Parpadeo. Toda mi existencia se basa en parpadear. Así viví, y así seguiré viviendo.
Con un parpadeo, hice crecer frutas que elevaron el cultivo de mis allegados. Con un parpadeo, sometí a mis enemigos. Con otro, controlé el destino.
Y así, como si fuera lo más simple del mundo, con un parpadeo regresé a cuando era un niño. Y así, sin aviso... llegó mi rebelión.
Mansión de la Familia Skylark
Una ostentosa sala, decorada con muebles de madera finamente lacados y pulidos como espejos. La gran mesa, situada en el centro del salón, rebosaba manjares preparados con las carnes más exóticas de bestias mágicas, acompañadas por vinos más antiguos que la mayoría de los mortales.
Entre las triviales conversaciones de sobremesa, se escuchó un sonido seco. Una cuchara de plata golpeó el mármol al caer de una mano pequeña.
El joven maestro Alaric, de tan solo siete años, comenzó a convulsionar y a sudar frío.
—¡ALARIC!
El duque Skylark se levantó de inmediato. Su silla cayó hacia atrás con violencia. Sus ojos, abiertos como platos, contemplaban a su hijo derrumbado en el suelo de mármol blanco. ¿Qué demonios está pasando? —se preguntó, el corazón golpeándole con furia el pecho—. Estaban teniendo una cena apacible. No había signos, ni advertencias. ¿Lo habrán envenenado?
—¡Drein, llama a los guardias! ¡Nadie sale del castillo! ¡MÉDICOS! ¡ENTREN YA!
El viejo mayordomo, Drein, ejecutó una reverencia veloz, llevando el puño al corazón como dictaba la tradición, y luego se desvaneció entre las sombras del salón para sellar el perímetro con eficiencia militar.
Pero nadie estaba preparado para lo que sucedería a continuación.
Cuando los médicos irrumpieron en la sala, el joven maestro comenzó a gritar con fuerza, su cuerpo aún temblando. Murmuraba palabras sin sentido, como si su mente estuviera partida en mil fragmentos:
—¡Hormigas! ¡Reyes! ¡Débiles! ¡Fuertes! ¡Frío! ¡Calor! ¡Muerte! ¡Vida! ¡Tiempo! ¡Espacio! ¡Perdón! ¡Gracia! ¡GRA*[´/(, #$/( #%/( %/#%!
Sus ojos parecían no ver este mundo. Los médicos se miraban entre sí, aterrados. El duque y la duquesa se aferraban de las manos sin entender lo que presenciaban.
Entonces, una violenta oleada de energía estalló desde el cuerpo de Alaric. Una columna de luz prismática lo envolvió por completo, tan intensa que oscureció incluso las antorchas encantadas del salón. La energía pulsaba con vida propia, proyectando colores nunca antes vistos, tan antiguos que el alma los reconocía aunque la mente los rechazara.
El duque miró a su esposa, confirmando que ambos estaban viendo lo imposible. Nadie en la historia del ducado, ni siquiera entre las familias nobles, había presenciado un despertar como ese.
Y todos en la mansión sabían lo que era un despertar.
Cada miembro del personal, desde las cocineras hasta los jardineros, había tenido uno entre los cinco y los diez años. El sistema se manifestaba, otorgando un talento único y habilidades según ese don. Pero esto… esto era diferente. No era un simple despertar. Era una llamada ancestral, un rugido del propio universo.
Algo que jamás debió despertar… ahora los miraba, directamente al alma.
Punto de vista de Alaric
Dolor. Un dolor abrasador que devoraba cada rincón de mi alma. Si hubiera sabido lo que dolería regresar, me habría preparado mejor.
No solo volví al día en que desperté mi talento…Regresé con todas mis habilidades activas.
El torrente de energía que chocaba dentro de mí me desgarraba desde adentro. Era como si mi alma estuviera fundiéndose en un crisol divino. Apreté los dientes. Estaba ardiendo… pero lo soporté. Porque esto era un regalo.
Una bendición disfrazada de tormento.
¿Quién hubiera creído que volvería… con todo?
Solté una risa seca, entrecortada. Ambigua, ambiciosa.
De repente, silencio. El dolor se extinguió con la misma rapidez con la que llegó. El caos se disipó, y sentí que el control volvía a mí. Jadeando, como si acabara de sobrevivir a una batalla contra los dioses, logré esbozar una sonrisa pequeña, apenas perceptible.
Miré a mis padres, que aún me contemplaban con horror y asombro. Y con una voz quebrada, pero firme, susurré:
—Felicidades…Tu heredero… te hará sentir orgulloso.
Y luego… la oscuridad me reclamó.
De nuevo, como siempre… como un parpadeo.
Habitación de Alaric
Desperté viendo la habitación en la que solía vivir antes de convertirme en un paragón.Iluminada por velas, la estancia lucía ordenada y limpia. Libros y papeles estaban esparcidos sobre el escritorio donde solía estudiar. Mi cama, aún cálida, sostenía un cuerpo que me era familiar… mi pequeño cuerpo.
Este… es mi verdadero comienzo.
Todavía recuerdo esta época, donde la inocencia dictaba mi camino. Este mismo escritorio donde tomaba clases con mis maestros… Como joven maestro del ducado Skylark, ciertamente tuve que formarme en muchas artes: estrategia, historia, economía, esgrima, magia, retórica. También aprendí a administrar territorios, a negociar con nobles, a mantener la lealtad de los clanes vasallos.
Después del suceso de mi despertar, también comencé a entrenar mis habilidades. Aunque eso ahora es innecesario.Lo que realmente necesito son cristales de maná para cultivar y aumentar mis fuerzas. Con mi nivel actual no podría utilizar ni un cinco por ciento de lo que fui en mi mejor momento.
Pero… ¿quién soy yo?
Alaric Skylark.Y si así lo quisiera… no quedaría una sola forma de vida en este ducado.
Así de fuerte me volví.Así de destructivo es mi cinco por ciento.
Me incorporé lentamente, mis pies tocando el suelo frío. Mis ojos recorrieron la habitación con familiaridad, pero también con juicio.
—¿Por dónde comenzar…? —murmuré—.¿Qué camino debo tomar en esta nueva oportunidad de no cometer los mismos errores?
Con un solo pensamiento – Estado
Frente a mí se vislumbró la pantalla a la que todos en el mundo están acostumbrados, translúcida y vibrante, de color azul y letras blancas:
[Estado - Alaric Skylark]
[Edad: 7]
[Fuerza: 0.5]
[Agilidad: 0.3]
[Vitalidad: 1]
[Voluntad: 5]
[Maná: 0.1]
[Talento: Soberano del color]
[Habilidades: Rojo, Azul, Amarillo, Naranja, Verde, Violeta, Marrón, Rosa, Gris, Plateado, Dorado]
[Conceptos: ¿¿??]