El amanecer apenas teñía las ventanas con su luz pálida cuando Noah despertó con la sensación de que algo lo observaba. No era un presentimiento pasajero, sino una certeza anidada en su pecho desde la noche anterior. Había soñado con la casa, con sus pasillos eternos y puertas que se abrían solas a habitaciones llenas de susurros. Pero lo que más lo perturbó fue ver a Rei, de espaldas, frente al ataúd descubierto en el sótano, hablando con alguien… o con algo.
El recuerdo del sueño no se desvaneció al despertar. Todo lo contrario: se aferró a él como un parásito. A pesar de la incomodidad, Noah se levantó, decidido a investigar. Algo en su interior le decía que no podía seguir ignorando lo que ocurría en la casa ni el extraño comportamiento de Rei.
Descendió al estudio, ese lugar al que todos parecían evitar sin razón aparente. Se acercó al escritorio antiguo que crujía con solo mirarlo. Abrió uno de sus cajones y, tras revisar algunos papeles polvorientos, encontró una carta oculta bajo un falso fondo. El sobre estaba sellado con cera roja, marcada con un símbolo que no había visto antes: un cuervo rodeado por una espiral de espinas.
La abrió con cuidado. La tinta, aunque envejecida, aún era legible:
"El linaje no puede ser destruido mientras respire en él. La casa lo recuerda todo, incluso aquello que deseamos olvidar. Cuidado con los espejos, Noah… no siempre reflejan la verdad."
Firmada simplemente con un nombre: Aion.
Su respiración se agitó. No recordaba haber escuchado ese nombre en la historia familiar, pero algo en él resonaba como una advertencia. Guardó la carta en el bolsillo interior de su chaqueta, decidido a no hablar con nadie por ahora. Aún no. Necesitaba entender más antes de desatar una tormenta.
Durante el desayuno, observó a Rei con mayor detenimiento. El chico parecía más distante que nunca, con sombras bajo los ojos y una tensión constante en la mandíbula. Evitaba las miradas de todos, especialmente la suya.
Más tarde, mientras cruzaban el pasillo del ala este, Noah escuchó un susurro muy cerca de su oído, aunque nadie más estaba junto a él.
—No estás solo en esto… él ya despertó.
Se giró de inmediato. El pasillo estaba vacío. Su corazón latía con fuerza, pero siguió adelante, fingiendo calma. Algo en esa voz le resultó familiar. Como si viniera… de sí mismo, o de una memoria olvidada.
Esa noche, incapaz de dormir, Noah regresó al estudio. El aire era más denso, cargado de humedad y un leve aroma metálico. Se sentó en el escritorio, encendió la lámpara y extendió la carta. Tocó la firma con los dedos. Un frío gélido subió por su brazo, hasta la nuca. La lámpara parpadeó.
—¿Quién eres, Aion…?
Y en ese momento, sin razón aparente, una de las paredes emitió un leve quejido. Noah se acercó y notó que uno de los tablones de madera estaba suelto. Con esfuerzo, logró abrirlo. Detrás, halló un compartimiento donde reposaba un cuaderno de tapas de cuero, ennegrecido por el tiempo.
Al abrirlo, reconoció la letra. Era la misma que la de la carta. El diario de Aion. Las primeras páginas relataban eventos del pasado, pero en clave poética. Y sin embargo, al avanzar, las palabras se volvían más personales… más perturbadoras. Noah se detuvo al leer:
"Si estás leyendo esto, es porque el ciclo ha comenzado de nuevo. Rei no lo recuerda todo, y si no lo hacemos recordar, el eco de nuestra sangre consumirá la casa entera."
—¿"Nuestra sangre"? —susurró Noah, helado.
Cerró el diario de golpe. ¿Qué relación había entre Rei y ese Aion? ¿Y por qué él estaba incluido en esa advertencia?
Cuando regresó a su habitación, el pasillo parecía más largo, más oscuro, como si se hubiera estirado en su ausencia. Noah no parpadeó. No podía. Porque al fondo del pasillo, vio una silueta que lo observaba. No era Rei. No era nadie conocido.
Era una sombra con ojos de un azul profundo… como los suyos.
Y entonces lo supo: no podía seguir fingiendo que todo estaba bien.
La casa le estaba hablando.
Y él… comenzaba a entender.