A medida que se adentraban más en la cueva, el maná se volvía más denso. Arthur seguía extrayendo cristales mientras usaba al Lich como una brillante linterna de tesoros. Al llegar al cuarto nivel, ya tenía cinco piedras de fuego, dos de tierra, dos de agua y una de luz. También tomó algunas de nivel dos, aunque el Lich lo regañó, diciendo que la pobreza lo había traumado.
En ese nivel estaban las criaturas que buscaba. Ya había exterminado a los murciélagos de tres patas; el Lich casi los incinera otra vez, pero esta vez Arthur fue más rápido.
Continuaron descendiendo. A mitad del cuarto nivel, encontró a los cangrejos. No eran demasiado peligrosos, pero sus caparazones eran muy resistentes. Después de varios intentos, logró acertar un golpe letal. Con eso, completó las misiones que tenía pendientes. Continuó avanzando. Aunque dudó ante la advertencia del Lich sobre una criatura poderosa en los niveles inferiores —quizás era la razón de las desapariciones que se comentaban afuera—, terminó por armarse de valor y continuar.
La mina lunar tenía siete pisos. Arthur estaba por ingresar al quinto, donde habitaban lagartos de mineral y serpientes elementales que absorbían el maná de las rocas. Ambas eran bestias de tres coronas, así que debía actuar con cautela. No sabía si el Lich lo ayudaría o simplemente observaría mientras escribía poesía sobre su derrota.
—Se acerca una bestia por ahí —dijo el Lich, señalando con su pico una cueva en la pared.
De allí emergió un lagarto cubierto de minerales, con casi tres metros de largo. Su cuerpo parecía estar blindado con piedras mágicas. El único punto vulnerable: el estómago, parcialmente expuesto. El Lich saltó del hombro de Arthur y se posó sobre una roca, abriendo su grotesco libro sin prestarle más atención.
La cueva estaba iluminada por piedras de maná, así que Arthur esperó su momento. Cuando la criatura atacó, usó Paso Sombrío y apareció cerca de su abdomen. Con ambas espadas, lanzó un corte cruzado que hizo brotar sangre. Volvió a usar la habilidad para refugiarse tras una roca. Aunque no recibió daño directo, su propio maná lo estaba desgastando por dentro.
Tras unos minutos, la criatura se calmó. Arthur, aprovechando el desconcierto, lanzó otro Paso Sombrío y ejecutó un Corte Profano, abriendo el abdomen de la bestia y dejando un charco de sangre en el suelo.
Había aprendido a controlar mejor su maná, ajustando la potencia del ataque para no autolesionarse tanto. Tomó unas pociones y se sentó a recuperar energía, redirigiendo el flujo de maná hacia su núcleo. Luego guardó el cuerpo de la criatura y continuó su camino.
El Lich volvió a su hombro.
—Parece que estás mejorando, joven filósofo… pero deberías practicar poesía también, o te oxidarás.
Arthur improvisó con tono burlón:
—"Temo a la vida porque la muerte viene a buscarme… pero la muerte no me encuentra porque la vida teme dejarme".
El Lich lo miró un instante, luego suspiró:
—Te subestimé, joven filósofo. La profundidad de tus palabras es insondable.
Arthur sonrió. Al menos, en poesía, parecía tener la ventaja.
En ese nivel no halló ni gente ni minerales, pero sí una serpiente elemental de fuego. Luchó mucho tiempo sin dañarla. Sus ataques no surtían efecto, así que usó Paso Sombrío para posicionarse y lanzó un Corte Profano que la partió en dos.
Entendió que, en los niveles profundos, dependería cada vez más de sus habilidades especiales. Las bestias de tres coronas no eran cosa menor. Mientras avanzaba, seguía consumiendo pociones como si las regalaran.
El Lich lo miró con su habitual indiferencia y murmuró:
—La magia y las pociones no curan por sí solas. Solo despiertan lo que ya está en ti. Aceleran la regeneración... pero si sigues forzando tu cuerpo y confiando en ellas, llegará el día en que dejen de hacer efecto. No abuses de lo que aún puedes perder.
Arthur lo pensó en silencio y asintió.
Al llegar al descenso al sexto nivel, el túnel se dividía en dos. Arthur miró al Lich y preguntó:
—¿Cuál tomamos?
