Montaña Martillo Roto
En el solitario y escarpado pico de la Montaña Martillo Roto, donde el viento ruge como una bestia herida y las nubes se aferran a las rocas como espectros, se alzaban tres figuras marcadas por el destino. La nieve, antes pura, estaba ahora teñida por el rojo oscuro de la sangre, mientras el viento hacía ondear sus túnicas empapadas con una violencia casi ritual.
Dos hombres se observaban fijamente, enfrentados no por voluntad propia, sino por la fuerza invisible de una tragedia escrita en silencio.
El primero, de cabello oscuro y manos temblorosas, mostraba en su rostro una expresión de horror puro. Sus ojos, desorbitados y húmedos, no podían apartarse de la figura que yacía frente a él. Parpadeaba con fuerza, como si el acto de cerrar los ojos bastase para negar la realidad que se desarrollaba ante su vista.
El segundo, con los ojos cerrados y el rostro vuelto ligeramente hacia el suelo, respiraba de forma errática, como quien intenta controlar el huracán que se gesta en su interior. Murmuraba algo inaudible, palabras arrancadas de una conciencia rota, como plegarias susurradas a dioses inexistentes.
Entre ambos, la mujer.
De rodillas, con el torso inclinado hacia adelante y un agujero brutal atravesando su pecho, la vida se le escapaba como arena entre los dedos. Su sangre formaba una flor macabra sobre la nieve, y sus labios aún se movían, queriendo pronunciar un nombre que nunca llegaría a completarse.
El silencio se hizo espeso.
De pronto, el segundo hombre alzó el rostro. Sus ojos se abrieron lentamente, revelando un resplandor antinatural en sus iris: luces danzantes que pasaban del amarillo al rojo, del verde al azul, del anaranjado al negro, hasta un blanco absoluto. Era como si todo el espectro del mundo estuviera contenido en sus pupilas, ardiendo con una intensidad que parecía desafiar a la misma existencia.
Su rostro se deformó. Un ceño fruncido marcaba la frontera entre la contención y el abismo, mientras sus labios, tensos y fríos, sellaban un mar de emociones que amenazaban con romperse.
Entonces, como un susurro que el universo no quiso oír, apareció una frase:
> [¿Desea activar el concepto de rebelión?]
El hombre permaneció inmóvil. No por duda, sino porque aquel momento merecía durar. Una última mirada a la escena frente a él, una última gota de cordura...
Y luego, con voz ronca y desgarrada, como un gruñido gutural que rasgó el aire y se clavó en el oído como una hoja oxidada, murmuró:
—Hazlo.
> [Comenzando la rebelión]
>[Objetivo encontrado: “Destino”]
>[Proceso terminado]
El cielo, antes gris y cargado, se tornó negro como tinta viva. El suelo se volvió rojo, no por sangre, sino por una redefinición del color mismo. A lo lejos, cruces blancas se alzaban hasta donde la vista alcanzaba, como lápidas de un mundo que no supo resistir.
El aire olía a hierro, a cenizas, a memoria quemada.
Y así, en medio del silencio cósmico, el mundo encontró su fin.
Pero no del todo.
Desde una grieta entre dimensiones, una cuarta figura, oculta en la penumbra, observaba la escena con el corazón en la garganta. Su plan, meticuloso y calculado, había fallado. Pensó que había cubierto cada variable. Se engañó creyendo que no habría consecuencias.
Y sin embargo, la condena ya estaba sobre él.
—Santa mierda... —alcanzó a murmurar, antes de que todo a su alrededor se volviera negro absoluto.
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Mensaje del Autor
Bienvenidos a mi primera novela.
Este prólogo es solo la punta del iceberg.
Pero el verdadero festín vendrá después.
El protagonista romperá cadenas y colocará otras nuevas. Las máscaras caerán. La debilidad será castigada.
Habrá dominación, esclavitud, sumisión, BDSM, Netori.