Entonces Raymond miró a Valentina y habló con voz tranquila.
—No necesitas estresarte por nada. Cuando llegue el momento adecuado, lo verás por ti misma. Lo sentirás.
En ese momento, Valentina soltó una risita suave, apoyando su espalda suavemente contra el asiento. El peso del día había sido aliviado por sus palabras. Con todo lo que Raymond había hecho —el vestido de diamantes, toda la experiencia de compras— sabía que ya no tenía nada que temer. Si él podía hacer que toda la boutique se detuviera y mirara, entonces realmente tenía a alguien a su lado que podía mover montañas.
Sonrió, una sonrisa real que venía desde lo más profundo.
Llegaron a casa poco después.
**
Era el día siguiente, Liam estaba parado fuera de su coche, revisando la hora por tercera vez en cinco minutos. Había estado de pie durante un buen rato. El motor seguía encendido.