Tras pensarlo un momento, propuso:
—Tomemos uno cada uno. Creo que ambos caminos llevan al siguiente nivel. Si encuentras algo, usa este sello para comunicarte.
El Lich le entregó un papel con un símbolo antiguo, impreso en una tinta que parecía sangre seca. Arthur lo guardó con cuidado y tomó el camino de la izquierda. El Lich, sin decir más, tomó el de la derecha y se perdió entre las sombras.
Arthur descendía cuando notó rastros de sangre. El olor se hacía más evidente. Pronto llegó a una sala amplia donde jóvenes de la academia yacían regados en charcos de sangre. No sabía si estaban muertos. Escuchó una pelea más adelante y corrió.
Vio una gigantesca serpiente blanca, una elemental de luz, enfrentándose a tres jóvenes. Entre ellos, reconoció a la chica de cabello negro con la que había tenido un incidente. Estaba ensangrentada, al igual que sus compañeros: un joven con una espada brillante y una muchacha de larga cabellera gris con una lanza elegante.
Con cierta envidia, pensó: "Estos jóvenes ricos derrochando dinero en armas tan lustrosas".
La serpiente azotó con la cola y arrojó al joven contra una pared. No se volvió a levantar.
Arthur no podía ver a las dos jóvenes morir. No era un héroe, pero tampoco era indiferente.
Cuando la serpiente cargó otro ataque, apareció tras ella con Paso Sombrío y le cortó la cola con un Corte Profano. La bestia chilló de dolor y comenzó a morder desesperada.
Arthur corrió hacia las jóvenes, las tomó por la cintura y gritó "Paso Sombrío", teletransportándolos tras una roca. Las chicas lo miraron pálidas, sin saber si por la sangre o por el vértigo.
—Tú... tú eres… —dijo la joven de cabello negro, sorprendida.
Arthur simplemente respondió:
—No salgan de aquí.
Sin dar más explicaciones, volvió al campo de batalla. Sacó granadas de su bolsa y las lanzó a la criatura. Sabía que necesitaba un golpe final. Aunque tenía un brazo destrozado, no pensaba detenerse. Esquivó como pudo hasta que, en un descuido de la serpiente, usó Paso Sombrío por última vez y gritó:
—¡Corte Profano!
Una cuchilla de tres metros, negra como la tinta, partió a la criatura en dos. Sin perder tiempo, Arthur la guardó en su bolsa para evitar que los jóvenes le pidieran compartir el botín.
—Gracias —dijo una de las chicas. La otra, la de cabello negro, lo miraba con furia contenida.
—De nada —respondió Arthur, girando para marcharse. Entonces escuchó el graznido del cuervo.
—Joven filósofo, ¿por qué no me llamaste antes? ¡Empezaste la masacre sin mí!
Arthur palideció. Susurró a las chicas:
—Ese cuervo… es una bestia de cuatro coronas. Me tiene amenazado. Sigan el juego si quieren vivir.
El Lich llegó revoloteando, riendo como un loco.
—¡Jajaja! ¿Encontraste estas basuras y las masacraste tú solo? Me hubieras llamado antes.
—No quería molestarte —respondió Arthur con una sonrisa siniestra. Algunos escaparon al siguiente nivel… quizás puedas perseguirlos y crear una poesía con sus vísceras.
—¿Y estas dos? —preguntó el cuervo, mirando a las jóvenes. Les aterrorizan los insectos… podríamos dejarlas a los gusanos devoradores de médula.
—No. Estas son mías. Me insultaron… Merecen sufrir una muerte lenta y dolorosa.
—Entonces me adelantaré —dijo el Lich, saliendo volando hacia la siguiente capa.
Arthur soltó un largo suspiro. Las chicas lo miraban como a un loco. Guardó sus armas y se alejó, diciendo:
—Curen a sus compañeros y salgan cuanto antes. Si no los mata el cuervo, lo hará la criatura que está en el fondo de esta mina.
Se alejó sin volver la vista.
—Ese joven… es como los héroes de las leyendas —dijo la chica de cabello plateado, fascinada.
La otra solo lo observó marcharse, con emociones contradictorias en el rostro.
En ese momento, la mina entera se estremeció. Un rugido sacudió las paredes.
Algo… se había despertado en las profundidades.
Fin del capítulo.