Capítulo 7: Los Huéspedes Anteriores

Los días dejaron de medirse en horas. No había amaneceres ni atardeceres. Solo instantes largos, sostenidos por una rutina silenciosa y una calma que, aunque cómoda, olía a encierro.

Yuki había dejado de contar cuánto tiempo llevaba allí.

Rei, por su parte, parecía más presente que nunca. Ya no aparecía y desaparecía como un fantasma. Estaba con él a cada paso. Cuidándolo, hablándole, tocándolo con una mezcla de necesidad y reverencia. Había en sus ojos una devoción que asustaba.

Yuki lo permitía.

No porque fuera débil.

Sino porque algo en su pecho —donde la marca invisible ardía en los sueños— ya no luchaba como antes.

Esa tarde (o lo que creía que era tarde), Rei lo llevó a una parte de la casa que nunca había visto.

Un corredor de puertas cerradas.

—¿Dónde estamos? —preguntó Yuki, sintiendo el cambio de temperatura. El aire allí era más pesado.

—La casa tiene memoria —dijo Rei, con un tono apagado—. Aquí… guarda a quienes vinieron antes que tú.

Yuki se detuvo.

—¿Antes?

—No fuiste el primero que la casa eligió.

Rei extendió la mano hacia una puerta. Al tocarla, esta se abrió sola, revelando una habitación pequeña, con un lecho sin sábanas, cadenas oxidadas en la pared y un espejo agrietado.

En la cama, una figura borrosa y pálida, apenas más que una sombra.

Yuki retrocedió.

—¿Quién…?

—Se llamaba Noa. La casa lo amó… demasiado. Pero él no resistió.

—¿Murió?

—No. No completamente. Sigue aquí. Dividido. Olvidado.

La sombra giró la cabeza. No tenía rostro. Solo el vago contorno de lo que una vez fue un hombre. Algo dentro de Yuki reconoció el dolor.

—¿Por qué me lo muestras?

—Porque debes entender que esto no es un juego. La casa ama, pero lo hace a su manera. No acepta traiciones. No tolera el arrepentimiento.

Yuki tragó saliva. Se acercó un poco más, a pesar del temor.

—¿Puedo hablarle?

—No como tú crees. Pero siente. Escucha. Aunque su mente esté rota.

Yuki se inclinó, mirando a la figura sin rostro.

—Lo siento —susurró.

La sombra no respondió, pero un sonido leve —algo entre un suspiro y un lamento— flotó en el aire antes de que la puerta se cerrara por sí sola.

Rei lo llevó a otra.

Y luego a otra más.

En cada una, un fragmento de historia, de tragedia, de amor y descomposición. Algunos habían muerto. Otros vivían como espectros. Uno de ellos —una mujer con ojos negros y sin boca— intentó tocarlo, pero Rei la detuvo con una sola mirada.

—La casa no perdona —dijo él—. Y no olvida.

Al llegar a la última puerta, Rei se detuvo. No la tocó.

—Esta… es la más importante.

Yuki sintió un escalofrío.

—¿Por qué?

Rei no respondió. Solo empujó la hoja de madera lentamente.

Dentro, un salón circular. En el centro, un espejo gigante cubierto por una tela roja. Las paredes estaban desnudas, y el suelo era de mármol blanco, manchado por algo oscuro.

—Este lugar… —susurró Yuki.

—Aquí comenzó todo.

Rei se acercó al espejo. Con una sola mano, retiró el velo.

Yuki vio su propio reflejo… pero no era él. Era una versión más joven. Despeinada, ensangrentada, con los ojos desorbitados.

Corriendo.

Gritando.

Huyendo de algo.

La imagen cambió. El reflejo lo mostró siendo arrastrado por alguien. Por Rei. Solo que él también lucía diferente. Más humano. Más vivo. Más cruel.

—No… —murmuró Yuki—. ¿Qué es esto?

—Recuerdos —dijo Rei, bajando la mirada—. No todos los míos. Algunos tuyos. Algunos de la casa.

Yuki tocó el vidrio. Su reflejo cambió otra vez. Ahora él estaba encadenado. Llorando. Suplicando.

Y luego… entregándose.

La misma escena de hace días, pero sin romanticismo. Cruda. Dolorosa.

Yuki se apartó, temblando.

—¿Qué significa esto?

Rei guardó silencio por un largo momento.

—Significa que no llegaste aquí por accidente. Que tú… regresaste.

—¿Qué?

—Estuviste aquí antes, Yuki. Mucho antes. Esta casa ya te conocía. Y por eso te eligió. Porque tú la amaste primero… y luego la traicionaste.

Yuki sintió que el mundo se inclinaba bajo sus pies.

—Eso no puede ser…

—Moriste. O casi. Escapaste una vez. Dejaste que otros murieran en tu lugar. Y ahora… ella te reclamó.

El silencio fue absoluto.

Yuki cayó de rodillas.

—¿Entonces… todo esto…?

—Es el castigo. Pero también la redención.

Rei se arrodilló a su lado, tomándolo de la mano.

—Yo también fui diferente. También fui humano. Pero cuando la casa me atrapó, la única forma de sobrevivir fue volviéndome parte de ella. Y ahora… te tengo otra vez.

—Esto no es amor —murmuró Yuki, con lágrimas en los ojos—. Esto es locura.

—Sí —dijo Rei—. Pero es *nuestra*.

El espejo se agrietó. Una línea delgada cruzó el cristal de arriba abajo, como una sentencia.

La casa tembló ligeramente. No de rabia. De expectativa.

Yuki alzó la vista.

Sabía que no había marcha atrás.

No cuando su reflejo ya no le pertenecía.