El diario descansaba abierto sobre su regazo, aunque Noah no leía. Su mirada estaba fija en el reflejo del espejo frente a su cama, que parecía vibrar con una energía apenas contenida. Desde que leyó la última página esa madrugada, algo había cambiado. No afuera, no en la casa —eso ya estaba podrido desde siempre— sino dentro de él. Como si un eco antiguo hubiese despertado bajo su piel.
“Nuestra sangre...”
La frase no dejaba de repetirse. No solo en su mente, sino en la tinta viva del diario. Lo había cerrado varias veces, y al abrirlo de nuevo, la misma página volvía a cambiar. Como si supiera cuándo él estaba listo para leer más.
Una frase nueva había aparecido bajo la advertencia inicial:
"Busca el espejo donde se selló el pacto. Donde el pasado aún supura."
Noah tragó saliva. Su mirada regresó al espejo frente a él. Era el más antiguo de la casa, uno que Rei se había negado a quitar cuando redecoraron. El marco, tallado con símbolos torcidos, parecía murmurarle algo si lo observaba por mucho tiempo.
Se acercó.
Por un instante, creyó ver movimiento dentro del vidrio. No su reflejo… sino otra habitación, más antigua, más oscura. Un destello. Un niño llorando. Y detrás, una figura encapuchada, manchada de rojo.
Dio un paso atrás, el corazón palpitando con fuerza. Tocó el marco con la mano temblorosa.
Y el espejo… respiró.
Retrocedió de golpe. El aire se volvió denso, con un olor a humedad rancia. A tierra removida.
Entonces, del diario aún abierto, una nueva frase comenzó a dibujarse sola:
"Rei ya está fragmentado. Tú eres la llave para completar el círculo."
Noah negó con la cabeza. —¿La llave de qué? ¿Por qué yo?
Pero en su interior, una voz que no era la suya, respondió:
—Porque no estás aquí por accidente. Sangre llama a sangre.
Encerró el diario con fuerza. No podía quedarse solo. No ahora. Salió al pasillo. Pero mientras bajaba las escaleras, las sombras parecían alargarse, estirarse como brazos hambrientos. Los retratos colgados en las paredes, antes inertes, lo seguían con los ojos.
Al llegar al vestíbulo, se detuvo en seco.
Rei estaba ahí, parado frente a la entrada, con los hombros tensos y la espalda erguida. No lo había escuchado llegar.
—Rei… —Noah dijo, pero su voz sonó más baja de lo que pretendía.
El otro no respondió.
Noah se acercó con cuidado. —Sé que estás pasando por algo. Sé que no quieres que lo vea. Pero necesito entender, porque yo también estoy empezando a cambiar. Algo... algo despertó.
Rei giró el rostro apenas, sus ojos opacos, desprovistos de calor.
—Noah… hay cosas que no deberías buscar.
—Ya empecé. —Le mostró el diario. El símbolo grabado en la tapa aún brillaba tenuemente, como si respirara—. Lo encontré en el estudio. Y sé que Aion no es solo una figura del pasado. Tiene que ver contigo. Conmigo. Con esta casa.
Rei bajó la mirada, tenso.
—Si sigues leyendo, no habrá vuelta atrás.
—Ya no la hay.
Por un segundo, algo cruzó por el rostro de Rei. Dolor. Culpabilidad. Miedo.
—¿Has visto al cuervo? —preguntó de pronto.
Noah frunció el ceño. —¿Qué cuervo?
—El que no tiene ojos… el que se posa donde la sangre aún canta.
El silencio se volvió cortante.
—Rei —dijo Noah, esta vez con un tono más suave—. No estoy aquí para destruirte. Pero tampoco para seguir ignorando lo que somos.
Rei lo miró entonces, con los ojos de alguien que ha estado conteniendo un grito durante demasiado tiempo.
—Entonces ven conmigo. Hay algo que debo mostrarte. Algo que sellaron en el sótano… bajo las tablas.
Noah sintió un escalofrío.
El siguiente paso ya no sería solo descubrir. Sería desenterrar.