Capítulo 8: La Decisión Final de Yuki

Yuki no dormía.

Desde que vio el espejo, su mente no había descansado. La imagen de sí mismo huyendo, encadenado, llorando y luego... rindiéndose, lo perseguía como una herida abierta. Si lo que Rei decía era cierto, entonces su permanencia en la casa no era solo una condena: era un ciclo.

Un castigo eterno.

Caminaba por los pasillos con el alma encogida. La casa ya no lo atormentaba como antes. No necesitaba hacerlo. Ya estaba dentro de él. En su respiración. En sus pensamientos. Hasta en sus sueños, donde escuchaba susurros suaves que lo llamaban por su nombre.

Y siempre, al despertar, Rei estaba ahí.

Observándolo.

Cuidándolo.

Esperándolo.

—¿En qué piensas? —preguntó Rei esa noche, cuando Yuki se sentó frente a la chimenea con la mirada perdida.

—En escapar —respondió sin rodeos.

Rei no reaccionó como otras veces. Solo se acomodó a su lado.

—Aún lo deseas.

—No sé si lo deseo… o si solo no quiero pertenecerle.

Rei miró el fuego.

—¿Y a mí?

Yuki no respondió.

El silencio fue profundo, pero no incómodo. La única respuesta era el crepitar de las llamas.

—¿Por qué me amas? —preguntó Yuki finalmente—. ¿De verdad es amor… o es solo lo que queda después de perderse?

Rei giró el rostro. Su expresión no tenía máscara.

—Porque cuando escapaste la primera vez, me dejaste atrás.

Yuki se congeló.

—¿Tú… también estabas afuera?

—Viví. Por poco. Y te busqué. Durante años. Pero nadie recordaba esta casa. Nadie te recordaba a ti. Como si la casa lo hubiera borrado todo.

Yuki sintió un temblor en el pecho.

—¿Y por qué volviste?

—Porque aún te amaba. Aunque la casa me reclamó. Aunque me rompió. Incluso ahora… no sé si soy yo o solo un fragmento. Pero el amor no desapareció. Ni siquiera en la oscuridad.

Yuki cerró los ojos.

—Yo no recuerdo nada de eso…

—Lo harás.

La casa, como si respondiera, dejó caer una ráfaga de viento helado por la chimenea, apagando el fuego al instante. La habitación quedó en penumbras.

Yuki se levantó.

—Necesito estar solo.

Rei no lo detuvo.

Caminó sin rumbo fijo, bajando escaleras, cruzando pasillos que nunca había visto, hasta que llegó a una sala sellada por una puerta doble. No sabía por qué, pero algo dentro le decía que ahí encontraría respuestas.

La empujó.

La puerta cedió.

El interior era un círculo de piedra. En el centro, una fuente seca. Y en sus bordes… nombres grabados. Decenas. Cientos.

Los nombres de todos los que alguna vez vivieron —y murieron— en la casa.

Y en el centro de esa piedra… su nombre.

YUKI AOI.

Tallado con violencia. Con odio.

Y junto a él… otro nombre:

REI KAZUKI.

Yuki retrocedió.

La fuente vibró.

Una imagen brotó de su interior: una escena de su yo pasado, huyendo. Rei herido. La casa colapsando. Y una puerta. Una sola salida.

Yuki cruzándola. Dejando atrás todo.

Incluso a él.

—¡Yo… lo abandoné! —murmuró Yuki, cayendo de rodillas.

Los recuerdos empezaron a regresar, como una marea. Gritos. Lluvia. Fuego. Sangre.

Rei gritándole que no lo dejara.

Y él… corriendo.

Porque tuvo miedo.

Yuki lloró.

No por la culpa, sino por la certeza de que esa versión de él había muerto hacía mucho. Lo que quedaba ahora era otra cosa. Alguien que, aunque roto, comenzaba a entender.

La fuente se volvió a secar. Y el silencio se apoderó del lugar.

Cuando se levantó, su decisión estaba tomada.

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Volvió a la habitación. Rei estaba sentado en la cama, esperándolo.

¿Lo decidiste?

Yuki asintió.

—No puedo escapar de ti. Ni de mí mismo. Pero quiero hacerlo diferente esta vez.

Rei lo miró, expectante.

—¿Qué significa eso?

—Que me entrego. No por la casa. No por miedo. Sino porque quiero reconstruirme contigo.

La marca en su pecho ardió como fuego.

Rei se acercó, tocándola con delicadeza.

—Entonces… eres mío.

—Y tú mío —respondió Yuki.

El beso fue lento, cargado de todo lo que nunca pudieron decir.

Esa noche, hicieron el amor sin cadenas, sin fuerza, sin dolor. Solo con la certeza de dos almas marcadas por el destino, resignadas a la condena… o quizás, a la única forma de amor que les quedaba.