En el momento en que la mano de Sebastián se cerró alrededor de la muñeca de Valentina, un agudo dolor le recorrió el brazo, su piel pellizcándose dolorosamente bajo su brutal agarre. No solo la sujetó —la jaló hacia atrás con tanta fuerza que casi le torció el hombro.
En ese momento, un destello de dolor y furia cruzó el rostro de Valentina. Apretó los dientes, su pecho agitándose.
—¡Sebastián, suéltame! —escupió, su voz cortando el aire como una navaja.
Pero el agarre de Sebastián solo se intensificó, sus dedos clavándose en su carne como garras.
Entonces su expresión se transformó en algo oscuro y controlador, sus ojos ardiendo con algo casi posesivo.
—¿Quién te crees que eres, Valentina? —se burló, su aliento caliente y lleno de arrogancia.
En ese momento, la mandíbula de Valentina se tensó aún más.
—Te dije que me sueltes.
Pero Sebastián la acercó aún más, obligándola a tropezar ligeramente contra su pecho.