sombra que vivía en su interior se asomó.

—Entonces… la casa te hará quedarse por mí.

Un estremecimiento recorrió las paredes.

Yuki sintió el cambio. Ya no era una conversación. Era una decisión.

Yuki tragó saliva.

—No sé si puedo amarte.

Rei lo miró con una ternura inesperada.

—Yo tampoco lo supe… al principio. Pero el amor no siempre nace de la libertad. A veces nace del encierro. Del dolor compartido. De las heridas que no cierran.

Yuki se estremeció.

—Eso suena como un castigo.

—O una segunda oportunidad.

En ese instante, Rei se inclinó, y sus labios tocaron los de Yuki. Fríos al principio, pero poco a poco, esa frialdad se volvió familiar. Cómoda. Como si parte de él la estuviera esperando.

Cuando se separaron, Yuki no dijo nada.

No necesitaba hacerlo.

La casa ya había empezado a cerrarse sobre él.